(Este relato lo preparé para el breve curso en streaming de Barbara y Kike por la Universidad de Valencia. Como me di cuenta de que había tiempo para la entrega de este deber decidí re-escribirlo con más cuidado y menos ansiedad. Es lo que cuelgo ahora, olviden el otro que fue hecho de apuro)
Las vías del tren (v4.2)
Siempre me gustaron los autos. No pude llegar al BMW
330i coupé, ¡qué goma!
Entonces me decidí por un coche de colección, nada de autos comunes. Al menos
me verán como un excéntrico y no como el desgraciado que dio el braguetazo con
la hija del estanciero. Un Fiat 600 restaurado es ideal, ágil en ciudad,
chiquito para estacionar, gasta poco, fácil de reparar; el querido fitito que
usó tanta gente. Es llamativo y a la vez accesible para el bolsillo de un
empleado de barraca de frutos del país como yo, aunque el dueño sea mi suegro.
Me decidí por el 600R que se armó hasta 1978. Aún lleva el motor de 767cc
derivado de la serie original de 1955. Al principio me tenían cansado con lo de
que un gordito como yo se sentiría apretado en esa miniatura. No me resulta
incómodo, cuando salgo con mi mujer somos sólo ella, que es menuda, y yo. Usamos
el asiento de atrás para llevar cosas. Me gusta que la gente nos mire; no hay
600 tan llamativo como el mío. Creo que le importan más los autos que yo. Al
600 lo terminó de restaurar él mismo, no quiero pensar el tiempo que le llevó y
ni la guita que tiró. Con menos se habría comprado un Golf cero ka. Ahora
se consiguió un MG TC del 48 que parece chatarra; dice que cuando lo
termine valdrá una fortuna. Él allá con sus cosas, yo con las mías. El fitito
me importa un bledo, si tengo que hacer viajes largos le pido la Hilux a
papá; total tiene tres: una para él, otra en el campo y la de la barraca.
Además, cuando va a la estancia no las usa, prefiere volar con la Cessna.
Nunca supe por qué terminamos así, cómo me enganchó.
Seguramente fue por su personalidad avasalladora. Me resultaba admirable; lo
organizaba todo, yo casi no tenía ni que pensar. Apreciaba su carácter, era como
el de un administrador de estancia capaz de manejar 20 gauchos con más autoridad
y soltura que una maestra un grupo de niños pequeños. Tenía todo calculado al
minuto: dos horas de intimidad, de inconmensurable placer, un café en un lugar
discreto para contarnos las novedades de los días recientes. Yo me sentía
fascinado, una amante espectacular y, a la vez, un ser sagaz cuya inteligencia
y astucia eran ilimitadas. Hace pocos días terminé el perfume Azzaro que
venía usando desde tiempo atrás. Opté por un cambio, estoy estrenando el Givenchy
Insensè Ultramarine, más fresco, con reminiscencias marinas, más veraniego.
No me había pasado antes con ella, hoy noto su perfume. Le pregunté qué usaba.
Mirá que sos tonto, uso el mismo Azzaro que vos. ¡Ay mi tontito, mi mino divino!, estabas acostumbrado a esa
fragancia y no te dabas cuenta. Me da veinte vueltas, se las sabe todas, de
ahora en adelante tendré que usar el mismo Insensé que vos y verás como no te llamará la
atención cómo huelo. Me gustás así, no te despabiles mucho, sos adorable. Siempre
tiene todo bajo control. Un día se quedó a pasar la noche conmigo, el gordo
había ido a revisar unos lotes de lana en Tacuarembó. Me hizo levantar bien
temprano para llevarla de vuelta a su casa. Bajó una cuadra antes en una feria
del barrio. Llevaba dos bolsas de tela grandes, me extrañó. ¿No te das cuenta
que no puedo llegar al edificio así como así en la mañana de un día cualquiera?
Si los vecinos me ven volver con bolsas de feria llenas de frutas y verduras
sabrán que fui temprano para conseguir lo mejor. No me gusta que me considere
su mino pero me maravillaba su
personalidad apabullante, su creatividad ilimitada.
A pesar de que es la mañana de Nochebuena no hay casi
tránsito por estas zonas rurales. El 600 anda como un reloj suizo, ¡qué redondo
que suena el motorcito! La pintura rojo Burdeos le da clase, por eso lo miran
tanto. El resto me quedó de fábrica, tengo todo al repelo. Está nublado y la
temperatura sigue agradable, llevo las ventanillas bajas. Con el brazo
izquierdo afuera manejo más cómodo. Voy a lo de Eleuterio Santos Camejo, qué
nombres raros usan en campaña. Le pedí hace unos días un lechón mamón de hasta
7 k y un cordero de leche. Los voy a asar muy lentamente a la brasa de
coronilla. Por suerte el viejo acopió bastante leña en el parrillero; si no
usás coronilla el asado no tiene gusto, no es uruguayo. Los porteños nunca
podrán igualarnos en la parrilla; son unos boludos, usan carbón. Empezaré temprano
pues el lechón me va a llevar 6 horas si lo quiero hacer bien; ahí se ve al
buen asador. Con tal de chupar y morfar de arriba vendrán parientes y amigos a
roletes. Por si les pareciera poco el lechón y el cordero, tengo pensado meter
en la parrilla unas tiras de asado de novillo, vacío y pulpón de prima que me
consiguió el vasco Inzalrraude; chorizos de rueda y comunes de La Constancia, salchichas
parrilleras, cantimpalo, morcillas dulces de piñones con pasas y naranja de
Kali; morcillas saladas, hígado y seso a la tela, chinchulines, chotos,
pamplonas de pollo de La Florida, ubre, riñones, papas y boniatos al plomo, y morrones
rojos. Tengo un bollón de putapariós verdes en vinagre para los valientes. La
vieja hará las ensaladas con de todo, tendremos unas entraditas para el copetín
incluyendo los famosos huevos rellenos que hace mi mujer. Tampoco pasarán sed,
yo mismo fui a buscar con el fitito varias cajas de tannat del bueno a la
bodega de los bigotudos, los Pisano. Es que festejamos Navidad en el quincho de
mis suegros en Carrasco.
Mi yerno se piensa que no me doy cuenta de las
cosas. Está bien, fue mi hija la que se casó y me importa un carajo que no
tenga nada. Hay más que suficiente para todos incluyendo al boludo de mi otro hijo,
el menor que las va de intelectual y se fue a vivir a San Francisco. Parece que
el campo le da vergüenza pero bien que le gusta recibir unos buenos miles de
dólares todos los meses. Mi hija es diferente, es ella la que lleva los güevos
que le faltan al otro. En fin, así lo ha querido el destino y yo no los voy a
cambiar. Cuando lo conocí era rellenito, todavía no le decíamos el gordo, pero ahora
se pasa de comilona en comilona con sus correspondientes chupindangas, un día
va a reventar. Sólo le importan los autos y comer. Es buen loco igual, pero no
me explico cómo mi hija, una verdadera hija de puta por su brillantez se fue a
clavar con él. Está bien, que cada uno haga de su culo un pito, es mi hija y siempre
será mi hija. Ya es grandecita y sabrá lo que hace. El viejo es un tirano, pero
cuando chupa, y se chupa todo, empieza con Royal Salute y termina con caña con
butiá, me cae bien. Sé que me aprecia porque no me mando la parte de nunca
visto; soy medio rural como él. Me gusta ir lo de Santos Camejo; me invita con
vermut y aprovecho para chamuyarme a su hija Rosa Inmaculada. Ojalá el
Eleuterio no sé dé cuenta de que le estoy arrastrando el ala, la chinita está
divina. En visitas anteriores me percaté de que me jalbeaba de cotelete para
que el jovie no lo notara. Un día haré que voy a inspeccionar unos lotes de
lana por la zona de Polanco, un poco más allá del Tala y, como quien no quiere
la cosa pararé en el almacén y bar de don Eleuterio. Me iré con la Hilux
doble cabina de la barraca. La invitaré a que me acompañe y ... ¿quién te dice
que me la pueda voltear por algún monte? Vale la pena, la chinita está que
rompe las piedras. El almacén queda a unos 90 km, en zona de cuchillas pasando
el Tala. No hay carreteras, son caminos rurales buenos. Las vías se cruzan por
pasos a nivel sin barreras, sólo un boludo tendría problemas, ya casi no corren
trenes.
Fijate que entre que sale de la ciudad y empieza a
recorrer los caminos para llegar a lo de Santos Camejo, cuidando al puto 600
como si fuera de cristal, no pasará de los 70 u 80 kph. Volverá por la una de
la tarde. Podemos relajarnos mucho mi mino, mi divino. Nunca me gustó
que me llamara su mino pero la pasaba bien y achicaba mi soledad. Claro,
ser mino no es una relación de pareja como yo la entendía. Sé que la
mayoría de los hombres se agencian alguna mujer como mina, siento que me
está pasando eso a la inversa. Sos un aburrido ¡despertate de una vez! ¿Por qué
todo tiene que ser tan profundo, tan transcendental? No le busques pelos al
huevo. La pasamos de maravilla así, no lo estropees con sentimientos utópicos.
Los amores de los que me hablás son inasibles, lo verdadero es gozar todo lo
que se pueda mientras se pueda. Nunca sabía qué contestarle, seguro que tenía
razón, buscaba un no sé qué en mi corazón distante, vacío pero lleno de luminosas
ilusiones quizás inalcanzables, mientras, me perdía lo bueno que estaba allí,
al alcance de la mano y de otras partes de mi cuerpo. Minas, minos, tontos; qué paradoja, los siento como términos
intercambiables. Probablemente, las dos primeras especies sacarán su tajada,
los últimos no, si no dejarían de serlo.
¡Cómo rompe el celular! No voy a contestar, ni
siquiera lo miraré. Hoy pasamos de película, de éxtasis en éxtasis. Mi mino está tan bueno que se parte. Además,
no toma alcohol ni fuma, así de simple. Qué bueno, no tengo que contrarrestar
olores sospechosos. Por eso uso permanentemente el Azzaro; cambiaré esta
semana por el Givenchy. Otra vez el puto celular, no para más; sigue y
sigue sonando. Lo apagaré, puedo decir que lo olvidé en el gimnasio. Al vernos
temprano en esa mañana nublada y no muy calurosa de diciembre habíamos tomado un
café con charla como tantas otras veces. Luego, al estar ya solos nos envolvimos
en fogosos abrazos que casi dolían, nos dimos besos interminables como si el
fin del mundo estuviera al acecho. Hoy lleva ropa de gimnasia, así parecerá
normal que tenga el cabello mojado cuando vuelva, es una crack. Al irnos nos
besamos con complicidad, abrazos tiernos, los de despedida, el hasta la próxima
con el acostumbrado: “me llamás, ¿no?” Nos volvimos a juntar antes
de fin de año. Ella no quiso hacer el amor, nos quedamos en el bar, algo que no
había sucedido nunca, era muy raro. Pero es que no tengo ganas; no, no, no … no
es que no te desee, no estoy de humor para eso. No te conté aún que las
llamadas que no atendí en la mañana de Nochebuena habían sido para informarme
que un tren había embestido al 600. El gordo murió instantáneamente. Su
idolatrado autito quedó como una lata de sardinas aplastada; los bomberos
sacaron trozos del lechón y el cordero junto a los restos de él. Andá
imaginándolo y me entenderás, ¿verdad? Le di unos muy prolongados, quizá
afectivos pero poco apretados abrazos. No eran de amante, eran de condolencia.
Nos dimos cortos besos suaves, estaban aún húmedos.
Nunca más me llamó, tampoco la busqué.
Valencia, 29 de junio de 2020.