Reviviendo a
plazos - (Diario de desreclusión, cuota Nº1)
I – Corte de pelo
No sé si es el zumbido del motor o la suave caricia que
siento en mi cuero cabelludo cuando me pasa la máquina. Me estremece. Hacía
mucho tiempo que no lo sentía. Son caricias pacientes, cuidadosas, casi
constantes. Recorren toda mi cabeza. No es sólo eso, también percibo un ligero
aroma que no sentía desde hace meses. Todo está inmaculadamente limpio pero siento
que hay algo flotando. No lo podría definir; no hay perfumes. Es algo que va
más allá de la percepción de un olor. Quizá sea el del aerosol de agua;
totalmente inodoro pero reactivo entre el cabello y el cuero cabelludo. Vaya
uno a saber.
Es que hoy visité una peluquería por primera vez después de
casi tres meses. Entré sin querer, casi por accidente. Había salido tarde para
la caminata de los mayores. Pensé que si iba por mi panadería favorita, el Forn Tendetes de Burjassot, obtendría
una barra de pan exquisita y a la vez me serviría de excusa ante la querida pero
ahora, “gestapienta” policía. Entenderían que sólo estaba fuera de la franja
horaria estipulada por haber ido a comprar pan, acción permitida. Debo confesar
que ya tengo seis barras acumuladas en el congelador y además, no como mucho
pan. Para agregar un par de cientos de metros a mi caminata dentro del
perímetro de los mil metros del gueto decidí ir hasta el semáforo habilitado y
así cruzar correctamente, algo que nunca hacía. Llevaba mi barra ostensiblemente
visible, como judío con su estrella amarilla en la Alemania de 1937. Al cruzar
pasé frente a la peluquería que solía visitar antes de que apareciera “la cosa”.
Se llama New Style. Miro hacia
adentro y veo que está vacía. Grito desde la acera para sobrepasar con mi
cascada y poco impostada voz la barrera de la mascarilla china (y que usaban siempre
los chinos antes de “la cosa”). Quiero preguntar si puedo hacer la cita ahí
mismo, sin llamar por teléfono. No necesitaba ni había pensado en un corte de
pelo que tenía programado para el mes que viene. La tentación era grande.
Recordé a mi hija Samantha. Ella debía tomar el autobús 105 para ir a estudiar,
pasaba poco y con gran irregularidad. Decía que cuando veía uno, y aunque fuera
para otro lado, se subía igual para aprovechar esa rara ocasión. En New Style me atienden enseguida. La cita
es así:
--Entra amigo que te
atendemos ya mismo; no llama por teléfono.
Y como si hubiera hecho la cita con días de anticipación
entro para tener un inesperado corte de pelo. Estamos en la anormalidad de la “nueva”
normalidad. Me siento anormalmente revivido mientras me cortan el cabello. Es
la misma peluquería masculina de siempre, los mismos y queridos chicos
musulmanes, siempre eficientes, siempre simpáticos, siempre impecables e implacablemente
limpios. Queda en la Avinguda Burjassot, una manzana más al norte de Cash Converters donde hay un enjambre de
africanos pululando cerca de su puerta a pesar de que está cerrado. Seguían
allí, expectantes de una reapertura inesperada para alegrar sus oscuras
finanzas seguramente afectadas por “la cosa”.
El chico que me corta, Ahmad, casi no tiene acento al
hablar. Me pregunta si en Uruguay conocen las fiestas musulmanas. Le contesto que
la enorme mayoría de mis compatriotas las ignoran. Le agrego que tampoco
conocen las festividades judías y muy poco las cristianas. Hace más de un siglo
que no existe religión de estado. Hasta han cambiado los nombres: Navidad es ‘El
día de la familia’, Reyes el ‘Día de los niños’ y Semana Santa es ‘Semana de turismo’.
Ahora Ahmad me dice:
--Tienes que
contarles; yo te recordaré las fiestas que tenemos ahora. Yo soy de Pakistán.
Y así, mientras las distintas máquinas y tijeras cortan el
pelo y ayudan a mi bienestar con la ilusión de masajes, voy aprendiendo del
mundo cultural de mi peluquero. Da gusto enfrentarse a la filosa navaja de
hojas cambiables que usan al final para afeitar los detalles. Produce un ruido
y una vibración única. Es la de los pelos ya duros y cortos como barba. Los elimina,
los corta, los rasura hasta la piel. La sensación es sonora y táctil a la vez.
Es un murmullo, no es un sonido viajando por el aire, se siente por su
vibración a través de la piel que luego reverbera en mi cabeza.
Mientras esto sucede me sigue contando de sus festividades.
Ahora es el Ramadán, terminará pronto, el 23 de mayo. Conozco lo qué es y cómo
se practica. Mi hija Eloísa hace 25 años
que trabaja con egipcios.
--Ah, bueno entonces
tú sabes del Eid al-Fitr, ¿verdad?
Sí, claro que la recuerdo. Es cuando termina el ayuno de
Ramadán. Se come abundantemente, se estrena ropa nueva y dura tres días.
--También tenemos Eid
al-Adha, hacemos sacrificio de corderos.
Conozco y detesto. Los sacrificios de animales me parecen odiosos,
abominables. Aun así, no dejan de tener su sentido vital como herencia de esa
larguísima prehistoria-historia del ser humano que seguimos arrastrando hoy.
Así, por € 5 tuve un corte de cabello, algo que no era necesariamente
urgente pero que mal no vino. Sentí masajes figurados en mi cabeza que me
produjeron bienestar. Lo mismo que le sucedería a cualquier mamífero
incluyéndonos a nosotros, los homo sapiens-sapiens (aunque no tan sapiens
últimamente). También aprendí muchas cosas de las festividades musulmanas. Me
sentí conmovido al comenzar la verdadera desreclusión este día. Fue la cuota
Nº1 por revivir a plazos.
Todo por € 5.
Valencia, 19 de mayo de 2020