lunes, 25 de noviembre de 2019


ENCUENTRO CON EL PASADO
Atravesaba una época en mi vida, llamémosla filosófica, en la que la melancolía se había adueñado de mí y constantemente me planteaba si mi vida había merecido la pena, si había hecho lo que me había propuesto, si se habían cumplido mis expectativas y desarrollado mis planes, si había hecho bien las cosas
Un día, caminando por los jardines del cauce del río Turia, iba ensimismada en mis pensamientos y de pronto vi a mi lado a una niña que me sonreía y caminaba a mi paso. Lo primero que pensé fue que se había perdido y le pregunte cómo se llamaba y cuantos años tenía. Trece, me respondió, y mi nombre es el tuyo.
Es imposible que sepas mi nombre porque no me conoces, le dije, a lo que contestó que lo sabía ya que ella era yo.
Aquí empecé a asustarme y a ponerme nerviosa e insistí: ¿Quién eres tú y qué haces aquí? ya te lo he dicho soy tú y estoy aquí porque me has llamado, respondió la niña. No lo he hecho,  le dije yo. Si, asevero ella, al hacerte tantas preguntas sobre tu vida me has obligado a venir para que tengas una respuesta.
 Totalmente asombrada y pensando que mi mente me estaba jugando una mala pasada, intente razonar diciéndole, pero si eres una niña y todavía no has vivido mi vida ¿cómo vas a saber la respuesta? Muy fácil, me asevero, yo te digo lo que quiero ser y hacer y tú me cuentas si lo has hecho.
Y con estas premisas iniciamos un dialogo de preguntas y respuestas:
Niña.- Quiero ser azafata de vuelo, o presentadora de informativos, aunque tampoco me importaría llevar una vida libre y pacifista, fuera de convencionalismos sociales, vivir con diferentes personas, poner en común nuestras necesidades y solucionarlas también en comunidad, practicar el amor libre y vestir ropa floreada.
Yo.- O sea, quieres ser hippy y vivir en una comuna. Pues no, no lo soy y tampoco azafata o presentadora.
Niña.- Bueno, también estaría bien ser una estrella del rock, una actriz famosa o una gran periodista a la que le conceden el premio Pulitzer.
Yo.- Un gran abanico de posibilidades, pero tampoco. De momento no he hecho ni he sido nada de lo que quieres.
Niña.-  ¿Por qué no lo has hecho?
Yo.- Porque en algún momento tus deseos cambiaron.
Niña.- Eso no es posible, algo está fallando, yo ya te he dicho lo que quiero y tú tenías que haberlo cumplido.
Yo.- Si, pero esto funciona en ambas direcciones, tú has inventado este juego, no puedes enfadarte, eres una niña y yo una persona adulta, ha pasado mucho tiempo y muchas cosas.
Niña.-Pues explícame tu ahora porqué cambié de idea, lo qué ha pasado. Ten en cuenta que estás  jugando con ventaja, sabes lo que querías y lo que has hecho, pero yo no. Te toca responder a ti
Yo.-Vale, pregunta lo que quieras.
Niña.- ¿Eres feliz?
Yo.- Relativamente feliz.
Niña.-  ¿Qué quiere decir relativamente?
Yo.- Conforme te haces mayor comprendes que hay momentos felices, otros no tanto y también tristes y lo importante es disfrutar al máximo los momentos felices.
Niña.- No te pongas tontorrona, yo quiero saber cómo va a ser mi vida
Yo.- Vivirás en diferentes lugares, tendrás amigos en todos ellos y conocerás a personas interesantes. Te casaras y tendrás dos hijos y una hija.
Niña.- Háblame de donde voy a vivir, ahora vivo en Teruel. 
Yo.-Vivirás en  Madrid, Barcelona, Sevilla y te asentaras definitivamente en Valencia. Viajaras prácticamente por toda Europa, también irás a Estados Unidos y Canadá.
Niña.- ¿Qué hay de mi marido y mis hijos? ¿Vivo con ellos?
Yo.-  Continuas viviendo con tu marido, tus hijos ya son mayores y viven con sus parejas fuera de Valencia, pero los ves muy a menudo
Niña.- Mis padres, bueno, los nuestros ¿viven? Y ¿mi hermana?
Yo.- Nuestros padres han fallecido, pero tuvieron una vida larga y tranquila. Tu hermana está bien se casó y tiene dos hijos. Vive en Valencia y nos vemos casi todas las semanas.
Niña.- Si tu vida personal es buena, qué te falta para haberme convocado ¿es tu vida profesional? ¿Qué ha ocurrido en ella?
Yo.- Estudie Derecho, y tras un periodo de tiempo de ejercicio profesional, ingrese en la carrera diplomática administración donde he permanecido hasta el pasado mes de mayo. Pensándolo bien he disfrutado mucho también a nivel laboral.
En ese momento me quede callada y sentí en mi interior que mi vida era bastante completa y mi melancolía la producía la nueva etapa recientemente iniciada.
Quise decírselo a la niña pero, cuando mire al lugar donde se encontraba, había desaparecido.



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jueves, 21 de noviembre de 2019

Age is just a number

Ya está oscuro, podría ser cualquier hora entre las 21h y las 23h de un sábado, da lo mismo; por la orilla del Thamesis a la altura del South Bank, la rive gauche del Sena o el río Turia por Pont de Fusta, da igual, lo importante es que Me encontré.

Ahí estoy yo, Ana, en algún mes del año 1997, en el que ya refresca. Soy una chica menuda e invisible, visto vaqueros, chaqueta de pana marrón y aquel top gris que usaba con autentica devoción, si es que se puede ser devoto de una prenda de vestir; para culminar mi indumentaria, al cuello llevo un viejo pañuelo de gasa fucsia con brillantitos plateados comprado en un montón de ropa por cien pesetas, que yo adoro, perdón: adoraba; bueno, que esa Yo adora.
Llevo el pelo recogido en una coleta que me he hecho sin mirarme al espejo; pelo, largo hasta los hombros y castaño, aunque sin una sola cana, podría ser perfectamente gris, en su forma y su tono nada vibra. A pesar de que la ropa es de diferentes colores, la escena podría ser la de una foto en blanco y negro movida.
Observo a unos doscientos metros Mi deambular, camino como una sonámbula pero se que en esa cabeza no hay sueños sino pensamientos. Me paro y miro el cielo de Londres, París y Valencia a la vez, porque para Mi es el mismo, a juzgar por mis idas y venidas de los últimos meses, un solo cielo ligeramente iluminado por las farolas de las ciudades.
Las dos nos quedamos mirando el agua del río y al levantar la vista, ante nuestras miradas se produce una especie de espejismo en el que se ve simultaneamente la gigantesca Noria junto a Houses of Parlamente, Notre Dame y las Torres de Serrano.
Permanecemos quietas, admirando el espectáculo, asumiendo con naturalidad que eso no es real, porque sabemos que somos capaces de crear eso y luego devolverlo a su lugar.

Me ha costado mucho llegar hasta aquí, tengo una misión. Al ver a Ana en estado contemplativo, me siento enfurecer, así que corro con todas mis fuerzas hacia ella y le doy un buen empujón con las manos. Ana pierde el equilibrio y queda unos segundos tambaleándose, cree que va a caer, pero finalmente se recupera haciendo una pirueta con piernas y brazos y consigue permanecer de pie.

-“DESPIERTA” le digo.

Ana se me queda mirando conmocionada por la situación, ante ella una mujer de edad indefinida, bien vestida y maquillada, con corte de pelo impecable lleva unos tacones que maneja como si caminara plana. Va muy erguida, sus labios contienen una sonrisa a punto de asomar a cada minuto, su mirada es directa e intensa como una interrogación. Le hablo como, Pilar Calvo, la profesora de Historia que tanto le asustaba, así que se me queda mirando con atención por si fuera ella, que ha ido a buscarla con el único objetivo de interrumpir sus ensoñaciones. A continuación suelta un minúsculo: “perdone”.

- Ana, ¿que haces aquí parada?, eres una tía increible, lo sabías? No puedes estar tan parada. Muevete. Tu puedes moverte, tu puedes hacer muchas cosas, muchas más de las que imaginas.

Ana se me queda mirando, intentando comprender y parece reconocerme:

-Perdone, usted parece yo... dice Ana sin creer  que esas palabras estén saliendo por su boca

Esa actitud endeble me hace sentir totalmente desalentada y lejos de mí misión. Me quedo parada un momento y pienso "vamos, vamos, vamos, se que hay alguien ahí dentro, se que ahí dentro estoy Yo"

-Si, guapa, Yo soy Tu muchos años después de ahora, me ha costado un monton encontrar la manera de hablarte

Ana, aliviada al descubrir que no se trata de Pilar Calvo, ni de ninguna perturbada que quiere robarle el reloj, que solo se trata de su Yo futuro venido en un viaje en el tiempo, se anima a conversar conmigo con soltura y despreocupación y empieza a tutearme.

-¿En serio?, se me queda mirasomos iguales pero tu molas mucho y yo no molo una mierda. ¿Es esto un deja vu del futuro? Los he tenido antes, me inquietan y me agradan a partes iguales. Si es así eres la mujer que quería ser.

-Y lo serás, pero no me dejes a mi todo el trabajo, te lo pido por favor. Estoy agotada de hacer todo lo que tu no hiciste; es demasiado. A veces es muy divertido, pero es extenuante y, en ocasiones, totalmente fuera de lugar para una mujer de mi edad y según que cosas. Hazlo, diviértete tu, aquí, ahora. De verdad, que vale la pena. Estoy cansada de ser joven por ti, pero no puedo parar- estalla en una enorme carcajada- voy en pendiente y sin frenos.

A continuación, Ana observa como yo saco del bolsillo una especie de tableta pequeña, negra y fina, y como al tocarla se ilumina y de ella empiezan a salir pitidos a lo que yo reacciono con varios gestos, una sonrisa, un movimiento de cabeza y una carcajada. Levanto la vista y le digo:

-Huy, me tengo que ir, digo sonriendome y pensando que tal vez no esta tan mal vivir Su juventud, no puedo perderme esto… hablamos otro rato, bye.

Ana se queda unos momentos en el mismo punto donde la encontré, levanta la vista y ya no hay noria, ni Notre Dame, ni agua en el río, pero las Torres de Serrano permanecen.

Se gira y se va para casa de sus padres a tomar notas de lo que ha ocurrido y escribir una historia.

Punto de vista

El próximo día veremos el tema del punto de vista y los distintos narradores.

Como surgió una cuestión interesante a raíz del relato de María, ella propuso leer un cuento de Borges en el que hay un cambio de narrador.
Os dejo el enlace para que lo leáis:
https://www.literatura.us/borges/lacasa.html

Y también un relato de Cortázar, escrito con un punto de vista múltiple:
https://ciudadseva.com/texto/la-senorita-cora/
¡Felices lecturas!

lunes, 18 de noviembre de 2019

Ejercicio 4: Son del alma (sin vértigo)


SON DEL ALMA



Para saber del amor, para entenderle,
haber estado solo es necesario.
Y es necesario en cuatrocientas noches
—con cuatrocientos cuerpos diferentes—
haber hecho el amor. Que sus misterios,
como dijo el poeta, son del alma,
pero el cuerpo es el libro en que se leen.

(GIL DE BIEDMA, Pandémica y celeste)

Pablo, 67, atlético y vital. Trabajo con palabras. Sexualmente versátil. Busco similar para saber del amor, para entenderle. No respondo a perfiles sin foto.

Lo leí de nuevo. Después de tantas vueltas pensé que así estaba bien. Semejante esfuerzo para un pobre autorretrato de cien letras tiraba por tierra mi premio Planeta y veinte años enseñando estilo literario. Pero bien, quise ser indulgente: era mi primer acercamiento al Grindr, la estrella de las aplicaciones de contactos, y aprender nuevos registros lleva un tiempo, siempre. Añadí una foto, de antes del divorcio, con camisa de lino y el vientre plano, muy plano. Lo publiqué. Lo hice público. Me quité la máscara. Obedecía a mis amigos, divorciados ya todos o a la orilla del divorcio, viejas locas reverdecidas, estampa viva todos del derrumbe del sueño del matrimonio homosexual, tan capitalista, plagio infame de un modelo marchito de economía del amor. Parido muerto.
Entiéndanme. Vengo yo de un siglo en el que teníamos costumbre de buscar el placer en el subsuelo. Me refiero, ya sabrán, al placer de la carne, a la llamada de la carne, al milenario sexo multiplicador de las especies. Entonces los códigos eran otros: la clandestinidad era la norma. Vivíamos el sexo desmedidamente, pero siempre en los márgenes. Éramos cucarachas gozosas y pródigas. Lo explicaba con fina poesía un primo mío que fue obispo y cucaracha y sermoneaba muy bien a sus ovejas: nos corrompíamos y nos prostituíamos e íbamos a clubes de hombres nocturnos y encontrábamos el infierno. Bendito infierno aquel de cucarachas.
Ahora el infierno está en las redes, me decían mis amigos, insectos ya conversos al nuevo ecosistema de la promiscuidad en digital. Uno vive treinta años de feliz y hermético matrimonio y le cambian el infierno de lugar, no hay derecho. Todo nuevo. Puro marketing: dientes blancos, bíceps firmes, cebo perfecto. Una copia sintética y cicatera del infierno.

Tirorí. Veinte segundos tardó en entrar el primer mensaje, anunciado por un timbre jovial. Sentí la mano del placer llamando a la puerta de mi vientre. Mariposas, ya saben, u orugas más bien. El cuerpo guarda una exquisita memoria del placer.
Hola, me decía. Era un perfil sin foto. Manu, 54 años, tierno y sensual, abierto a todo… No quise responder, me propuse no hacerlo sin ver, al menos, la cara del remitente. Silencio. Hola, ¿qué tal?, insistía. Sin foto no voy a contestarte, le escribí. Silencio. Dos minutos más tarde sonó el timbre: de nuevo las orugas. En la pantalla me saludaba Manu con todo un primer plano de su polla. Manu, 54 años… 21 centímetros de amor. Le respondí que gracias. Borré la conversación. El infierno, al fin.
Tuve decenas de conversaciones en pocos días. Fui perfeccionando el registro, me sentí rápidamente cómodo. Recibí cientos de fotos y envié también algunas. Me despojé de la vergüenza.  Lo fui mostrando todo.

Tomaba una mañana una cerveza con mi agente. Me hablaba del encargo de un grupo editorial pujante: algo sobre el retroceso de derechos de la comunidad gay ante la acometida de la ultraderecha. No prestaba yo mucha atención. Entonces sonaron las orugas. Tirorí. Localicé el teléfono en el bolsillo, lo sujeté con fuerza y busqué cualquier excusa para escaparme al lavabo.
He estado viendo tu perfil. ¡Qué interesante! Estás guapísimo en las fotos. ¿Eres escritor?
La campana de Pavlov. El deseo llamando a la puerta ante el puro anuncio digital: Pablo, 22 años, deportista, curioso. Estudio medicina, leo, practico el poliamor. ¿Te animas? No había foto, pero sí la pequeña figura de un unicornio con la crin multicolor. Su descripción era suficientemente tentadora, no pude contenerme la respuesta.
Escribo, sí, le dije. Le expliqué que llevaba media vida haciéndoloLa otra media la dediqué a cosas insustanciales, entre ellas la medicina, mira qué casualidad.
¡Anda, fíjate! ¿Y si te digo que la carrera pasa también por mí sin mojarme demasiado? Tengo espíritu de letras. ¿Y qué escribes?
Me despedí de mi agente con torpeza. Ya pensaré en la oferta, dije. Pagué la cerveza y tomé el camino a casa. El teléfono ardía en la palma de mi mano.
Perdona, estaba ocupado. Escribo lo que puedo, casi ya lo que me dejan. Quise bromear, le dije que me habían dado un premio al mejor microrrelato en Grindr.
Grindr tiene sus cosas, ¿verdad?
Grindr es un universo entero, un magnífico catálogo de placeres y de horrores. Le pregunté si se había parado a pensar en su significado: es muy revelador el nombre de las aplicaciones de consumo gay, “grinder” viene de trituradora… Me interrumpió con todo un inventario de acepciones inquietantes de algunas de ellas: Scruff era nuca, Tinder algo parecido a combustible, Bender quería decir juerga… El muchacho se manejaba con soltura en el infierno digital. Toda una cucaracha del nuevo siglo, Pablo.
¿Y qué buscas por aquí?, le pregunté. Quise sonar ingenuo.
Lo mismo que todos, imagino. Me explicó que llevaba tiempo navegando por aplicaciones de contactos, como la mayoría. Tenía ocho o diez conversaciones cada día, con gente muy diversa. Algunas quedaban solo en eso, aunque solía buscar al menos dos encuentros reales por semana. Haber podido hablar con ellos previamente le ayudaba a desplegar el algoritmo de acción en cada caso. La mayoría de las veces quedaba solo para follar, ya sabes: el cortejo virtual le ahorraba muchas complicaciones y tiempo y esfuerzo. Aunque la verdadera economía estaba en el sexo virtual: estás en casa aburrido y tienes a tu alcance un mundo entero de personas con las mismas ganas que tú. Disparas, muerden el anzuelo, ya está todo hecho. Alguna de sus citas había terminado en una relación más sólida, de varias semanas. Muchas veces se solapaban los encuentros, otras se superponían por completo, no eran pocas las ocasiones en que había compartido conversación y encuentro y sexo con más de dos personas a la vez, hasta con cinco.    
           Alargaba el paso, tenía urgencia de llegar a casa. Me hallaba en plena excitación y, al mismo tiempo, algo había en su conversación que me inquietaba. El modo de expresarse tal vez me resultaba familiar, y las querencias. De no haber sido por el abismo digital –pensaba– hubiera yo podido vivir de esa manera mi sexualidad con veinte años. Y su nombre.
           Me dijo que no vivía en Madrid, como yo, sino en Valencia, pero Grindr me permite viajar, conocer gente de cualquier parte del mundo. Ya no es imprescindible la cercanía física para interactuar, es un avance. Entonces la inquietud estalló en pánico.
           Tenía las manos caladas en sudor y a duras penas podía yo escribirle. ¿No vivirás en la calle del Maná número 15? Allí, en aquel lugar, había pasado yo mis años de estudiante.
Hubo un silencio largo. Pensé que había abandonado la conversación.
Vivo aquí. ¿Cómo lo sabes? ¿Me conoces?
Traté de disimular mi desazón. Temí perderlo. Hice todo lo posible por ocultar la anomalía del encuentro y me enredé en explicaciones del todo inverosímiles.
Bueno, no importa, no quiero saberlo. Esto está lleno de extrañezas y también de gente extraña. Me tranquiliza pensar que es imposible que puedas perseguirme aunque sepas dónde vivo: estoy lejos, en 1974.
No pude responderle. El móvil me miraba desde encima de la mesa.
Tuvo que percatarse de mi perplejidad. Me dijo que era la última versión de Grindr Prime. ¿No la conoces? Incluye también la posibilidad de hacer viajes en el tiempo.
No era posible aquello, quise tranquilizarme. Aun en el caso delirante de que aquel joven Pablo fuera yo, de ningún modo hubiera podido tener acceso a un teléfono móvil 45 años atrás.
¡Me estás tomando el pelo! Deseé que se tratara de una broma. Mis amigos.
Mira esto. Era el enlace a una noticia que explicaba la integración de la teoría cuántica en los algoritmos de las redes virtuales de contactos, un desafío a la continuidad del tiempo y del espacio. La posibilidad de que existieran todos los tiempos de manera simultánea.
Pasaba del terror a la incredulidad, paralizado, y encontré solo una vía para escapar de aquel estado: Iniciando llamada virtual…

Lo que ocurrió después fue tan irracional que no he sido capaz, en años, de encontrar la manera de explicarlo. Si han leído Dorian Gray quizá tengan algunas posibilidades de entenderlo. La física cuántica, me dicen, lo aclara con holgura, pero hay regiones oscuras en la vida donde solo el arte es capaz de hacernos luz.