sábado, 30 de mayo de 2020

Reviviendo a plazos: Diario de desreclusión, cuota Nº1



Reviviendo a plazos - (Diario de desreclusión, cuota Nº1)

I – Corte de pelo

No sé si es el zumbido del motor o la suave caricia que siento en mi cuero cabelludo cuando me pasa la máquina. Me estremece. Hacía mucho tiempo que no lo sentía. Son caricias pacientes, cuidadosas, casi constantes. Recorren toda mi cabeza. No es sólo eso, también percibo un ligero aroma que no sentía desde hace meses. Todo está inmaculadamente limpio pero siento que hay algo flotando. No lo podría definir; no hay perfumes. Es algo que va más allá de la percepción de un olor. Quizá sea el del aerosol de agua; totalmente inodoro pero reactivo entre el cabello y el cuero cabelludo. Vaya uno a saber.

Es que hoy visité una peluquería por primera vez después de casi tres meses. Entré sin querer, casi por accidente. Había salido tarde para la caminata de los mayores. Pensé que si iba por mi panadería favorita, el Forn Tendetes de Burjassot, obtendría una barra de pan exquisita y a la vez me serviría de excusa ante la querida pero ahora, “gestapienta” policía. Entenderían que sólo estaba fuera de la franja horaria estipulada por haber ido a comprar pan, acción permitida. Debo confesar que ya tengo seis barras acumuladas en el congelador y además, no como mucho pan. Para agregar un par de cientos de metros a mi caminata dentro del perímetro de los mil metros del gueto decidí ir hasta el semáforo habilitado y así cruzar correctamente, algo que nunca hacía. Llevaba mi barra ostensiblemente visible, como judío con su estrella amarilla en la Alemania de 1937. Al cruzar pasé frente a la peluquería que solía visitar antes de que apareciera “la cosa”. Se llama New Style. Miro hacia adentro y veo que está vacía. Grito desde la acera para sobrepasar con mi cascada y poco impostada voz la barrera de la mascarilla china (y que usaban siempre los chinos antes de “la cosa”). Quiero preguntar si puedo hacer la cita ahí mismo, sin llamar por teléfono. No necesitaba ni había pensado en un corte de pelo que tenía programado para el mes que viene. La tentación era grande. Recordé a mi hija Samantha. Ella debía tomar el autobús 105 para ir a estudiar, pasaba poco y con gran irregularidad. Decía que cuando veía uno, y aunque fuera para otro lado, se subía igual para aprovechar esa rara ocasión. En New Style me atienden enseguida. La cita es así:

--Entra amigo que te atendemos ya mismo; no llama por teléfono.

Y como si hubiera hecho la cita con días de anticipación entro para tener un inesperado corte de pelo. Estamos en la anormalidad de la “nueva” normalidad. Me siento anormalmente revivido mientras me cortan el cabello. Es la misma peluquería masculina de siempre, los mismos y queridos chicos musulmanes, siempre eficientes, siempre simpáticos, siempre impecables e implacablemente limpios. Queda en la Avinguda Burjassot, una manzana más al norte de Cash Converters donde hay un enjambre de africanos pululando cerca de su puerta a pesar de que está cerrado. Seguían allí, expectantes de una reapertura inesperada para alegrar sus oscuras finanzas seguramente afectadas por “la cosa”.

El chico que me corta, Ahmad, casi no tiene acento al hablar. Me pregunta si en Uruguay conocen las fiestas musulmanas. Le contesto que la enorme mayoría de mis compatriotas las ignoran. Le agrego que tampoco conocen las festividades judías y muy poco las cristianas. Hace más de un siglo que no existe religión de estado. Hasta han cambiado los nombres: Navidad es ‘El día de la familia’, Reyes el ‘Día de los niños’ y Semana Santa es ‘Semana de turismo’.  

Ahora Ahmad me dice:

--Tienes que contarles; yo te recordaré las fiestas que tenemos ahora. Yo soy de Pakistán.

Y así, mientras las distintas máquinas y tijeras cortan el pelo y ayudan a mi bienestar con la ilusión de masajes, voy aprendiendo del mundo cultural de mi peluquero. Da gusto enfrentarse a la filosa navaja de hojas cambiables que usan al final para afeitar los detalles. Produce un ruido y una vibración única. Es la de los pelos ya duros y cortos como barba. Los elimina, los corta, los rasura hasta la piel. La sensación es sonora y táctil a la vez. Es un murmullo, no es un sonido viajando por el aire, se siente por su vibración a través de la piel que luego reverbera en mi cabeza.

Mientras esto sucede me sigue contando de sus festividades. Ahora es el Ramadán, terminará pronto, el 23 de mayo. Conozco lo qué es y cómo se practica.  Mi hija Eloísa hace 25 años que trabaja con egipcios.

--Ah, bueno entonces tú sabes del Eid al-Fitr, ¿verdad?

Sí, claro que la recuerdo. Es cuando termina el ayuno de Ramadán. Se come abundantemente, se estrena ropa nueva y dura tres días.

--También tenemos Eid al-Adha, hacemos sacrificio de corderos.

Conozco y detesto. Los sacrificios de animales me parecen odiosos, abominables. Aun así, no dejan de tener su sentido vital como herencia de esa larguísima prehistoria-historia del ser humano que seguimos arrastrando hoy.    

Así, por € 5 tuve un corte de cabello, algo que no era necesariamente urgente pero que mal no vino. Sentí masajes figurados en mi cabeza que me produjeron bienestar. Lo mismo que le sucedería a cualquier mamífero incluyéndonos a nosotros, los homo sapiens-sapiens (aunque no tan sapiens últimamente). También aprendí muchas cosas de las festividades musulmanas. Me sentí conmovido al comenzar la verdadera desreclusión este día. Fue la cuota Nº1 por revivir a plazos.

Todo por € 5.

Valencia, 19 de mayo de 2020

martes, 26 de mayo de 2020

EL RIESGO DE ESCRIBIR por Vicen Tormo




EL RIESGO DE ESCRIBIR 



      Will se despertó a las cuatro de la mañana. 
   Se despertó como Will. Su nombre verdadero lo había olvidado y era ese el único que recordaba. 
Era así cómo le habían llamado y resonaba en su cerebro como ciertamente literario. En el sueño aparecía 
una caja llena de manuscritos con la letra apelotonada, de un tamaño más bien pequeño pero de una 
caligrafía exquisita. Los papelitos tenían títulos. En mayúscula se podía leer PÁGINAS MATUTINAS. 
Will o William siguió pensando en esos escritos que su personaje onírico había encontrado. Tal vez fuera 
él mismo o un alter-ego. Un otro yo. Dedujo que eran los retales de un diario. Muchos de ellos habían 
sido escritos siguiendo el método Cameron. Otros sin embargo estaban escritos sin seguir ningún tipo de
ejercicio. Todo esto lo sabía a ciencia cierta. El recuerdo era vívido.
        A esa hora de la madrugada, en medio de la oscuridad salió al balcón y contempló el paisaje. Las 
palmeras, los adosados y el mar. Sus ojos casi no podían abrirse. Los párpados estaban perezosos como 
dos cubrecamas desperezándose. Se agarró a la barandilla y percibió el cansancio en su cuerpo tras el 
paso de un  tiempo eterno y  enfermo que empezara a deslizarse como una babosa roja, carnosa, por 
una escalerita de palos y sogas hacia los terrenos movedizos de un espacio post-pandémico. 
      Recordó del sueño que estos papeles los habría escrito mecánicamente, sin abrir casi los 
ojos, tal y como estaba ahora. Algunos eran la transcripción de los últimos efluvios de un sueño o unos 
recuerdos o unas sensaciones o un estado de ánimo, escritos casi sin levantar la pluma del papel. 
Los manuscritos se habían ido acumulando con el paso de los días, las semanas, los meses hasta 
contabilizar un par de años a juzgar por el volumen de papelitos. Era el trabajo de alguien que quería 
convertirse en escritor. 
      Se acercó a la cafetera que tenía en la cocina. Estaba medio llena y se calentó una taza de café y le 
añadió unas gotas de whisky Teacher’s que le había llegado por Amazon. En estos momentos todavía 
no recordaba su identidad aunque sí iba dándose cuenta de que su objetivo en la vida era escribir. Recordó 
que había empezado a escribir una novela y que esta estaba aparcada. También recordó aquellos cursos online, 
con las fórmulas express y ese exceso de información de muchas clases seguidas, vomitadas como churros y 
lanzadas al buzón de gmail  y a su cabeza al mismo tiempo.
Tomó un sorbo caliente y añadió más gotas de escocés. Entonces recordó otro libro que se leyera hacía 
también mucho y que destripó y anotó. Era “De que hablo cuando hablo de escribir” de su idolatrado 
Haruki Murakami.
        ¿Cuando se dio cuenta de que no estaba preparado para escribir una novela? Supongo que al ver 
que estaba a la deriva y no había forma de llegar a puerto por más entusiasmo y ganas que le pusiera. 
La decisión estaba tomada. Escribiría primero historias cortas, o muy cortas, o de tamaño mediano. 
Muchas, muchas. Las primeras escritas de un tirón, con todo tipo de temas y personajes. También decidió 
buscar concursos. Se presentó a unos cuantos. Y entonces sucedió lo que no se esperaba.
El trabajo de escritor había ido adquiriendo poder. 
Fiel a su forma de ser –eneagrama siete– no conseguía terminar muchas de las obras que empezaba. Su 
entusiasmo inicial se tornaba oscuridad. Los principios eran brillantes y su continuidad dependía de su 
estabilidad.
       Descubrió, a través de la escritura, sus deseos más profundos. 
      Estos se habían ido plasmando en las páginas matutinas, en sus ejercicios de escritura creativa, en 
sus ridículos cuentos y en sus intentos de relato más inspirados. Por aquel entonces también se matriculó 
en un curso de escritura presencial y aumentó el caudal literario de su torrente creativo de la mano de B.B. 
su profesora. Empezó a publicar en un blog llamado “La lengua quema en la punta”
El miedo le invadió.
No lo creeréis pero lo que escribía en sus relatos se hacía realidad.
Si escribía que su protagonista tenía arriesgados e intensos encuentros sexuales, esto mismo le sucedía 
al poco de haberlo escrito. 
Si escribía que sus personajes conseguían mucho dinero de forma inesperada esto mismo le sucedía al 
poco de haberlo escrito en forma de devoluciones de hacienda o con algún cuantioso premio de la lotería 
de Navidad.
Escribió sobre un ser maravilloso con quien se fugaba y sucedió.
Escribió sobre separación y se separó.
Escribió sobre vivir solo en un apartamento junto al mar y aquí estaba escribiendo desde un séptimo 
piso con vistas al mar Mediterráneo.
Siguió escribiendo sobre la depresión y se deprimió. Escribía sobre la alegría, la felicidad, el goce de la 
vida y esto se produjo.
       Llegó a una conclusión. Más que una herramienta la pluma era un arma de gran calibre. Peligrosa y 
preciosa en sus manos. Volvió a escribir que podía perder y perdió. Escribió sobre escribir y se puso a 
escribir sin parar.  Escribió sobre leer y no pudo parar de hacerlo. Entonces vació la caja de los escritos 
matutinos y los leyó todos y se asustó. Leyó sobre su vida, sobre la muerte, sobre el amor y el dolor, 
sobre la iluminación y la locura, sobre la salud mental y lo insano, sobre el Universo y la nada, sobre la 
amistad y el aislamiento, sobre la música y el silencio absoluto. Sobre escribir o no escribir.
Cuando terminó de releer todos los manuscritos que cuidadosamente había ido guardando en una caja, 
todos fechados y plegados, atados con gomas elásticas formando fajos tomó otra determinación. Se 
despidió de ellos. Los metió en una bolsa de papel rígido de color marrón oscuro y la ató fuertemente 
con las asas para que nada pudiera escapar. Bajó a la calle. Se dirigió sin pensar a los contenedores. 
Pisó el pedal que abría una de las fauces de esos devoradores de pasado y decidió no darles tregua ni 
reciclado evitando el depósito de cartón y optando por los desechos biológicos para no volver a ver ni 
transformados esos resíduos orgánicos en toda su vida.
       Ahora se anda con cuidado con lo que escribe porque ya sabe que la escritura es magia y la magia 
existe porque la realidad se puede crear. Lo que se escribe se cumple, al menos a él le pasó.
      Tomó los últimos sorbos de café con alcohol del que cura las heridas profundas y rellenó 
el vasito prescindiendo del café. Se acercó a la estantería. Abrió al azar el libro de Cameron y leyó:
“Al escribir estamos describiendo y decidiendo la dirección que toma nuestra vida”
Página 160
El Camino del Escritor 
Curso de escritura creativa
Julia Cameron



Tomó de un trago su última medida, destruyó el manuscrito que acababa de redactar y pensó:
–”Prefiero no arriesgar. Me muero por ser escritor”
(1152 palabras arriesgadas)

Nuevo ejercicio del libro con meta literatura


La misma historia que la anterior con algún detalle corregido, para mejor o para peor.


Y ahora que todo ha terminado
Solo has de volver la página
Y habré desaparecido
(Elton John)

Navidades de mil novecientos sesenta y cinco, creo que fue cuando comencé a conocer la situación que me rodeaba. Día de navidad por la mañana una lluvia fina tropezaba contra el parabrisas de la Barreiros. Transportábamos un cargamento de unos cuantos cientos de kilos de tubos de acero cargados sobre el techo de la furgoneta. Fue en uno de esos lugares que no entran en los recorridos turísticos, los polígonos industriales que parecen seres extraños donde la nieve se vende en papel no reciclado entre humo y agua estancada.
El ruido de doscientos tubos de acero de cinco metros de largo vertiéndose sobre el asfalto cortó la poca circulación.
Tenía catorce años y era mi primer trabajo.

Sentado sobre los tubos abandonados a la espera de que vinieran a recogerme la lluvia comenzaba a ser aguanieve. Sentía frío, pero me encontraba como el protagonista de alguna aventura, sentir el poder de resistir, la espera y con la seguridad que al final, pasara lo que pasara sería beneficioso.
Me dio tiempo a inspeccionar, el lugar era de cables no empotrados, donde la luz se engancha sin toma de tierra donde se amontona el sol sobre deshechos de pisos (cocinas, lavabos, váteres, azulejos, grifería) entre muros a medio caer, ruinas, colgajos de hormigón, adornos de la realidad donde se dibujan signos entre cabezas de animales.

De calles sin asfaltar llenas de agujeros donde la profundidad era un misterio, quizás en uno de esos fue el culpable del accidente, caminos de tierra que se adentraban si saber a dónde, senderos que se alargan, que avanzan entre cardos y espigas rechazadas por las cosechadoras. Entre límites que se elevan, que se hunden entre el espejismo en tierras vaciadas.

Territorios donde crece el maíz entre derribos y desahucios.

Sentado sobre los tubos sentía el viento pobre, es decir frío.
Anochecía entre las hogueras de bidones de Cepsa donde se amontonaban muchachas dorándose en la noche.

(Extraño mundo de cenizas sobre el barro de la nieve negra).


Dos faros avanzaban por una pequeña loma, se acercaban por un camino de piedras, al fin venían a rescatarme. Mientras cargaban la mercancía pude entrar en calor a la luz de las hogueras.
En una de ellas dos individuos bromeaban quemando un lagarto, una rata y una culebra. Aquellos chirridos y todo este día marcaron mi territorio.

Con la ausencia de testigos pongo una nueva placa en la puerta de entrada (Israel Zimmermann - Investigador).
Desde entonces me gusta merodear por las calles cuando el silencio se recoge para no ser oído, hay lugares donde no es fácil caminar, solo, sin rumbo, es sospechoso, no tienes pinta de inocente, es como declarar unas intenciones poco recomendables.

Investigo cobardías colgadas del perchero, como la gabardina que me cubre.
La Olivetti de textos oficiales a veces llora y emborrona la letra A mayúscula.

Llegó el hombre (cliente).
Sobre la mesa, el hombre (cliente), estrelló la foto de una mujer, de forma violenta, una foto de estudio. En su reverso sus señas.
Era un rostro lleno de fracaso.

(Hay días que la claridad no es el sonido del día).

Al parecer ella (la de la foto) tenía algo que el hombre (cliente) deseaba. Una fotografía que lo comprometía y podría destruirle.
Tengo que rescatar el pasado del hombre (cliente).

Lunes, en el kiosco del Parque Luxemburgo, donde vivía ella (la de la foto). La cerveza se calienta, porque es lunes y hace calor y llevo la mañana observando un oscuro portal. Nadie salió del edificio.  

Miércoles, salió, ella (la de la foto) con guantes de forense, se acercó a la soledad del hombre (cliente) entre olor a escombros, entre restos de vigas con moscas, por el camino rojo de hormigas bajo zapatos de barro.
Salió, ella (la de la foto) la que guardaba la felicidad en urnas de humo, salió de su cueva como un lagarto.
El acero rompió los órganos, desgarro las vísceras y la cabeza cayó mansamente sobre el hombro derecho del hombre (cliente).
Ella (la de la foto) después, se compró un collar de piedras grises.
Sin arrepentimiento mantuvo la entereza, con una hoz en la mano derecha subió al estrado y juró ante la biblia la verdad de su cansancio, la necesidad inútil de su sacrificio

¿Cómo fue? Dijo el juez
Apreté hasta encontrar el dolor del grito, hasta que dejó de moverse dijo ella (la de la foto)

En la sala se oía la voz amarga como la última gota de sangre de un costado abierto.
Quería llorar y decir su nombre, el del hombre (cliente) y volver a matarlo.

Llegó el invierno con su basura en bolsas de plástico.  En los patios la ropa se seca entre fundas de plástico, con los geranios, para que no sufran los rigores del frío.

Vuelvo a estar sentado sobre una montaña de tubos de acero de entre cinco y seis metros de largo esperando mi rescate. Esta vez no hace frío, el tiempo está cambiando, dos policías municipales me aguardan a la salida de un pequeño restaurante.
Es nochebuena y por estos lugares la gente solitaria no es recomendable, ya lo sabes Israel. Gracias Cleo contesté, hasta mañana.

Cierro la puerta y el restaurante se queda a oscuras, el Watts up se llena de mensajes con bolsas de color rojo.
-       Tenga cuidado inspector se encuentra muy rara la noche con este calor.
-       Feliz Navidad, contesté


En forma de epílogo (meta literatura)

No es difícil comprender que la historia no comienza cuando naces, simplemente la historia es el primer recuerdo que te arrincona sobre la lona del cuadrilátero. Palabras al estómago, directas al cerebro a un hígado castigado por el alcohol de frases mal destiladas. El bourbon solo queda para los bohemios que nunca pisaron un establo.

Esta historia es solo un pedazo bruto sin flores y si alguna existe seguro que ya ha marchitado.
Cuatro frases se necesitan para describir una vida, cuatro frases que al final se agolparan en una piedra con solo cuatro letras.
Literatura, escusa para salvarnos, antídoto al veneno que llevamos dentro,  estructura para matizar, arquitectura.

Esta historia no tiene nada de esto, ni siquiera hay frases y si las hay es posible que incoherentes, letras en combinaciones mal elaboradas que suenan no a piedras, sino que se sienten como guijarros entre las sandalias. Ni siquiera sirve para la salvación, ni ser antídoto, ni siquiera hay veneno. Esta historia no tiene arquitectura solo pretende ser un refugio una cabaña en el bosque junto a un lago, como haría Thoreau a orillas del Walden, ¿pretencioso?, seguro. ¿A veces un plagio?, quizás, pero ¿Quién no roba ese botín?

Siempre hay un tango (Ejercicio Nº18: escribir sobre escribir)



Siempre hay un tango

“Estás desorientao y no sabés
qué trole hay que tomar para seguir
Y en este desencuentro con la fe
querés cruzar el mar y no podés."

(Primera estrofa de la letra del tango Desencuentro de Cátulo Castillo)

Lidia, estupenda pianista de mi generación y gran amiga, afirma que para cada situación de la vida hay un tango. Por eso “estoy desorientao…”. ¿Escribir sobre lo que se escribe? Hace un tiempo me preguntaron por qué quería y trataba de escribir. La respuesta no se hizo esperar: escribir es como hacer música activa pero mi actual condición física lo impide. Interpretar, expresarse, decir algo a través de la abstracción de los sonidos es hacer música, y requiere grandes dosis de mecánica corporal, fisiología adecuada y destreza psicomotriz. Pintar, bailar, tocar, actuar, cantar, recitar y otras artes de representación (entre las que pongo al fútbol y otros deportes de gran público) requieren no sólo sapiencia y capacidad artística, también mucha resistencia física. Escribir no es igual. Escribir es pensar y transmitir, es crear emociones. Borges estuvo ciego gran parte de su vida pero siguió “escribiendo”. J.C. Onetti no podía teclear más de 3 letras seguidas; por eso dictaba sus obras a Dolly, su mujer. Improvisaba sobre un esqueleto de ideas garabateadas con lápiz en un cuaderno de escuela. Dolly lo anotaba en Gregg y luego mecanografiaba lo que sería un texto. Escribir es, más bien, pensar e imaginar. Como no soy un filósofo dejaré esto para mi tío que con su pragmatismo gallego lo diría de forma muy concreta: “Pensar es decidir si pisas la boñiga fresca o te metes hasta la rodilla en el lodo de la cuneta”.

Escribí más arriba: crear emociones. Para transmitirlas uno debe empezar por tenerlas. Se trata de eso, de que esa emoción que nos embarga genere una historia, un personaje, una situación, un escenario, un hecho ficticio que pueda mover sensiblemente al lector. La emoción producida no tiene porqué ser igual pero si no aparece, el texto no existe; no sería más que un folleto explicativo (¿realmente?) como el del lavaplatos. La emoción es un concepto muy amplio, muy general. Diferentes aspectos de esa emoción van a salir al escribir; primero en quien genera el texto y luego en sus lectores. Un admirado poeta sentenciaba: “…puestos a amar la literatura, uno debería empezar por la propia. Porque si no amas lo propio, ya me dirás entonces quién te va a amar a ti. Puestos a amar a un padre, pues amas a tu padre y no al padre de tu vecino”. Más adelante “…la gran creación de mi literatura fui yo mismo”.* Otro escritor de renombre decía: “Para un escritor (de los creativos) poseer la verdad es menos importante que demostrar sinceridad emocional”.**

Siempre somos nosotros. Nosotros somos todos y todo lo creado.  Y surge el tango:

“Uno busca lleno de esperanzas
el camino que los sueños
prometieron a sus ansias.
Sabe que la lucha es cruel y es mucha,
pero lucha y se desangra
por la fe que lo empecina."

(Primera estrofa de la letra del tango Uno de E. Santos Discépolo)

Pero ser admirador de uno mismo requiere coraje y mucho criterio. Buscar con esperanzas y a sabiendas de que el empecinamiento por querer decir algo que emocione va a depender de tener mucha fe para luchar y aguantar el desangrado. Aún así no será fácil sentirnos capaces de amar lo que creamos. Nos tiene que gustar; tiene que atraernos, tiene que generar emociones. Es lo único real, ya lo produzca en un oyente de música o poesía, un lector de libros o ensayos, un espectador de ballet o de cuadros. Igor Stravinsky solía decir que sus obras eran un 95% de trabajo duro y un 5% de inspiración. Está claro entonces que ambas se complementan; una sin otra no llegan a generar el acto artístico.

Si uno logra evitar frases hechas y clichés, usar los tiempos verbales adecuados, encontrar las metáforas puras o las impuras, definir el objetivo del personaje, redactar en primera o tercera y hasta en segunda persona, ubicar una visión como omnisciente o no, evitar signos exclamatorios, usar la autoficción creando un pacto novelesco, decidir sobre la secuencia de los hechos mezclando pasado y presente, encontrar el ritmo lento y rápido adecuado al momento, conocer las normas para luego saltarlas, evadir la tentación de agregar rellenos innecesarios, simplificar al máximo las expresiones, evitar queísmos y leísmos, cargar los gerundios al Index, entender los diálogos como tiempo real, establecer imperativos y no infinitivos, esquivar cosas y algos, desechar adjetivos sobrantes, hallar un oxímoron útil, meternos en la piel del personaje, establecer un correlato objetivo sin que se note, soñar con una digresión que empuje la narración, desarrollar una elipse triunfadora, aceptar que un iceberg no es necesariamente fatal, todo esto sumado a escribir sin errores ni de ortografía ni de sintaxis, me pregunto si así podré realizar un relato. No, no tengo un relato aún. Siento el momento de más tango (otra estrofa de Uno):

“Uno va arrastrándose entre espinas
y en su afán de dar su amor
sufre y se destroza hasta entender
que uno se ha quedado sin corazón.”

Finalmente viene lo más importante: debo ser siempre política, social, humana y económicamente incorrecto. Por si esto es poco agrego una inolvidable dosis de osadía y alcurnia y terquedad y destemplanza y procacidad y tontería y maldad* a más de mi innata necesidad de sarcasmo, de ironía y de rencor. Aún sigo sin relato. Por más que use metódicamente todo lo que menciono, si no siento emoción no podré transmitir nada. Y si no transmito nada no conmoveré al lector. Sin conmover, sin emocionar, por muchas o pocas palabras que apile, no pasará nada. Entonces sobreviene otro tango:

                            Si la vida me ha cambiao
                            y en el vicio yo me escondo,
                            es que llevo un dolor hondo,
    de vencido y fracasado,
    demasiadas ambiciones,
    demasiados sueños vanos,
    me llevaron de la mano,
    deshojando mi ilusión. 

(Primera estrofa del tango Estoy fracasado de Antonio Tormo)

*   Manuel Vilas en 700 Rinocerontes (ambas referencias)
** George Orwell: “For a writer (a creative one) possession of truth is less important than emotional sincerity”

lunes, 25 de mayo de 2020

Larva metaliteraria

A veces, la inspiración no comparece. Otras veces es el escritor quien no lo hace. Por suerte, nos quedan siempre los escritores del pasado, los engendros de escritor, los escritores larva.

Comparto, con algo de ternura y un poco de rubor, algunas notas de metaliteratura de mi larva adolescente (Pablo, 2000):

El mismo día que pudo conjugar un imperativo, Quintín Tero descubrió cuál era su oficio, decidió que había nacido para escribir historias y rehusó aceptar cualquier otro porvenir (…) Se le pasó a Quintín la vida leyendo, buscando entre las palabras de los otros las que habrían de ser suyas, encontrando en los demás el secreto que con tanto celo le ocultaba la vida. Fatigaba, incansable, cada libro que caía en sus manos, hasta que llegó a depender del tacto del papel y del olor de la tinta igual que el morfinómano. Saqueó bibliotecas, esquilmó librerías, anduvo y desanduvo la Cuesta Moyano hasta que su cuerpo asimiló el camino tanto como el acto de dar cuerda a su reloj (…) Con el tiempo, dominó el arte de la encuadernación y, más aún, los secretos narrativos. Aprendió a combinar las palabras con precisión de relojero, a construir párrafos medidos con minucia. Se permitía, y los resultados no eran en absoluto desdeñables, hasta corregir a los clásicos: reescribió El Quijote y trató de vender una edición mejorada de Los tres mosqueteros (…)  Leía, y cuanto más leía más intensamente sentía su vocación, más escritor se sentía. A cada paso encontraba párrafos que perfectamente podían haber salido de su pluma (…) Dominó la palabra como pocos, convirtió la literatura en el motor de su existencia y su existencia en un nuevo pretexto para la literatura. Vivió en escritor, con la pluma entre los dedos, esperando su momento de gloria, y murió como tal, aguardando la primera palabra de su historia ante un cuaderno eternamente inmaculado.


Ejercicio Libro con un epílogo meta literatura


Que la piedad no sea vuestro aliado, necesito estar bajo presión. Los tiempos están cambiando y se siente como se ablanda la mano y el cerebro tiene días líquidos que se esparce por dios sabe donde.
Please sin piedad, os seguiré queriendo. Bárbara y compañeros afilad tijeras

LA HISTORIA

Y ahora que todo ha terminado
Solo has de volver la página
Y habré desaparecido
(Elton John)

Navidades de mil novecientos sesenta y cinco, creo que fue cuando comencé a conocer la situación que me rodeaba. Día de navidad por la mañana una lluvia fina tropezaba contra el parabrisas de la Barreiros. Transportábamos un cargamento de unos cuantos cientos de kilos de tubos de acero cargados sobre el techo de la furgoneta. Fue en uno de esos lugares que no entran en los recorridos turísticos, los polígonos industriales que parecen seres extraños donde la nieve se vende en papel no reciclado entre humo y agua estancada.
El ruido de doscientos tubos de acero de cinco metros de largo vertiéndose sobre el asfalto cortó la poca circulación.
Tenía catorce años y era mi primer trabajo.

Sentado sobre los tubos abandonados a la espera de que vinieran a recogerme la lluvia comenzaba a ser aguanieve. Sentía frío, pero me encontraba como un protagonista de alguna aventura, sentir el poder de resistir la espera y seguro de que al final pasara lo que pasara sería beneficioso.
Me dio tiempo a inspeccionar, el lugar era de cables no empotrados, donde la luz se engancha sin toma de tierra y se amontona el sol sobre deshechos de pisos (cocinas, lavabos, váteres, azulejos, grifería) entre muros a medio caer, ruinas, colgajos de hormigón, adornos de la realidad donde se dibujan signos entre cabezas de animales.

De calles sin asfaltar llenas de agujeros donde la profundidad era un misterio, quizás uno de esos fue el culpable del accidente, caminos de tierra que se adentraban si saber a dónde, senderos que se alargan, que avanzan entre cardos y espigas rechazadas por las cosechadoras. Entre límites que se elevan, que se hunden entre el espejismo en tierras vaciadas.

Territorios donde crece el maíz entre derribos y desahucios.

Sentado sobre los tubos sentía el viento pobre, es decir frío.
Anochecía entre las hogueras de bidones de Cepsa donde se amontonaban muchachas dorándose en la noche.

(Extraño mundo de cenizas sobre el barro de la nieve negra).


Dos faros avanzaban por una pequeña loma, se acercaban por un camino de piedras, al fin venían a rescatarme. Mientras cargaban la mercancía pude entrar en calor a la luz de las hogueras.
En una de ellas dos individuos bromeaban quemando un lagarto, una rata y una culebra. Aquellos chirridos y todo este día marcaron mi territorio.

Con la ausencia de testigos pongo una nueva placa en la puerta de entrada (Israel Zimmermann - Investigador).
Desde entonces me gusta merodear por las calles cuando el silencio se recoge para no ser oído, hay lugares donde no es fácil caminar, solo, sin rumbo, es sospechoso, no tienes pinta de inocente, es como declarar unas intenciones poco recomendables.

Investigo cobardías colgadas del perchero, como la gabardina que me cubre.
La Olivetti de textos oficiales a veces llora y emborrona la letra A mayúscula.

Llegó el hombre (cliente).
Sobre la mesa, el hombre (cliente), estrelló la foto de una mujer, de forma violenta, una foto de estudio. En su reverso sus señas.
Era un rostro lleno de fracaso.

(Hay días que la claridad no es el sonido del día).

Al parecer ella (la de la foto) tenía algo que el hombre (cliente) deseaba. Una fotografía que lo comprometía y podría destruirle. Tengo que rescatar el pasado del hombre (cliente).

Lunes, en el kiosco del Parque Luxemburgo, donde vivía ella (la de la foto). La cerveza se calienta, porque es lunes y hace calor y llevo la mañana observando un oscuro portal. Nadie salió del edificio.  

Miércoles, salió, ella (la de la foto) con guantes de forense, se acercó a la soledad del hombre (cliente) entre olor a escombros, entre restos de vigas con moscas, por el camino rojo de hormigas bajo zapatos de barro.
Salió, ella (la de la foto) la que guardaba la felicidad en urnas de humo, salió de su cueva como un lagarto.
El acero rompió los órganos, desgarro las vísceras y la cabeza cayó mansamente sobre el hombro derecho del hombre (cliente).
Ella (la de la foto) después, se compró un collar de piedras grises.
Sin arrepentimiento mantuvo la entereza, con una hoz en la mano derecha subió al estrado y juró ante la biblia la verdad de su cansancio, la necesidad inútil de su sacrificio

¿Cómo fue? Dijo el juez
Apreté hasta encontrar el dolor del grito, hasta que dejó de moverse dijo ella (la de la foto)

En la sala se oía la voz amarga como la última gota de sangre de un costado abierto.
Quería llorar y decir su nombre, el del hombre (cliente) y volver a matarlo.

Llegó el invierno con su basura en bolsas de plástico.  En los patios la ropa se seca entre fundas de plástico, con los geranios, para que no sufran los rigores del frío.

Vuelvo a estar sentado sobre una montaña de tubos de acero de entre cinco y seis metros de largo esperando mi rescate. Esta vez no hace frío, el tiempo está cambiando, dos policías municipales me aguardan en la puerta de un pequeño restaurante. Es nochebuena y por estos lugares la gente solitaria no es recomendable.

Cierro la puerta y el restaurante se queda a oscuras, el Watts up se llena de mensajes con bolsas de color rojo.
-       Tenga cuidado inspector se encuentra muy rara la noche con este calor.
-       Feliz Navidad, contesté


En forma de epílogo (meta literatura)

No es difícil comprender que la historia no comienza cuando naces, simplemente la historia es el primer recuerdo que te arrincona sobre la lona del cuadrilátero. Palabras al estómago, directas al cerebro y un hígado castigado por el alcohol de frases mal destiladas. El bourbon solo queda para los bohemios que nunca pisaron un establo.

Esta historia es solo un pedazo bruto sin flores y si alguna existe seguro que ya ha marchitado.
Cuatro frases se necesitan para describir una vida, cuatro frases que al final se agolparan en una piedra con solo cuatro letras.
Literatura, escusa para salvarnos, antídoto al veneno que llevamos dentro, flores de plástico que llamaran “Los Clásicos”, estructura para matizar, arquitectura.

Esta historia no tiene nada de esto, ni siquiera hay frases y si las hay es posible que incoherentes, letras en combinaciones mal elaboradas que suenan no a piedras, sino que se sienten como guijarros entre las sandalias. Ni siquiera sirve para la salvación, ni ser antídoto, ni siquiera hay veneno. Esta historia no tiene arquitectura solo pretende ser un refugio una cabaña en el bosque junto a un lago, como haría Thoreau a orillas del Walden, ¿pretencioso?, seguro. ¿A veces un plagio?, quizás, pero ¿Quién no roba ese botín?