domingo, 27 de octubre de 2019

Ejercicio 3: Mateo y la rebelión de los copos de nieve.



 MATEO Y LA REBELIÓN DE LOS COPOS DE NIEVE O "CUÁNTO FALTA... PARA EL VERANO?"


“ Lo sé, papá, mañana hará calor” insiste Mateo, y contando con los dedos razona: “porque, mira, si ayer hizo frío, antes de ayer hizo frío y viento y antes de antes de ayer llovió, pues...”se queda pensativo en sus cálculos y de repente se le ilumina la cara y exclama con un entusiasmo totalmente fervoroso y fuera de toda lógica “mañana hará calor!”
Coge una galleta del paquete rasgado y la moja en el vaso de leche calentita que le ha puesto su padre para merendar y de su boca sale un minúsculo y encantador hilillo de vaho; mientras se come la galleta con la mirada ausente, en sus ojos se puede vislumbrar cómo "surfea" entre imágenes veraniegas con su bañador de Spiderman, que todavía permanece en el altillo, y su tabla de corcho azul marino que lleva serigrafiada una enorme rana de colores dando un gran salto: guerras de pistolas de agua, castillos de arena con fosas llenas de cocodrilos, tirarse de bomba a la piscina... 
Nacho se sonríe con cierta resignación, mueve la cabeza, mira por la ventana y se lleva una mano a la cara y a continuación dice con tono socarrón “Entonces qué, Mateo, mañana vamos a Aquarama?”y esboza un gesto de hacerle cosquillas a su hijo en la tripa, a lo que el niño reacciona con un brutal y huracanado “SI”, salta de la silla y echa a correr por el comedor con alegría hasta que tropieza con el edredón medio caído que yace en el sofá.
Podría ser una tarde del mes de Febrero cualquiera, pero el niño no está de vuelta del cole, ya no hay, ni su padre sale de una estresante jornada laboral, ambos están de vacaciones porque…. Ya es 31 de Julio.
El verano más frío de la Historia: en otoño ya se percibió que la Tierra empezaba a moverse muy ligeramente mas lento, se sabía desde entonces que esto iba a acarrear una serie de consecuencias extraordinarias, una de ellas era esta: el más crudo invierno en el mes de Agosto. Este fenómeno se seguía con pasión por la mayoría de los habitantes del planeta.
Por casi todos. Mañana, 1 de Agosto, Mateo cumple 6 años y lleva meses planeando su cumpleaños en el parque acuático.
Aunque cumplir años en el mes de Agosto resulta un poco “solitario”, como él mismo reconoce, porque todos sus amigos están en los apartamentos y los chalets o de viaje, le encanta el agua y esta nunca falta en sus fiestas de cumpleaños, que suele pasar con alguno de sus primos o amigos que esté de paso por la ciudad ese día; así que para él y para ese “invitado sorpresa” suelen ser todos los honores. 
En este “Verraro”, en cambio, todas las piscinas permanecen inermes y descuidadas, yacen en estado de semi abandono debido a la falta de expectativas de que vayan a ser usadas. El mundo observa este curioso fenómeno meteorológico.... o acuden a las estaciones de esquí, a la espera de una posible nevada. 
Dadas las circunstancias, Nacho ha cambiado sus habituales planes de cumpleaños bajo el sol, por uno que Mateo pueda recordar por mucho tiempo...
Ahora es noche cerrada, Mateo ya duerme desde hace un par de horas, su padre descansa en el sofá, mientras revisa el correo en el portátil. La mesa donde antes Mateo se tomaba la merienda, ahora está inundada de bolsas, con artículos de fiesta: globos, tiras de banderas de colores, piñata... todo revisado. 
Por la ventana solo se ve noche, un trozo de Negro inmenso y sin fisuras, no hay estrellas ni luna, Mateo y su padre viven en la ciudad; hoy, como ayer, las farolas no se han encendido, por una avería a causa de la humedad. 
De repente, una minúscula y blanca figura  irrumpe en el inmenso y poderoso Negro: es un insignificante y casi imperceptible copo de nieve. Cae lenta y suavemente desde el marco superior de la ventana y la recorre con actitud indolente a la par que desafiante, unos segundos después van apareciendo dos, tres... seis, diez... cada vez son más y un poco más grandes, van cayendo con su dulce baile, suave y plácidamente, pero todos en la misma actitud firme y desafiante, con el mismo propósito: que el día siguiente amanezca nevado. 

"Papa, ya es de día!" Nacho -que lleva esa frase incrustada en el cerebro, por ser la primera que su hijo pronuncia cada día no laborable del año, no importa que hora sea, a condición de que haya luz- abre los ojos ligeramente malhumorado. Está en el sofá, con el edredón por encima, se quedó dormido antes de llegar a la cama, pero no pasa nada porque el sofá es cómodo. Se sienta lentamente y ve a su hijo pasar corriendo, con la sábana roja con estampado de telaraña de su camita anudada al cuello, para ante la ventana y se queda muy quieto, observando.
La misma ventana que unas horas antes era un inmenso cuadro nihilista ahora es toda ella un manto aterciopelado Blanco. Nacho contiene la respiración a la espera de la reacción de su hijo… tres segundos después el niño se gira y grita:
“Siiiii!!! es brutal!!! Hay nieveeee!!!”
Nacho estalla en una gran carcajada de alivio y se levanta lentamente dirección a la ventana mientras su hijo le estira de la mano. 
Media hora después, Mateo y Nacho ya están en la calle, todavía en pijama, con sus enormes parcas de buzo cerradas hasta arriba. Mateo intenta corretear y lanza nieve al aire, Nacho permanece quieto, ante el infinito paisaje de dunas blancas, que los copos rebeldes, uno tras otro, se empeñaron en dibujar ayer, mientras ellos dormían.

Son las doce del medio día, por fin luce el sol tras varios días de oscuridad invernal. Ese mismo paisaje está ahora adornado de fiesta con los globos y las banderas de colores atadas a varios árboles, una piñata de la cabeza de Spiderman cuelga torcida de una rama. Un montón de niños corren entre las dunas tirándose bolas de nieve, lanzándose con bolsas de plástico a modo de improvisados trineos o haciendo castillos de hielo con los juguetes de playa.

En las mesas hay varios termos con chocolate caliente y un bizcocho casero decorado con lacasitos... los padres picotean y se calientan con las tazas, charlan distendidamente mientras disfrutan de este insólito espectaculo.
Mateo se acerca corriendo a su padre, todo sudado, le usa de escudo humano y mientras esquiva el golpe de un proyectil, le dice a Nacho: "Lo ves, papa, te dije que hoy haría calor".


Ejercicio 3: Azul Pantone 300


Azul Pantone 300

Me es difícil describir el frío que me inundaba. Sí, una inundación de frío es la expresión más adecuada. Una inundación gélida de todo mi ser. Una inundación que nacía en mis entrañas y se desplazaba hacia afuera. Una inundación que me volvía consciente de partes del cuerpo que nunca creí que pudiera sentir. Una horrible sensación que va más allá del frío que jamás había padecido. Recordaba mi viaje a Spitsbergen, la isla al norte del círculo polar ártico cuando fui a fotografiar la recesión de los glaciares y sin embargo, para mi cuerpo, ese episodio era un viaje al caribe. Comencé a pensar que estaba entrando en otra dimensión, la dimensión de la muerte en la Tierra. Esperaba la luz al final de túnel pero no aparecía. Nada, ni túnel ni luz, solo frío. Había leído sobre la ECM (experiencia cercana a la muerte). Recurrentemente afloraba lo del túnel con la luz al final; la última visión antes de alejarse de la vida en esta dimensión. Entonces oigo a mi asistente que dice:

--¿En qué diablos está tu mente? No haces más que temblar. Logramos ya 10º en este refugio y con toda la ropa que llevas no deberías sentir frío!--

Miré por la pequeña ventana y una vez más vi el cielo del gris denso que aborrecía. Como fotógrafo no poseo la habilidad de las palabras, poéticas o no, para describir el color de ese cielo aunque fácilmente lo identifico como Pantone 431. Hubo toda una evolución en las tonalidades del cielo en los meses anteriores; pasaron del azul 300 al gris 432 pasando por los pardos 424 y 434. Todo fue consecuencia del nefasto incidente sobre el que varios científicos venían advirtiendo. A pesar de todo lo que mostro la televisión la gente seguía danzando convencidos de su existencia suprema; ignorantes de que el planeta no estuviera tan vivo y tan proclive a reacciones violentas como cualquiera de nosotros. Fue la explosión del Teide; resultó de una potencia equivalente a dos de las del Krakatoa de 1815; sus nefastos efectos igualmente universales. A partir de entonces se habían terminado las estaciones en la Tierra, solo cambiaba el tono del cielo siempre dentro de esos grises en la gama del Pantone 430. Era el tan nombrado invierno nuclear sin bomba nuclear. Astrid, mi rubia asistente sueca vuelve a hablar:

--Ahí tienes el resultado de tus plegarias. Todos estos años quejándote del cielo de Valencia; decías que era tan uniformemente azul como si lo hubieran hecho con Photoshop. Tantos días esperando que aparecieran nubes que pudieran romper esa monotonía cromática de tinte artificial de tarjeta postal barata. Decías que te conformarías igual con nubes como las del fondo de los títulos de los Simpson. ¿Ves? ¡Mira lo que has logrado! Hace meses que solo tenemos variaciones de grises difusos asquerosamente más cercanos al pelo de las ratas que a la aparentemente agradable apelación de ‘tono plomizo’, la aburrida expresión usada en las malas notas periodísticas—

Le replico: --No es eso lo que pasa por mi mente en estos momentos ni tampoco la tragedia que ha afectado a un tercio de la población mundial. Es este frío interno, un frío que nace de adentro y va tomando todo mi cuerpo. El frío existencial, un frío que congela mis posibilidades de sentir. Qué me importa la fotografía ahora; qué me importan los cientos de millones de afectados; qué me importa que usen la Albufera como pista de patinaje. Tampoco me doy cuenta de que hayas perdido una de tus piernas; sé lo que te cuesta moverte con tu pie ortopédico en estos caminos helados pero tampoco me importa. Solo me importa el frío que ha tomado todo mi cuerpo--

Astrid, no puede contenerse, vuelve a derramar lágrimas; hacía meses que venía llorando tan copiosamente como las nubes acumuladas que conformaban el cielo. Me contesta:

--No puedo aguantarte más. Tú te inventaste este viaje a los montes cercanos a Bocairent para lograr tu gran reportaje pictórico; el reportaje estrella sobre los afectados en el medio rural remoto de la Comunitat. Ni tu editor ni el director te lo recomendaron. Y ahora no sabes más que hablar del frío. Justamente a mí que pasé la niñez en una granja del norte de Suecia donde para nosotros este frío era igual a una agradable primavera. Además, los técnicos ya han establecido que todo irá desapareciendo gradualmente a partir de unos dos o tres años. ¡Qué es eso para nosotros que no hemos cumplido los 40 aún! El mundo sobrevivió aquel 1815 donde no existían ni la tecnología ni los recursos de hoy día. Todo pasará y volveremos al azul Pantone 300— Le replico:

--No me importa ni el reportaje ni Bocairent ni nada; solo es este frío interior que monopoliza mi capacidad de pensar y de sentir. Para peor ese puto SUV coreano Korando 4x4 ya no arranca. Es automático así que no necesitabas tu pie izquierdo; lo podrías haber conducido para sacarme de este inmundo y tétrico lugar sin esperanzas. No me conformo a esperar aquí el túnel de luz que me alejará del frío—

Miro otra vez por la pequeña ventana y el cielo sigue de varios grises anodinos; se perciben algunos tonos más densos que lo dejan como veteado. Casi no hay cambios ni me importan mucho. El frío que me ha inundado desde adentro no me da tregua. Miro a Astrid y me arrepiento de las cosas que le he dicho pero no me importa tampoco. Ha tenido un accidente muy doloroso con su Ducati y no tengo derecho a echárselo en cara a cada momento. Después de todo hay grandes deportistas con discapacidad, incluso de ambas piernas, que corren carreras y maratones con la ayuda de la ortopedia de nueva tecnología. Mi mente, o lo que el frío permite que todavía funcione, solo gira entorno a los tonos del cielo y a las nubes generalmente inexistentes para una fotografía paisajística publicable. Es que luego de haber sido un exitoso street shooter  en blanco y negro, un fotógrafo inconformista y de comprometida conciencia social en mis 20, pasé a la gran técnica y a la fotografía de lugares históricos y de paisajes. Tuve contratos para la Comunitat y luego en el periódico. Con mis antecedentes artísticos pude imponer condiciones: ensayos temáticos con fotografías y nada de tareas de reportero gráfico. Lo había logrado. Me sentía bien haciendo esas notas con Astrid que me asistía no solo en la parte técnica de las tomas; realizaba apuntes muy importantes con los que un buen periodista componía luego los textos que acompañaban las imágenes. Me estimaban y apoyaban; muchas veces me daban la 4x4 de la empresa para llegar a lugares remotos y de difícil acceso.

De pronto empiezo a sentir náuseas y mareos. No sé dónde estoy. La cabaña empieza a girar como si un tornado la hubiera engullido. Siento que mi cuerpo vuelve a calentarse de a poco. Es todo muy extraño. Veo una rejilla, parece como que exhalara un aire tibio que me agrada. Miro para arriba y veo varios monitores con imágenes de gráficos. Hay muchos cables y tubos. Llegan hasta mis brazos, mi torso; mi cuerpo inmóvil va descongelándose. Oigo unos pitidos rítmicos marcando el tiempo metronómico de un andante assai mosso. Trato de respirar ese aire que ahora me parece deliciosamente tibio. Giro mis ojos y encuentro a mi querida Astrid, más deslumbrante que como la recordaba en la cabaña. Su cabello rubio Pantone 7405C mezclado con mechones más claros Pantone 100C, luce hermoso. Está sentada de piernas cruzadas. Me alegro de que su pierna ortopédica ya ni se nota; qué técnica tan fabulosa que han empleado. Si no supiese del accidente que tuvo 8 años atrás con la Ducati Monster 1098 pensaría que sus piernas eran totalmente naturales. Y hermosas. Al percibir mi mirada se levanta, viene hacia mí y mientras acaricia mi cabello dice:

--Bienvenido al mundo de los vivos! Hace días que te despeñaste con la Korando andando por las sierras; qué alegría que ya vuelves en sí. Ojalá no sientas dolor—Le contesto entonces:

--Estoy bien, solo sentía mucho frío y no lograba entrar templar mi cuerpo. Aquí me siento mejor. No sé dónde estamos pero vamos a tener que volver a Bocairent; quedaron muchas tomas pendientes por ese maldito cielo siempre gris; es como un techo, como una plancha sucia de cemento decrépito. Tampoco vi ni un rayo de luz interesante. Ahh, discúlpame por lo que te dije; lo que pasó, pasó y no tengo derecho ni a mencionarlo—Le oigo decir:

--No recuerdo nada que hayas dicho; estuviste inconsciente tres días y no hablaste ni una sola palabra. Las cosas suceden y uno las debe tomar como vienen porque la vida sigue. Afortunadamente estamos en un momento de grandes avances en la medicina y la ortopedia; casi que no lo notarás-- Y agrega con una sonrisa contenida: --la empresa tiene el SUV que siempre te gustó, el Subaru SV 4x4 automático que podrás conducir sin necesidad de usar el pie izquierdo—

No entiendo mucho qué me quiere decir con esto del Subaru pero aprovecho para mirar más a mi alrededor. Veo que la sábana que me cubre se levanta solo donde está mi pie derecho. Dirijo entonces la vista hacia la ventana y me doy cuenta que el cielo está como si le hubieran aplicado alguna herramienta de Photoshop; otra vez en su acostumbrado azul Pantone 300.

Aquel verano invernal¡¡¡


Aquel verano invernal¡¡¡

Eran las 12 de un soleado 6 de agosto. Lolo estaba en su casa de campo tomando el sol.
Pero no lo hacía con un bañador que sería lo corriente por esas fechas veraniegas, llevaba un pantalón de chándal, y una camiseta técnica de deporte y encima un polar gordo. Hacia en pleno agosto apenas 12 grados de temperatura.
La piscina que estaba a unos 5 metros de donde se hallaba Lolo estaba casi congelada, aquella noche se había llegado a 7 grados, era un 6 de agosto. ¿Cómo podía ser? Aquello era inaudito¡¡¡
Las universidades, científicos, todo el mundo estaba como loco, haciendo pronósticos de lo que estaba pasando. Aquello preveía algo muy gordo, algo realmente serio, muchos hablaban del fin del mundo, otros de una nueva glaciación.
La gente de los países del norte estaba emigrando a países del sur. Incluso los españoles del norte muchos estaban viajando a Andalucía, Comunidad Valenciana, y otros a Canarias, África.
Era un éxodo como nunca la humanidad recordaba.
El panorama era dantesco. Lolo, había decidido que no se iba a mover de su casa, él estaba en la parte de España que aún calentaba algo el sol, pero eso no le quitaba de su cabeza estar tremendamente preocupado. El mediterráneo según decían la mayoría de los científicos se salvaría de las bajas temperaturas, pero eso nadie lo podía asegurar.
Los únicos sitios seguros era el continente africano, Sudamérica, y Australia y la parte sur de Asia. Vamos el hemisferio sur, los del hemisferio Norte lo tenían muy difícil.
La gente estaba emigrando a las partes del Sur.
Se estaban construyendo importantes ciudades en África. Los gobiernos estaban gastando todos sus recursos para situar colonias en África. Los países africanos eran ahora los países ricos.
El mundo al revés¡¡

Aquello eran dantesco. Era el pensamiento que se le venia a Lolo a su mente.
Tenía que despertar a sus dos hijos, Nacho y Paco, tenían que volver a hacer leña, menos mal que ellos por lo menos tenían campos de almendros.
¿Dios, cuando cambiará este infernal tiempo?
La esperanza es lo último que se pierde y en esos momentos Lolo y su familia se aferraba a ella, según algunos científicos en breve todo volvería a la normalidad, Dios los escuche y acierten en sus previsiones.¡¡¡¡

Una tregua


Se caen a pedazos las maderas podridas de la estación de tren del Olimpo. Tantos siglos de descuido después, las tejas parecen roídas por ratas gigantescas. Las vías siguen funcionando gracias al sostén que les da la tierra y aunque los vagones del tren estén cada vez más destartalados, el camino al inframundo sigue intacto.
Como cada año, durante todos estos siglos, Démeter se despide de su hija Perséfone con un beso en la frente. La angustia de madre se le vuelve piedra en la puerta del pecho, las lágrimas de diosa le dibujan líneas trasparentes en la piel y propician en el mundo las lluvias del otoño, que instalan el frío irremediablemente.
La historia de los dioses del Olimpo se mantiene tristemente inalterada desde el surgimiento de religiones-mono: monoteístas, monogámicas y monotemáticas. Las diosas y los dioses siguen haciendo las mismas cosas, cayeron irónicamente en su propia trampa sisífica, dando al mundo el mantenimiento mínimo necesario para que los seres que sí existen se enteren que lo que diferencia a los dioses griegos de los actuales, no es el nivel de perfección, sino la cualidad humana de sus deseos.
El inframundo es un lugar de hielo en el fondo de la tierra en el que siempre huele a gas. Las estalactitas y las estalagmitas parecen azules castillos gélidos en medio de la oscuridad, brillan húmedos como los ojos de Démeter viendo el tren alejarse de la estación. En el inframundo hay infiernos como almas condenadas existen, cada uno diseñado para que no sea posible escapar de la repetición.
Perséfone confió en su tío, por eso comió las semillas de granada, no sabía que quien probaba algo en el inframundo estaba por ello destinado a quedarse. Su padre, Zeus, no supo protegerla.
Démeter sufrió tanto por su hija que el invierno se posó sobre la tierra el tiempo en el que Perséfone estuvo secuestrada por su tío Hades, sufrimiento destinado a repetirse cada vez que regresara al inframundo.
Zeus había alcanzado un equilibrio en la negociación con Hades sobre la propiedad de Perséfone: ella pasaría un tiempo con su madre, para que la tierra diera frutos, y otro tiempo gobernando el inframundo con él como su esposa. Amada tanto por todos, estaba condenada a vivir entre el Olimpo y los infiernos.
El viaje en tren al inframundo era el único lugar en el que Perséfone podía pensar el algo distinto a las necesidades de su madre o las de su tío: se preguntaba ¿Qué harían sus amigas las ninfas del bosque cuando sobre la tierra cayera el frío? Pensaba también en su padre, ¿En qué animal se estaría convirtiendo? ¿Para copular con qué mujer? ¿Tener qué tipo de hijos? Tenía la imaginación más fantástica del Olimpo: se imaginaba que se soltaban las amarras divinas del minotauro, que se cortaba el hilo de Ariadna y que a Narciso le crecía una verruga negra en la punta de la nariz.
Deseaba que la eternidad la sorprenda en ese viaje en el tren destartalado, quería escapar como ser a su destino de cosa. Vivía su propio infierno y también una tregua: el viaje. Entonces cerró los ojos y se imaginó que danzaba al compás que marcaba el cambio de colores de la aurora boreal, que jugaba con las luces verdes de neón natural de las aguas del mar, que recorría las constelaciones montada en una estrella fugaz.
Cuando el tren llegó al inframundo, la estrella fugaz cayó en picado sobre los hielos que adornaban los paisajes gélidos del mundo de los infiernos, levantando una nube de bruma y astillas de cristal que inundó el reino de los muertos, congelando todo lo que en él se encontraba: los ríos de la pena, el odio y el olvido; Cerbero, el perro de tres cabezas de Heracles; se congelaron las almas de los héroes condenados, las de los helenos y los pobres sin amigos ni familia. Se congeló Perséfone, justo donde quería, en un asiento del tren destartalado. Ahí se congelaron sus ensoñaciones y sus instantes.
Se prolongaría sobre la tierra el invierno el tiempo que tardara en descongelarse el mundo de los muertos, y después, todo empezaría de nuevo.

sábado, 26 de octubre de 2019

PROPUESTA 3. NO, ASÍ NO


NO, ASÍ NO

-Hola, cómo estás papi? Qué susto me diste el otro día- dijo entrando en el comedor la menor de sus ocho hijos con fingido aire despreocupado -Pensaba que te quedabas ahí...-
Para la comodidad de los padres, ya muy mayores, los hermanos solían reunirse cada viernes por la tarde en la casa familiar. Ese día, Piper llegó la última. Salvo a Rachel, la mediana, no le había contado a ninguno de ellos lo que les había sucedido en el hospital unos días antes mientras ella le hacía compañía en la habitación. Ni siquiera a la madre. Era ya el tercer ingreso del padre en dos meses meses por el agravamiento de su acostumbrada bronquitis invernal. Resultó ser uno de los daños colaterales de la insuficiencia respiratoria que sufría por los 40 años que vivió pegado a la colilla de un Ducados. Cada invierno, el frío y la humedad traspasaban una a una las cuatro capas de ropa con las que se paseaba por casa con sorprendente dignidad. No tardaba en aparecer la tos, después el resfriado, luego la falta de aire y por último la bronquitis. Durante esos meses, muy a pesar de las necesidades de la madre, el padre salía poco a la calle y le costaba dormir por las noches por la continua necesidad de incorporarse para buscar el aire como un pez desesperado al que sacan del agua. La falta de sueño la compensaba con siestas de dos horas bajo una manta en el sofá tumbado sobre su costado izquierdo con las piernas encogidas encima de una mesita. 
El malestar solía mejorar en verano, pero ese año, a pesar de que se agotaba el mes de julio, el calor no llegaba. 
El frío no se iba. Parecía hincharse invadiendo sin piedad cada calle, cada hogar, cada cuerpo. Como un cobrador sin escrúpulos, el helor le recordaba a aquel anciano padre de tan vasta prole cada año que llevaba viviendo de prestado. Tras casi nueve meses sin una cálida tregua, el esfuerzo de sus agotados pulmones por robar algo de oxígeno al aire helado empezaba a no ser suficiente. Pitidos en el pecho, sensación de asfixia y la visión del borde del abismo le llevaban de nuevo a la cama del hospital.
Aquel día, a la hora de la comida, mientras Piper le hacía compañía en la habitación, le sirvieron al padre una sopa en la cama. Al intentar tragar la primera cucharada se atragantó y arrancó a toser confiando en que lo controlaría como cualquier otra persona. Tosía y paraba sin el menor atisbo de duda acerca de que se le pasaría. Tanto lo creía que, ante la admirada pero temerosa risa de Piper y entre carraspeos, sentado muy recto y con el puño en alto, el altivo padre, teatralizando su propia agonía, comenzó a recitar de viva voz:

“!AGARRADO AL DURO  BANCO
DE UNA GALERA TURQUESA
AMBAS MANOS EN EL REMO…!”

Recitaba y tosía.
Piper empezaba a preocuparse y le propuso avisar a una enfermera mientras le daba al botón de aviso que había en la pared sobre el cabezal de la cama, pero él se negaba y seguía recitando. 
Recitando y tosiendo.
Piper, cada vez más inquieta, insistía en llamar, pero a su padre, apuntalado patriarca de descendientes y hermanos, su entrenado orgullo le impedía pedir ayuda. 
Siguió entonces recitando y tosiendo sin parar hasta que la tos le ganó la batalla a Góngora y se agarró a su garganta impidiéndole respirar. Su cara empezó a amoratarse por la asfixia. Desesperado, intentó levantarse agarrado al catéter insertado en su muñeca con el miedo y la sorpresa reflejados en sus ojos muy abiertos. Piper, desafiando el bloqueo de sus piernas por la indecisión y el miedo, voló hasta el mostrador del pasillo y arrastró hasta la habitación a las perezosas enfermeras que habían ignorado la llamada. Mientras una sujetaba al padre por los hombros, la otra le desenredaba el catéter y la que parecía la jefa, al fin, logró colocarle las cánulas nasales unidas al tanque del aire a través de un cable de plástico. Mientras Piper le agarraba la mano tan fuerte como quien intenta evitar que la la corriente del río arrastre a un ahogado, el tiempo pareció detenerse unos segundos en el sonido constante del flujo de oxígeno avanzando hacia sus pulmones. 
-¡No!, así no- Suplicaba en silencio la hija menor a su padre esperando el veredicto.
Y así, sin permiso ni consenso, le devolvió de nuevo a la vida.
Y así, sin permiso ni consenso, le condenó de nuevo a la vida.

ejercicio 3 vicen tormo "Blackey"



BLACKEY
El padre reunió a la familia y les dijo:
–Esto no tiene pinta de cambiar y hemos gastado ya nuestros ahorros. Las cosechas se han perdido. La de chufa, la de patata, y la más importante que nos daba el sustento para gran parte del año, la de naranjas –mandarinas, clementinas, late y las sanguinelli– víctimas de las heladas; lo intentamos con los caquis y tampoco pudieron resistir el frío. Estoy desesperado y vuestra madre también. Según los expertos se ha producido un doble cambio climático que ha vuelto tarumba a las propias estaciones. El pasado año tuvimos un calor sofocante hasta el mes de noviembre ¿os acordáis que era inaguantable? Gastamos muchísimo dinero en aire acondicionado. Luego vino la lluvia y con la bajada de temperatura vino la nieve.  Seguimos en pleno mes de julio sin parar de nevar, de esto ya hace siete meses. El termómetro no pasa de los dos o tres grados de temperatura los días soleados. Según dicen los expertos es a causa de la lluvia ácida que se está produciendo en los países escandinavos. Yo no me creo nada. La Conselleria de Agricultura y Pesca tampoco nos ha informado. En el pueblo estamos todas las familias igual. Esto jamás había sucedido en Museros ni en ningún otro pueblo de las comarcas de l’Horta Nord. Por eso os he reunido para deciros lo que vuestra madre y yo hemos pensado hacer a ver si os parece bien. Lo único que tenemos es la madera de nuestros queridos frutales. Hemos pensado arrancarlos, cortarlos y venderlos al mejor postor. Esto nos dará para aguantar apenas un mes más. El precio de la leña ha subido bastante pero a pesar de ello todo el mundo va a hacer lo mismo. Los árboles están muertos y no tienen otra utilidad. Tú, Xavi, querías seguir con tus estudios musicales pero a partir de ahora no vamos a poder pagarle a Mario, tu profesor de fagot, ya se lo explicaremos. Tú Marta, hija mía, tampoco podrás seguir con tu carrera en la universidad.
La madre estaba llorando desconsoladamente junto a su marido sin poder mirar a sus hijos. Los hermanos escucharon atentamente hasta que el padre terminó. No parecían estar muy afectados. Se miraron. Marta le hizo un gesto a su hermano mayor. Éste tomó la palabra:
–Sabemos lo que está pasando y queremos agradeceros el esfuerzo que siempre habéis hecho por nosotros. El trabajo duro de llevar los campos y de vender la fruta es un negocio con pocos beneficios y lo sabíamos. Ahora queremos ser nosotros Marta y yo los que ayudemos y no nos importa paralizar los estudios y arrimar el hombro en estos momentos tan difíciles. Marta ya ha empezado a trabajar en las pistas de hielo que han instalado en la playa de la Malvarrosa. Es la nueva moda. La ciudad se ha transformado en apenas unos meses. Los jóvenes quieren practicar deportes de invierno–esquí de fondo por el cauce del Turia o snowboard, los mayores quieren hacer “curling” que es como la petanca pero sobre hielo, los más pequeños por supuesto quieren patinar–las nuevas pistas están a rebosar y necesitan personal, no pagan mucho pero algo es algo. A mí me ha salido un trabajo conduciendo un quitanieves en Puzol, siempre pensé que sacarme el carnet de conducir camiones podría servirme en el futuro y mira por dónde los de Autopistas-Aumar me lo han pedido como requisito.
La madre por fin pudo mirar a sus hijos y a pesar de seguir llorando esta vez era de alegría. Se llamaba Elvira. El padre se llamaba Juan. Elvira y Juan se abrazaron a Marta y a Xavi. De repente “Blackey” que estaba tumbado junto a la estufa se les quedó mirando sorprendido. Como si se hubiera enterado de la conversación empezó a aullar desconsoladamente, se puso a cuatro patas y soltó una retahíla de ladridos potentes. Marta se acercó a su perro, lo agarró por la cabeza, le dio unos besos y dijo:
–¡Blackey también quiere trabajar, ja, ja, ja!
Elvira no pudo evitar una carcajada que se fundió con las lágrimas que todavía poblaban su rostro. Entonces mirando al pastor alemán le soltó:
–¡Pues nada Blackey te veo tirando del trineo de la leña!
Todos rieron sonoramente.

viernes, 25 de octubre de 2019

Divertimento no oficial: "Comí un tomate rosa de Barbastro"


Comí un tomate rosa de Barbastro

“No siempre es perfecto. Con sus arrugas y su culo mal hecho. Cada uno tiene su forma”.

Una vez cortado es pura pulpa, pocas semillas y sin agua. La piel es tan fina como piel de doncella. Enseguida deja ver su alma de fruta gustosa, de caricia tierna, de gustos profundos, de aromas sugestivos, de colores que inspiran apetitos lascivos. Es un tomate moderno y a la vez antiguo. Un tomate que al principio no entendemos y luego parece que nunca hubiéramos comido cosa tan exquisita. El mejor tomate del mundo! Más que un tomate es el Gran Tomate. Y tiene marca de origen, es del Somontano de Barbastro. Ofrece beneficiosas propiedades nutricionales y terapéuticas si se le come con asiduidad. Nos da toda la sabiduría ibérica en la plenitud de sus raíces moriscas, judías y cristianas aunque sin descartar las agnósticas. Se planta en la tierra de Huesca y solo se lo abona con estiércol orgánico. La maduración se produce en la propia planta. Se ha exportado a EE.UU. con éxito. Lo venden en Cataluña, Navarra, Valencia. Ha llegado también a otras regiones. Lleva ganados varios premios y hace poco uno nuevo en Barcelona que nadie esperaba!

Es así que se ha impuesto a los RAF faltos de gusto, a los Roma industriales, a los famosos valencianos de Perelló, al Cherry Bombón, al Redondo, incluso al Masclet de la Comunitat, al Rosa de Altea, al Feo de Tudel, al Muchamiel de nombre tan sugestivo, y al Rosa de Castellón, otra imitación. En Cataluña, que es donde se inventó el tomate, hay interesantes variedades como el Cor de Bou, Rosa de Berna y el Rosa de l’Etern (más que obvio que de éstos provienen todos los tomates rosas). También en el Condado se dan el Pometa, el Montserrat y el Preboter (nariz de bruja pero parece que lo prohibirán pues puede ofender a alguna militante feminista ya que las brujas, después de todo son también mujeres!).

Es bueno recordar las certeras acotaciones que sobre el orgullo oscense han vertido importantes críticos:

El rosa de Barbastro es probablemente el tomate más peligroso que hay ahora mismo en España. Peligroso en el sentido de singular, independiente e irreductible a todas las convenciones [tomatísticas]”. Javier el Calvo.

El rosa de Barbastro es [como] un gran poema y, como tal, es inmortal [igual se recomienda comerlo dentro de los 5 o 6 días de recogido como máximo], vive dentro del tiempo. Esta condición le permite relacionarse de tú a tú con [vegetales] artistas que también lo son como Kafka, Van Gogh y Picasso [o el gran chef Berasategui –o alguien así- quien lloró de gozo cuando probó por primera vez un rosa de Barbastro crudo en la cocina]” Jordi el puntual.

“El gran signo que diferencia al tomate rosa de Barbastro de sus coetáneos de nuestra actual [cocina] narrativa innovadora es el alejamiento de impostados cosmopolitismos [nada de ponerle salsa Heinz de miel y mostaza u otros productos comerciales foráneos] y un enraizamiento español sin complejos [con marca de origen Somontano], lúcido, crítico [en realidad poco cítrico] y de alcance universal [ya hay 50 restaurantes top en Londres que lo ofrecen como delicia gourmet]”. Santos de la nueva villa.

Que la lectura de 700 millones de rinocerontes no se quede en solo unos 300 o 500 millones.          Bon profit!

martes, 22 de octubre de 2019

Propuesta 3: Los dientes y las garras


He visto morir, uno tras otro, a todos los habitantes de Sisedo. Te digo morir porque quiero ser preciso, aunque también podría contarte que los he visto matar. Pero el matar no se sostiene si no es sobre los hombros del culpable, y ya no hay aquí espacio ni para la culpa. Ya ves. La culpa, que anida en la sangre de la víscera. Ya ni eso nos queda. Esto no es más que un erial de huesos congelados. De astillas de huesos congelados. 

Sisedo no fue nunca un ejemplo de virtudes, eso es cierto. No se puede esperar otra cosa de un lugar como este, empujado fuera de los mapas, de la historia, en este valle imposible. Es una cuestión puramente darwiniana, tú lo sabes: cuando no hay pan para todos, se desdibuja el límite entre mentir y cooperar. Sin embargo, afectos y deslealtades convivieron en un código pacífico hasta ese día en que no llegó la primavera y dejó definitivamente de haber pan.

Al principio, no sé si lo recuerdas, a duras penas percibimos las señales. Tú y yo salíamos a pasear en los márgenes del día, mientras Marina dormía (o eso creíamos). Subíamos barranco arriba, hacia la loma, y oteábamos de lejos la masía del Tuerto y sus vacadas. Bajábamos también por el valle, intuyendo apenas el camino de Minuerga, que quedaba sepultado bajo el hielo en los días más duros del invierno. Sisedo sobrevivía entonces en un equilibrio casi milagroso.

Mediaba ya marzo, y en sus amaneceres latía una insólita quietud: ni los zorzales, ni las alondras, ni los petirrojos habían llegado a romper la burbuja helada del invierno; los cerezos, donde siempre despuntaba la promesa del buen tiempo, parecían haberse congelado. Era una premonición incómoda que iba tomando consistencia en cada una de nuestras escapadas. He pensado después que aquella angustia nos iba creciendo quedamente en la conciencia como si hubiera suplantado al agua, a ese rumor de agua que, por esas fechas, se tendría que haber ido apoderando del silencio del invierno hasta el estruendo irrevocable del deshielo. Nunca más conocimos el deshielo.  

La gente no tardó mucho en comprender que aquello era definitivo. Acostumbrados como estaban a la crudeza del invierno, hubo una falsa calma mientras quedaba en los hogares leña y harina y restos de matanza. La cosa cambió cuando perdimos la electricidad: fue, acuérdate, el día en que aquel olmo colosal se vino abajo y se llevó consigo los cables de la luz y la vida de Jacinto, destrozando su tractor y la pala quitanieves con la que heroicamente pensaba despejar el camino de Minuerga. Allí quedó Jacinto, bajo una nevada implacable que hizo inútil cualquier intento por darle sepultura. Ni incinerarlo pudimos para evitarle al menos acabar siendo alimento de los lobos. Quedó allí, allí lo dejamos, pero el caso es que en las semanas sucesivas un aroma a carne asada tomó las calles de Sisedo igual que un mal presagio. Los corrales estaban esquilmados, los perros empezaron a  desaparecer. Las escopetas aguardaban tras cada puerta y llegó  el día en que los lobos pasaron a ser lo menos preocupante. El hombre, tú lo sabes… El hombre es el lobo para el hombre. 

Marina permanecía impasible a pesar de todo aquello. Llevaba años sumida en esa indiferencia con la que pretendía castigarme por lo del Tuerto. Ni siquiera entonces, en ese estado de excepción, era capaz de abandonar su desdén, como si con ello redoblara la venganza. Pero una noche la vi descomponerse, cuando en plena madrugada aporrearon nuestra puerta y encontramos, al abrirla,  una vaca degollada que alguien había arrastrado hasta allí en mitad de la tormenta.
  
Sin ninguna otra referencia temporal, la llegada de esa ofrenda fue marcando, puntual, el paso de los meses en este invierno eterno: los golpes fortuitos en la puerta; la res tendida, que clandestinamente arrastrábamos al patio, donde tú ibas dando cuenta de las vísceras mientras Marina y yo la despiezábamos en un ritual atávico. Después yo me acostaba y ella pasaba el resto de la madrugada en vela, mirando por la ventana barranco arriba, hacia la loma del Tuerto, de donde veinte años atrás la traje de vuelta a casa antes de hacerle saltar a él el ojo izquierdo de un disparo de escopeta. No te negaré que más de una noche, en medio de este invierno impenitente, sentí la tentación de esperarlo de nuevo con el arma cargada. Pero el hambre, a veces, tú lo sabes, puede más que el honor.

La noche que despareció Marina los dos nos volvimos locos. Nos despertó un soplo de nieve en pleno dormitorio. La puerta estaba abierta y la tormenta se había apoderado de la casa. En plena madrugada recorríamos el pueblo dando voces, apedreando las ventanas, disparando a cada sombra. Recuerdo que aullabas con desesperación. Olías cada palmo de la nieve en busca de algún rastro. Anduvimos extraviados hasta el amanecer, barranco arriba: la masía del Tuerto estaba abandonada. Ni una sola vaca. Ni un signo de vida. Tan solo unos rescoldos en la chimenea. Hicimos arder toda la casa y volvimos a Sisedo, esta vez ya sin honor.  

Ahora, míranos, no queda ya ni espacio para el rencor en este pueblo. Ni la culpa, ni el rencor, ni la virtud: tan solo un hambre y un frío carnales que nos unen, a ti y a mí, en una misma especie. En una especie que lucha por la vida.

Mi escopeta no tiene munición. No sé quién será el último en saciarse. Solo nos quedan ya los dientes, y las garras.

Propuesta 2: ¿Y ahora qué?

¿Y ahora qué?

Luisa estaba sentada en la camilla de un box de hospital. Su madre se sentaba en una silla a su lado. Miraba al médico. No podía verle la cara. El doctor hablaba, Luisa veía su boca moviéndose, pero no oía nada. ¿Qué había pasado? Apenas sentía su propio cuerpo, no sabía que hacía allí. Esa mañana se había levantado pronto para ir al instituto, a las 8:00, como todos los días. Su madre apartó la vista del doctor durante un instante y la miró con ¿Preocupación?¿Miedo? ¿qué le habían hecho? Luego bajó la vista y Luisa siguió su mirada hacia su mano. Estaba hinchada y de color violáceo. Probó a moverla, pero un dolor agudo le cortó la respiración durante unos segundos, haciéndola salir de su estupor por un instante. Su madre volvió a prestar atención al medico.

-       …fractura…hematomas en brazos y piernas…corte en el interior de la boca…

Con cada palabra suelta que oía decir al doctor su cuerpo respondía con un nuevo dolor, como si las heridas despertaran de su letargo a medida que el medico las llamaba por su nombre, al igual que sus compañeros de clase cuando el profesor pasaba lista a primera hora de la mañana. Ella se sentaba en la parte delantera del aula, cerca del profesor, pero también cerca de las ventanas, apartada de todas las miradas. Todos los días rezaba para hacerse invisible, para que nadie reparara en ella. Luisa no creía en Dios, no creía que nadie escuchara sus súplicas, porqué todos los días la veían y entonces empezaba la pesadilla. Solían pasar dos o tres horas hasta que Susana se fijaba en ella, las primeras horas solía dormir al fondo de la clase. Luego se acercaba y le decía “Hola boca de hojalata”, y después empezaba con la tortura que se le hubiera ocurrido aquel día. Quemarle los brazos con su mechero, arrancarle pelo a pelo de su cabeza, atarla con celo a la silla… Cada día se volvía más creativa. Los profesores intentaban castigarla y llamarle la atención, pero la mayoría de las veces no veían nada. Luisa siempre se preguntó si le tenían tanto miedo como ella.

Una enfermera le estaba vendando la mano, el doctor ya no estaba y solo quedaban ella y su madre en la sala. Nadie hablaba. La enfermera empezó a curarle el resto de heridas leves. 

¿Había pasado por fin? ¿Se había cansado Susana de jugar con ella y le había dado una paliza? No se acordaba de nada. Todo aquello había empezado 5 meses atrás, cuando le habían puesto aparato. Un mes después se había armado de valor y entre sollozos le había contado a su madre su penosa vida en el instituto, mientras tenía en mente las amenazas de Susana si se atrevía a chivarse. ¿Era por eso, de alguna forma se había enterado que se había ido de la lengua, que había confesado su tortura?

Ahora estaban en el coche. Pero no en su coche. Su madre se sentaba a su lado y evitaba deliberadamente no mirarla. Entre los asientos traseros y el conductor, había una reja. Su boca le sabía a sangre y los puntos de la mejilla interior se enredaban con sus brakets metálicos.

Defiéndete. Defiéndete había contestado su madre mientras volvía su mirada a las revistas que ojeaba antes de que Luisa empezara a hablar. Defiéndete. En opinión de su madre era imposible que los adultos hicieran nada en cosas de críos como ese. A una chica así, solo se le podía vencer enfrentándose a ella. Luisa nunca había sido capaz, no era de ese tipo de persona. A lo que su madre le respondió con un resoplido desdeñoso. Defiéndete. 

Estaban en una sala gris, con una mesa gris en el centro con tres sillas también grises. Un hombre de uniforme hablaba delante de ella y de su madre. Luisa solo oía silencio, como si aquel hombre no estuviera allí, como si solo fuera un mal sueño y estuviera a punto de despertarse. Pero no se despertó, sino que silencio se convirtió en susurros, y los susurros en palabras

-       …Susana esta en el hospital, los médicos dicen que está fuera de peligro pero…

Defiéndete. Esa mañana Susana había aparecido en clase mostrando orgullosa sus brakets nuevos y relucientes, sonriendo con complacencia a todo aquel que mostrara interés. Todos alababan lo valiente que había sido al ponérselos y le decían lo guapísima que iba a estar cuando se los quitaran, a lo que ella respondía que incluso con aparato, seguía igual de guapa que siempre. Luisa sonrió por primera vez en mucho tiempo, por fin se había acabado todo. Dos horas mas tarde, sintió que una persona se acercaba por su espalda y le susurraba al oído: “Buenos días boca de hojalata”. Oyó el chasquido del mechero y el calor en su nuca. Defiéndete.

El policía seguía hablando. Más silencio en los oídos de Luisa. Defiéndete. “Creo que por fin lo he hecho mama, me he defendido” Casi se le escapa una sonrisa. Había conseguido librarse de Susana, era libre, ya no tendría miedo todo estaba bien y…

-       …por tanto deberá ir a un reformatorio.-Concluyó el agente. 

Aquellas palabras sí que las oyó, claramente. La alegría que había sentido se desvaneció. En un instante su cuerpo y su vida se vaciaron por completo dejándole solo una sensación de vértigo. ¿Y ahora qué?