¿Te acordás cuando nos conocimos Helena? La primera vez que te
abracé sentí que éramos juncos en un rio en calma ¿Te acordás cuando fuimos al
bosque y jugué a picarte los pezones con las hojas espinosas de los pinos? era
un mundo de besos hambrientos, de lenguas danzarinas. Recuerdo la humedad del
camino en tren a Madrid, el vuelto que se quedó el taxista mientras nosotros
corríamos a desnudarnos en un cuarto de hotel.
Cuando me querías, Helena, las
noticias yo las escuchaba del “eclipse de mar”, buscaba en los pocillos de café
“tus huellas de carmín”, intentaba recrear tu olor a cigarrillo recién liado.
Pasé muchas tardes viendo orquídeas y plantas carnívoras en el jardín botánico,
contando los kilómetros que me faltaban para volver a verte.
Te odie tantas veces, Helena. Tu mal
humor de la mañana, esa obsesión que tenés por planear el día de todos los que
estamos en la casa, esa manera de quererme con comida. Ahora mírame, Helena,
tengo el alma en los huesos y vos una boca de fruta madura.
Que si te quiero me preguntaste ayer, con los ojos vidriosos
y los labios fruncidos. Te quiero Helena. Te odio de tanto que te quiero.
Anoche, mientras dormías, me dediqué
a mirar los pliegues que las sábanas dibujaban de tus piernas, intentando
averiguar cómo fue que esta cama sobre la que nos amamos tanto, se convirtió en
un cuadrilátero en el que yo siempre pierdo
por knock out. Tu cuerpo me queda a un abismo de distancia, Helena, aunque si estiro
la mano puedo tocarte, y te toco y te veo
retorcerte como cuando me querías, y mi sangre reacciona a tu cintura. Son
chispazos, destellos de fuego que se avivan cuando soplamos las cenizas.
Estoy cansado de hacerte llorar Helena.
Necesito respirar, necesito que el aire me atraviese cada
poro del cuerpo, que me corte. No puedo no tenerte más. No puedo tenerte más, y
todo lo otro no importa. Todo lo demás son ingredientes inútiles del mundo.
Vos, Helena, vos sos la sustancia y se me está envenenando el alma.
1,2 y 3. Los números de siempre. Los primeros de siempre.
Esos que de pibe esquivaba jugando a la rayuela, esos que cantábamos a nuestros
hijos moviendo los dedos con cara de idiotas. Que distinto se cuentan desde la
punta de esta cornisa, con ese vacío inminente, frente a esa nada capaz de
atravesarme. Sin vos no. Helena, con vos tampoco.
Te quiero, Helena. Te quiero.
1, 2...
Precioso. Tiene algo tropical muy bello. Y mantiene una intriga estupenda hasta el final.
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