martes, 25 de febrero de 2020

Lo nuestro es el seso (ejercicio Nº9)



Lo nuestro es el seso (ejercicio No.9)

Como una bofetada Lucrecia me dice:

--Podría rezar de aburrimiento —

--Pero Lucre, no te entiendo, siempre me has reclamado que no todo tiene que ser sexo —

--Sí, pero ahora solo quiero charlar y no pensar. Si estamos juntos es para disfrutarnos —

--¿Charlar sin pensar? —

--¿Por qué no? Dejémonos llevar por el momento —

Seguimos caminando lentamente por el paseo de la costa. Se acerca la hora del atardecer. El sol se pone entre la Isla de Gorriti y el extremo romo de la llamada Punta Ballena. Le paso el brazo por la cintura. Se arrima más a mí y siento que está conforme. Esta rambla está adornada con palmeras muy altas. Son generalmente de la variedad Butiá y Pindó, autóctonas de la región este del Uruguay. Están protegidas por ley y no se las puede cortar o sacar sin autorización de la municipalidad. Rompo el silencio y le hablo de las palmeras nativas como las que están a la vera de nuestro camino junto al océano.

--Ves, si tuvieran que modificar el trazado de la calzada no se podría tocar y, menos que menos, cortar ninguna palmera. A lo sumo tendrían que trasladarla entera con raíces y todo a un emplazamiento cercano— Entonces me espeta con visible ironía:

--¿Cómo me ves en la luz del atardecer bajo tus sagradas palmeras? –

--Divina, si fuera un pintor renacentista ya te estaba representando como una virgen y santa. Qué linda esa piel tan blanca contrastando con tus ojos luminosamente oscuros, con tus labios carnosos sugiriendo una sonrisa apenas escondida. Tus pómulos se muestran más esculpidos; es que la luz a esta hora modela, empareja los colores haciéndolos más dependientes de las formas, de las intensidades y no de su saturación. ¿Ves cómo puedo dejar el seso y hablar de la belleza? –

--No ves Rafael que no se puede ser desgraciado debajo de una palmera y mientras gozamos del espectáculo apabullante de la puesta del sol. Dejemos que sea el momento el que nos guíe —

Seguimos caminando por la rambla. Cada tanto Lucrecia mira para arriba como queriendo absorber la altiva dignidad de las palmeras Butiá. Me quedo contento que finalmente la conversación haya derivado a temas menos trascendentes. Cuando al empezar la caminata me dijo que había leído que el fascismo fue destruido como ideología en la Segunda Guerra Mundial no pude evitar hablar sobre el tema. Traté de explicarle que todo cambia; que la vida es un hecho dinámico y que lo que interesa no es el nombre con que se apele a algo sino la esencia del hecho. Le referí la anécdota de un amigo, director teatral y escritor, que pudo entrevistarse con Arthur Miller allá por los años ochenta.  Fue luego de eso que me dijo lo de rezar de aburrimiento.

--Mira Lucre, hay unos lindos bancos de madera, ¿qué tal si nos sentamos a esperar que desaparezca el disco solar? –y agrego sin demasiado tacto—para eso no hay que pensar —.

No me responde nada. Nos sentamos. Aprovecho para pasarle mi brazo derecho por sus hermosos y redondeados hombros ahora tostados en esas playas del litoral atlántico. Es la hora de la virazón, cambia el viento y la temperatura bajo unos pocos grados. Veo que Lucrecia tiene algo de frío. Se me acerca hasta que parece que quisiera fundirse en mí. Sigo recordando mi torpeza de hace unos minutos antes y cómo le hablé. Fue casi doctoralmente, no como los amantes que éramos. Reconozco lo lógico de su reacción a mis elucubraciones mentales sobre el fascismo. Fui un tonto. Le traté de aclarar que eso ha estado siempre presente en las sociedades humanas aunque bajo muy diferentes nombres, no era el momento. Enseguida me di cuenta de que un lugar así bajo las palmeras con la vista al horizonte oceánico justo al atardecer no es para intelectualizar, es para sentir. Y entonces sí siento que me da suaves besos a lo largo de mi cuello y que llega a mi oreja derecha. Me estremezco de placer.  Entonces me dice en un susurro:

--No terminaste de contarme lo que le dijo Arthur Miller a tu amigo cuando le preguntó por Las Brujas de Salem y si eso no era el fascismo recurrente que sigue hasta nuestros días—

Último diálogo




Entré empujando la doble verja de hierro.

-       Bienvenido – dijo

Por el acento no era de aquí

-       ¿Es usted el dueño de la vivienda?

-       No señor los dueños se encuentran fuera de España, en Alemania. En Dusseldorf. – contestó

-       ¿Y usted quién es? – pregunté

-       Soy el administrador de la familia. Les avisé en cuanto me di cuenta del robo en la casa.

-       Aparte del dinero y las joyas ¿echa algo más en falta?

-       Si señor. En la biblioteca, en unos estantes simulados había una pequeña caja fuerte donde el señor presidente guardaba objetos personales, la encontré totalmente rota y vacía.

-       ¿Sabía usted que guardaba el sr. presidente?

-       Objetos personales, como le digo

-       Si, si entiendo. Una cosa más ¿porque le llama presidente?

-       Así le llama todo el mundo que viene a la vivienda.

Mientras charlaba iba dando vueltas por la casa

-       Es espectacular. – dijo

-       Si es bonita. – contesté mientras miraba el jardín.

Había una piscina con árboles a su alrededor se encontraban unidos por hamacas de algodón.  En medio de una gran pradera se encontraba una palmera solitaria no muy alta, daba una buena sombra. Con este calor pensé: no se puede ser desgraciado debajo de una palmera como esta, en ese lugar.

Una joven me saludo, debía estar tomando el sol. Se cubrió rápidamente con una toalla bastante pequeña.

-       Adiós. – dije



-       ¿Quién es la joven que se encuentra tomando el sol en la pradera junto a una palmera? – pregunte a mi interlocutor

-       No lo sé inspector, aquí solo estamos usted y yo.



Intente tranquilizarme aspirando el olor a tierra húmeda.





No hubo pasado dos meses desde las investigaciones por el robo en la vivienda del “presidente” cuando un sábado mi ayudante se presentó temprano en casa mientras estaba pasando el tiempo en un pequeño huerto que tengo. Apareció con un coche patrulla, salió corriendo en mi busca.

-       Tenía razón inspector. Gritaba mientras subía la pequeña vereda.

Pensé ¿Qué dice este hombre, se ha vuelto loco?

-       Han encontrado el cuerpo de una joven en la casa del presidente. – me dijo.

Lo sabía.



-       ¿Como lo han encontrado?

-       Esta mañana nos llamó el administrador diciendo que al colocar la leña vio el cuerpo de la joven, tapado entre unos troncos.







La joven no era la hija del administrador, ella también estaba al servicio del presidente, era su fotógrafa particular.

-       ¿Porque me dijo que era su hija?

-       El presidente no deseaba que se conociera su existencia, era su amante.

Sobre el frigorífico de la cocina aun se encontraba una fotografía la del presidente con una joven besándose en la boca de forma clandestina, como deprisa.

-       ¿Es ese el presidente? – pregunté al administrador

-       Si, con ella durante su fiesta de cumpleaños. Cumplía dieciséis. Es una foto antigua de hará cinco años.

Me di cuenta de que el administrador no se encontraba bien, tenía la cara como esperando algo. No sé, afectado quizás

-       ¿Se encuentra bien?

-       Si, solo un poco cansado, todo esto…



La maté de un golpe con una botella de champagne que nos acabamos esa noche durante la cena. Fue sin preparación, sin premeditación, sin seguir ningún rito. Era más fácil, después de muerta.



La chica que tomaba el sol comenzaba a verla con asiduidad, se hacía la encontradiza, hasta llegó a entrar en la comisaría preguntando si estaba.

Un mes más tarde tomando unas copas nos besamos. Sin embargo, algo dentro de mí me ponía nervioso, como un vacío en el estómago.

Soy un hombre católico y desde que la conocí intenté quitar de mí esta desazón de la única manera que podía, no renunciar a mi fe, rezar. Se convirtió en una rutina, en aburrimiento.



Durante una cena en la vivienda del presidente, donde la vi por primera vez.

-       ¿Pero el administrador?

-       No te preocupes vamos a estar solos es su día libre

A parte de un ramo de flores, llevé dos botellas de champagne y escondidas dos pastillas en mi bolsillo de la chaqueta, con la pretensión de mezclarlas con la bebida. La deseaba.

Hacían su efecto, pero no el que yo pretendía, solo se puso a hablar durante la cena, supe que ella, como al que denominaban presidente eran dos eslabones de una organización política para crear en Cataluña una situación de caos y propiciar un golpe de estado fascista en España.

-       Pero querida si el fascismo fue destruido como ideología viviente por la segunda guerra mundial.

-       Ay, inspector, veo que hasta la policía ha dejado de creer en sus valores de orden.

Seguíamos hablando de ella, las pastillas le  soltaron la lengua hasta que en un momento…

Por fin, comenzó a hablar de sexo.

-       También me gusta el sexo, soy bastante promiscua. ¿Y tú?



No sabía como justificar que no me interesaba su vida, comencé a exagerar, le confesé una de las mentiras que más me atraían. Que tuve una relación con dos mujeres que se conocían entre ellas. Éramos una unión de tres.

-       Pues solo somos dos ahora. – me dijo

Esta respuesta me desconcertó, como si se negara a follar esta noche.



Aun quedaba una botella de champan llena, no la desperdicié, la leñera no estaba muy lejos y pesaba poco.


miércoles, 19 de febrero de 2020

Regalo 'fuera de programa' por mi cumpleaños


Queridos compañeros de taller:
Hoy es mi cumpleaños de sesenta-dieciocho (con la elegancia francesa: soixante-dix huit) o también ocho y setenta (achtundsiebzig de los menos optimistas alemanes) evitando tanto el valenciano, el castellano o el inglés que lo hacen a uno mayor. He decidido entonces regalarles este breve texto que está relacionado con el motivo por el cual he tenido la alegría de conoceros. Gracias otra vez por vuestra amistad y vuestra indulgencia:

La vida no fluye siempre fácil

Aquí estoy con mis instrumentos favoritos de escritura: papel cuadriculado a 0.5cm y un lápiz mecánico con grafo de 0.5mm coronado por una generosa y estupenda goma blanda y rojiza. Siento que puedo expresarme con más lealtad, colocar más palabras por hoja A4 con estos elementos. Tengo el ordenador muy cerca pero solo lo usaré para pasar en limpio lo que el grafito haya dejado sobre el papel. El ordenador no toca lo que escribe, no lo siente.

La sensación de la punta gastándose al raspar la hoja mientras la voy girando para que sea más incisiva, el ruido sutil de mi lápiz raspando el papel, y la resistencia a mis trazos de cursiva tipo inglesa, aprendidos cuando comencé primaria en un cercano 1948, son como la vida: vencer cada nueva palabra con más esfuerzo para superarla y a su vez tener la oportunidad para pensar lo que deja el grafito en el papel.

La vida no fluye siempre fácil.

Igual que la hoja cuadriculada de A4 que opone resistencia a ser ensuciada por mi grafito de 0.5mm. No es la felicidad total pues más allá del débil pero sugestivo sonido del papel al quejarse cuando lo maltratan con trazos que serán letras, luego palabras y más tarde frases, falta la sensación más directa y permanente que experimenta el ser humano: el olor. Para la felicidad total me faltan los verdaderos lápices, los de cuerpo de madera. Aquellos a los que les hacemos puntas largas bien afiladas, más aún que las de este grafo Pentel de 0.5mm. Los que al escribir se van redondeando poco a poco, quizá cansados de ser afilados. Entonces uno lo mete en la máquina sacapuntas para volver a escribir con agudeza. Ni el papel ni el grafito tienen aromas, solo un poco la goma si decido borrar. Trato de evitar borrar pues la maestra de primero me la tiró al piso frente a toda la clase y dijo: “hay que hacer las cosas bien de entrada”, no me olvido nunca. Tampoco olvido eso tan esencial: el olor de la madera recién cortada de un buen lápiz; aroma que inundaba mi mesa de trabajo con sensaciones de agrado que añoro. No sé por qué ese aroma me movía tanto. Sueño que los japoneses inventarán algún día un lápiz mecánico que al escribir libere el aroma de la madera fresca recién cortada.

Como en la vida,  existe ese algo que encontramos y nos hace sentir que volvemos a ser agudos en nuestros pensamientos.

Ese algo tiene, como en la vida, consecuencias lindas y feas. Como las virutas de la madera y los restos del grafo que hemos pasado por el sacapuntas: restos molestos pero llenos de perfume fuerte y sugestivo. Esas lascas de madera que son como flores de cuerpo de madera muy fina y veteada con bordes de colores según la marca del lápiz.

Como en la vida, despiertan nuestros sentidos para recordarnos el árbol que dio su vida para que las palabras tuvieran también la suya.

Valencia, 20 de febrero de 2020.

P.S.: Es un humilde homenaje a Juan Carlos Onetti que no escribía a máquina sino con lápices. Dolly, su mujer, le afilaba varios y se los dejaba en un jarrito para que él los fuera usando mientras escribía sus libros en cuadernos de escuela.

martes, 18 de febrero de 2020

APUNTES: DIÁLOGOS apuntes de Bárbara 18 febrero 2020


                               
                 
        LOS DIÁLOGOS
Funciones del diálogo:
  1. Caracterizamos personajes
  2. Mostramos la situación, no sólo física sino también cómo se relaciona
  3. Hacer que la acción avance
 Características:
  • En la actualidad la tendencia es la naturalidad
  • Cuando pasa algo importante le decimos al lector que venga, que se asome y que se entere de lo que está pasando
  •  Es un error poner cosas que no son importantes en un diálogo.
  • En el diálogo obligamos a vivirlo
  • Hasta que no pase algo interesante no pondremos un diálogo
  • Palabras con más exactitud que en otras partes del relato
  • Naturalidad
  • Fluidez, ritmo, coherencia
  • Que tengan poder de sugerencia. No seguir la lógica más absoluta, romperla. No contarlo todo
  • Que los personajes interactúen
  • Importancia del subtexto, lo que no dicen literalmente, no ir directo al grano
  • Construir una voz distinta para cada uno de nuestros personajes. Que no hablen todos igual
  • Frases cortas. Se hace pesado si son frases largas
  • Escribiremos el texto y la acotación. OJO-CUIDADÍN: queda un poco rancio lo de poner –dijo Pedro abriendo la puerta de la calle (dijo....+gerundio) 
  • En la acotación no ponemos cosas importantes ni repetimos cosas que ya han salido en el parlamento
          Los diálogos se escriben en estilo directo pero podemos también utilizar estilo  indirecto.
Una variante sería el estilo indirecto libre: un narrador en 3a persona que se mete en la voz del personaje
  • EL MONÓLOGO INTERIOR: sería también una especie de diálogo.


la raya la pondremos pegada al inicio
               –
           
Bárbara nos pone ejemplo de una escritora de relatos:
https://www.google.com/search?client=firefox-b-d&q=lorrie+moore+relato 













Juan con miedo

JUAN CON MIEDO

Academia. Tema: 45 El Humo. Es tan espeso que se puede masticar. De blanco no tiene 
nada. Las papilas gustativas analizan la textura y escupes la mezcla gris que se te va 
acumulando entre los dientes. No se ve nada. Dentro actúas y punto. Incendio: La voz 
venía de dos pisos más arriba. Acento italiano. Los gritos de pánico traspasaban mi 
casco Gallet F1 como si fuera un simple pañuelo–per favore, aiuto!. Academia. 
Tema 65: El Casco. El casco te protegerá. Gracias a las capas del casco y a pesar de 
las altas temperaturas no sufrirás lesiones. El casco puede que se os empiece a derretir 
pero no tengáis miedo que el interior está aislado. Incendio. Las llamas se encontraban 
situadas a ambos lados de la escalera y parecían darme la bienvenida. Sube tranquilo tío,
 no pasa nada. La opción ascensor estaba descartada y lo sabía. Te queda la más jodida,
 Juan. La pared lateral del edificio al derrumbarse te ha dejado escombros amontonados
 que se pueden saltar fácilmente en unos cuatro segundos dando acceso al siguiente nivel.
 Una vez allí ya decides el siguiente paso. Academia. Tema 6: Miedo al fuego.  El que no
 tiene miedo al fuego es un inconsciente. ¿Me estas oyendo Juan? El peligro existe chicos,
 pero sabemos lo que hay que hacer y lo hacemos. Entramos en el incendio sin pensar, 
pero con cabeza. ¿Me entendéis? Incendio. Francesca sigue gritando. Juan ya está en el 
primer piso y la italiana llora desesperadamente. Ella, víctima del pánico, piensa que 
sus horas están contadas. Según veremos en el artículo que aparecerá mañana en la 
prensa balear, su pareja la había encerrado bajo llave con unos candados. Francesca 
será otra víctima de violencia machista según parece. Juan no puede ver. El humo le 
ciega. Cae otra pared ante sus ojos. Un escombro le golpea el hombro. Tiene magullado
 todo el brazo. Date prisa, la única alternativa es la escalera para acceder al segundo 
nivel y poder rescatar a la chica. Yo de tí no subiría. No hay forma humana de pasar esa
 muralla de fuego. Academia. Tema 44: El traje ignífugo. Podéis pasar el fuego pero no 
os quedéis nunca parados. Tenéis que seguir andando sin correr, sin pausas. No os vais 
a quemar pero hay que seguir adelante, en movimiento siempre. Incendio. Francesca 
sigue gritando. Su voz ahora se desgarra mezcla de llanto y asfixia. Juan está subiendo 
la escalera y atraviesa una llamarada inmensa totalmente a ciegas. Llega a la puerta 
blandiendo su hacha, la levanta y la estampa violentamente contra el candado. 
Academia. Tema 15: la respiración artificial y masaje cardiopulmonar. Incendio. 
Francesca ya no habla. Juan llora.


Conversa

—Buenas.
—Hola.
—¿El último?
—Somos nosotras.
—Siguiente.
—¡Buenas! Eeeeh… queríamos semillas de hinojo y de rui... ruibarbo. ¿Ruibarbo?
—¿Algo más?
—No, ya está.
—Pueees, dos euretes… Muy bien.
—Moltes gràcies.
—Valeeee.
—Eeeeh, una cosa… per a germinar açò…
—Sí.
—...és en el....
—Sí, és en un...
—...en el sustrato...
—….en una “bandejeta” i ficar un sustrat de semillero…
—Val...
—...i ja està…
—Val…. i “bandejetes” vosaltres veni... veneu açí, o…?
—Sí, però son de… mira.
—Porque nosotras sí que tenemos pero una solo, ¿verdad?
—Una hay.
—Pues a ver si hay… ¡Uuuuu, samurái! ¡Cuchillos samurái! Mmm...
—Estes són de seixanta.
—Aaaaaah…
—Val? Això val un euro...
—Val.
—...la “bandejeta”.
—Val un euro, tu qué dius?

lunes, 17 de febrero de 2020

Un día perfecto para el pez plátano

Os dejo un enlace a un relato de Salinger, Un día perfecto para el pez plátano, con mucho, mucho diálogo
https://clubdelecturaieszizurbhi.files.wordpress.com/2016/02/j-d-salinger-un-dc3ada-perfecto-para-el-pez-del-platano1.pdf

Convesatorio una tarde de domingo




Alguna vez en tono antiguo recuerdo viejas melodías, viejas canciones, conversaciones, grabaciones y que al oírlas solo son un juntar palabrerías, y esta es una de estas veces.

Recuerdo que fue en casa de tus amigos allá por la calle Bravo Murillo.

Solo un lápiz y una moleskine fueron testigos de lo que allí dijimos.



B – a mí me lo ha hecho varias veces

S – no, yo por ejemplo con R, que es una persona muy callada, que no dice muchas cosas…

P – que no dice tonterías

B – (risas)

S – no, pero. Yo, por ejemplo, una vez, una de las veces a mi aquello me dejó a si como diciendo….

R - me pones un poco más de Martini

Ch – T. ¿tienes hielo?

T – un camión

R – solo un pelín, ¿decías?

S – me acuerdo de que íbamos en el coche R, yo y sus dos hijas detrás. Estaba cabreada – diciendo: no sé qué… no sé cuántos…, cuando me cabreo necesito decir, no sé. Los tres callados hasta que dije: pero bueno ¿no tenéis nada que decir? Y los tres dicen: no tenemos nada que decir y yo digo….

P – pero ¿había un cabreo por algo?

B – y ellos nada, ellos tranquilos

S – no tenemos nada que decir. Vale

R – en voz baja ¿Que íbamos a decir?

S – no, no vale.  Yo por ejemplo….

Ch – tú es que tienes mucha conversación….

(B – es que me emborracho P)

(R – es lo que quiere)

Ch - … y no todo el mundo es igual

S – a lo mejor es que tengo miedo al silencio

P – todos tenemos miedo al silencio

Ch – el otro día digo una tontería, de esas que se te ocurren al pasar por ahí, que ya casi no me acuerdo. Y ni se molestó en mirar ni en contestar.

S – (risas)

T – yo soy sordo

Ch – sordo no, no te molestar en contestar, me dije ¡ya verás ¡

Dos horas en el coche sin hablar, supongo que un momento pensó – Aquí pasa algo. Entonces me dijo no sé qué y yo… (gesto de cerrar la boca con cremallera) (Risas generales)

S – te fijas el montaje que te has hecho mental

Ch – pues sí

S – y que a lo mejor ¿no tiene nada que ver con el montaje que se ha hecho él?

Ch – sí, si se dio cuenta

B – muchas veces el que se enfada… normalmente cuando nos enfadamos, nos equivocamos. Esa furia que entra…

P - ¡no digas tonterías ¡(Risas)

B – si te aclaran las cosas no te enfadarías

R – claro

S – si te las aclaran bien

B – soy de poco enfadar, me enfado muy poco

P – yo ahora me enfado menos, pero he sido super enfadoso

B - ¿cuándo le conocí...?

P – pero no con los amigos o gentes de fuera, con esos nada

B – a veces se cogía unos mosqueos que….

P – que me tiraba tres días sin hablar

B – hasta se acostaba y todo del cabreo que tenía

T – parecen los rebotes con tu hermano., podían estar una semana sin mirarse a la cara

Ch – a veces lo superábamos, pero si si……



Cierro el micro, no vaya a ser que me pillen con el abierto y no les haga gracia. Volvía a casa, camino de la Gran Vía. Por la Plaza de España bajaba el sol frío de siete picos.

Tarde de domingo.

Nueva historia sobre mi bombero y miedo



Estaba tumbada en el sofá leyendo un estudio sobre la investigación social como una nueva herramienta contra la lucha de los incendios forestales y otro sobre las actas relativas a la muerte de Raymond Roussel: un relato – investigación sobre la muerte del poeta francés que tuvo lugar en un hotel de Palermo por sobredosis según el informe oficial.



Sonó el móvil, el número que apareció en la pantalla no lo tenía registrado, pero lo reconocí, esperaba la llamada.

Sabía que aquello era una vuelta al pasado, a una época difícil. Por un momento dudé en cogerla, pero debía.



- ¿Sí?

-  Hola Lucía

Aquella voz, que cercana me sonaba, por un segundo callé mientras pensaba.

-  Lucia contesta ¿No te acuerdas de mí?

-  Si, si perdona, es que no esperaba tu llamada. – Mentí­­-

Me vino la sensación de haber estado durante años sin vivir y de repente todo el pasado se precipitó delante de mí vista, durante un segundo, en mil pedazos.

-  Hace tres horas que acabo de llegar a Madrid, tengo habitación en el Astoria.    ¿Nos vemos?

-  Como quieras.

- ¿Te viene bien a las ocho y media?

- Vale. Dije

-  Te espero en la puerta del hotel a esa hora.



Otra vez silencio en casa. Salí con el tiempo justo para llegar un poco tarde. Sabía que odiaba la impuntualidad, pero quería robar su tiempo.

Cuando llegué ya había reservado mesa en el restaurante. Era una mesa grande para cuatro comensales, justo en el centro donde todas las miradas convergían, por encima, un gran espejo cubría el techo. 

Nadie nos va a ignorar – Pensé -



Mientras avanzaba, conocía esa mirada, sabía que me observaba con precisión, por eso me acercaba despacio exagerando mis pasos, el vestido se deslizaba despacio por mi cuerpo.

Después de un largo abrazo nos sentamos.

- Ya puede traer el vino – dijo al camarero.

Como siempre tenía que elegir. No podía esperar.

- Sigues igual que desde el bachillerato, se nota que haces deporte, te siente bien tu profesión. ¿O tienes otras pasiones ocultas que te hacen permanecer joven?

- Muchas gracias. Contesté. No, de momento no tengo pasiones ocultas, bastante tengo con mantenerme en pie.



No quise decir nada sobre su aspecto, casi enfermizo, su cara era un puro hueso, se notaba que físicamente estaba muy débil. 

- Tu tampoco te ves mal, dije ¿Qué haces, a que te dedicas? Dije cínicamente

- Adivínalo Lucia

- Pues no sé, puedo creerme cualquier cosa, seguro que es increíble.

- Trabajo en el Vaticano como responsable de las finanzas para América del Sur. Acabo de llegar a Madrid para tomarme unos días de descanso, unas vacaciones, aunque casi obligatorias, me insistieron bastante, mi estado físico no es muy bueno.

- Ya, dije



-  Lucía ¿Entraste por fin en el cuerpo de bomberos? 

- Si, fui de las primeras en la promoción, exactamente la tercera. Al principio solo quería recuperar mi juventud, el tiempo que perdí en el pasado.

Me gustaba hacer ejercicio, ver la tensión de mi cuerpo, sentir el sudor en cada poro, creo que me ha venido bien sentir el atractivo de los demás.

 - ¿Sabes nunca entendí porque quisiste ser una mujer dentro del cuerpo de bomberos y siento decírtelo, pero no creo que fuese por realizar un servicio a la comunidad?

- Es cierto, tienes razón, por aquella época me tomaba cualquier cosa para mantenerme en forma, siempre que no tuviera que realizar algún sacrificio y sobre todo por la humanidad, de la que nunca quise ser un miembro útil.

Pero ahora tengo un buen puesto, viajo bastante, la comunidad me paga bien y todavía me queda algo de aquello… ¿te acuerdas cuando nos invitaron a la fiesta por el aniversario de la embajada albanesa?

- Claro que me acuerdo, vaya gente, sobre de Don Antonio, aquel comandante que lo pillaron en una movida de tráfico de armas. Cuando salió de la cárcel nos contrató para aquel trabajo tan especial. 

-Y no sabes lo que me arrepiento.

- Si, sí, pero no renunciaste al pellizco. Solo pasaste seis meses en la cárcel y luego a disfrutarlo.

- Que bien te acuerdas, dije. Pero el miedo que pasé y que aún persiste. Sabes las cárceles te inundan de realidad por eso son terribles.

- Me acuerdo Lucia, éramos jóvenes, creíamos que lo sabíamos todo, ahora solo sospechamos de todo.



- Bueno ¿Y tú? Ya hemos hablado mucho de mí. 

- Nada Lucía, negocios aquí, allá. Entré en política y en la misma época me casé, me divorcié, la relación se deterioró, hubo otra persona…

- ¿Quién? Dije. Y ¿en qué partido entraste?

La hermana de mi marido y aquello fue un desastre. Resulta que era una sobrina del primer ministro y presidente de la Democracia Cristiana, aquello fue terrible. El caso es que tenía que salvarme de la cantidad de amenazas, aquella sobrina sabía demasiado sobre el partido, pensé que me vendría bien para tener un buen puesto, pero alguien se enteró de lo nuestro, de mis intenciones y cuando la mafia anda por medio lo mejor que puedes hacer es desaparecer, me decidí y entré en un convento, allí suponía que estaría a salvo.

- Joder siempre tan radical, dije para engrandecer su ego, sabía que le gustaba.

- Con mi experiencia no me fue difícil optar a un puesto en el Banco Ambrosiano. No sabes que tranquilidad me proporciona este trabajo. El pasado se quedó colgado de una viga, aunque a veces se tambalea.

- ¿Por qué? 

-  Hace un año el Banco contrató una becaria para que me ayudara como secretaria, tuvimos una relación que estuvo bien, mientras duró. Se fue y lo pasé mal. Pero eso es el pasado y los miedos fortalecen.

- ¿Los miedos?  - dije

-   Si, los miedos a que descubran quién eres de verdad, que no lleves una vida de acuerdo con su sistema y que ellos lo que desean es verte involucrada. Entre estos “ellos”, la vida privada solo pertenece a la organización y no debe ser aireada. Seguro que tú también tendrías miedo de que se enterasen de tu pasado, aunque fuese de un pasado próximo.



- Cuando dijo “ellos” pensé que era una víctima, pero en mi descargo todos lo somos.

La cena se fue prolongando más de lo debido, mientras hablábamos de todo un poco; la miraba y pensaba que a veces la belleza no es solo superficial, había algo hermoso dentro de cualquier aspecto que tengamos.



La luz que reflejaba el espejo sobre la mesa irradiaba una sensación extraña, había una lucha moral dentro de mí, siempre la amé, pero su maldad influía una atracción que superaba sus pocos encantos físicos, la amaba por encima de todo, amaba a esta monja católica, lesbiana, directiva de un banco y que fue amante de una dama de la alta sociedad italiana.



Temblaba cuando se acercó a mi boca, el velo que cubría su cabeza se deslizó sobre su espalda desnuda. 

Seguía siendo rubia. Tan rubia como la primera vez que sentí su color.



Amanecía y seguía pensando en mis inseguridades en mis miedos, volví a sentirme una refugiada en tierra de nadie mientras la luz entraba entre los visillos del ventanal del hotel.



Aquello fue un escándalo que llevó a la clausura de la Logia P2 relacionada con el Banco Ambrosiano y la Ndrangheta.

Después de realizar el trabajo encomendado por los servicios italianos de seguridad. Salí del hotel con todo el odio acumulado en mis venas.



Por la noche las noticias decían que la policía, avisada por los directivos del hotel, encontraron el cuerpo de una monja que ocupaba la habitación 445 y que según el registro de entrada era el de una directiva de un banco de la ciudad del vaticano. Se encontraba acostada sobre un colchón colocado en el suelo. Hasta el momento la policía informa que el caso está bajo el secreto del sumario. La fiscalía junto con la policía prosigue con las investigaciones".


miércoles, 12 de febrero de 2020

Metamorfosis en carta de amor (c/pequeños ajustes de sintaxis)



El comienzo de La Metamorfosis como una carta de amor

¿Te acuerdas cuando me llamabas mi bichito excitante y divino? Yo te respondía que eras la bichita más deseable y querida. Hoy me sentí tu bicho, ese bicho del que siempre hablas. Hasta vi mi pancita redondeada como si fuera la de un insecto dado vuelta apoyado en su caparazón fuerte a la que tanto te gusta acariciar. Allí tengo escondidas mis alas para que pronto te pueda ir a buscar, bichita de luz eterna y divina. La pancita no me dejó ver mis pies, imaginé entonces que tenía muchos brazos; brazos para poder abrazarte aún más.

Tu bichito Gregor

martes, 11 de febrero de 2020

Bomber_

  Treinta y dos palabras. Ese era el número exacto, no había pronunciado ni una más en los tres años que llevaba trabajando en el Parque de Bomberos de Catarroja tras haber obtenido una nota perfecta en las oposiciones. Un número bastante por debajo de las cincuenta que, según varios lingüistas, son necesarias para establecer una comunicación básica, detalle que le producía un tímido orgullo. Fórmulas de corta cortesía; los mágicos “sí”, “no”, “por favor” y “gracias”; un par de socorridos verbos, a poder ser en infinitivo, conjugar ya suponía un extra; nombres contados, adjetivos selectos y una profunda devoción por la polisemia. Complementaba el escueto diccionario, que había comenzado a elaborar en la infancia, con un rico catálogo de expresiones faciales, manos inquietas y sordera ficticia para los momentos más comprometidos. No se trataba de una estrategia para evitar la comunicación oral a toda costa. Era, más bien, un método de supervivencia. Hablar le resultaba terrorífico. Ante la perspectiva de tener que producir una serie de sonidos que acabarían formando una palabra y, con suerte, una oración simple, su aparato fonador quedaba completamente inutilizado: alveolos convertidos en pasas que impedían impulsar el aire hacia una faringe amojamada y cuerdas vocales que no conocían la elasticidad.

  La determinación de construirse este limitadísimo idiolecto surgió en el aula trece del colegio público al que asistió durante todo el humillante periodo de educación obligatoria. El ciclo del agua. Era un buen tema de exposición, circular, cerrado, solo tenía que seguir los pasos, las fases. Pie izquierdo arriba. Sobre la tarima con decisión, a pesar de las risillas crecientes que soltaba el imperativo público. Ni siquiera pudo pronunciar el título del trabajo. Sus transversos del abdomen se activaron a la par, su boca emitió líquidos en lugar de sonidos. Convivir con apodos y burlas hasta graduarse.

  En cambio, el cuerpo de bomberos era una institución perfecta: lo suficientemente jerarquizada como para no tener que expresar una opinión personal obligatoriamente y con el aliciente de poder salvar vidas en lugar de terminarlas. Además, todo el equipo apreciaba enormemente su discreción, obediencia y efectividad. Incluso desprendía cierta asertividad y calma, cualidades muy apreciadas en una profesión de riesgo. Había encontrado su lugar. Cada mañana, practicaba los términos elegidos. Esa mañana también. La guardia estaba siendo curiosamente tranquila. Un aviso por árbol caído que se solucionó en menos de una hora y una falsa alarma con escape de gas inexistente de por medio. Estaba escuchando su programa de entrevistas favorito cuando, a través de la megafonía general, la voz de su superior requirió su presencia en la sala de reuniones. Al entrar, con rostro severo y cejas comprimiendo frente, le aguardaban el comandante y una agente de policía.

—Tome asiento—indicó con amabilidad temblorosa el comandante.
—Gracias.
—Te presento a la detective Junquera, quiere hacerte unas preguntas, será rápido. ¿Te importa?
—No.
—Buenas tardes, siento entrometerme en su jornada laboral. Me han dicho que el día no está siendo muy duro. Aún así, intentaré ser breve.
—Hola.
—Me encuentro al cargo de una investigación abierta de la que no puedo revelar muchos detalles.—...
—¿A qué suele dedicar los lunes? ¿Trabaja?
—Libro.
—¿Todos los lunes?
— Sí—alveolos pasa.
—Qué suerte. ¿Qué hizo la mañana del pasado lunes?
—Dormir—firme, bien.
—Entiendo... ¿Es esta su mochila?
—Sí.
—Si la abriese, ¿qué encontraría?
—Libro—¡toma!
—¿Sólo un libro? ¿Qué me dice de una cartera, tabaco, algunos céntimos sueltos escondidos por las esquinas o un chicle aventurero rebozado en pelusas? ¿Nada de eso? —No—perdiendo elasticidad en las cuerdas vocales.
—Ya veo...
—...
—El pasado lunes veintiocho apareció en un garaje calcinado el cuerpo sin vida de una mujer joven. Mostraba signos de violencia, le faltaban los dos pulgares y los dos dedos meñiques de los pies, no puedo ser mucho más específica. También presentaba algunas fibras verdosas... Dígame, ¿dónde estuvo el pasado lunes veintiocho? Esta vez, elabore su respuesta, por favor.

El bombero Ramón y su miedo (ejercicio No.8)



El bombero Ramón y su miedo (ejercicio No.8)

Hacía solo unos meses que yo había logrado entrar al cuerpo de Bomberos. Fue luego de un exhaustivo entrenamiento para formar parte de esa institución profesional. Era fuerte, joven y lleno de ilusiones. Había sido mi sueño desde niño.

--Vamos don Ramón, no se me quede así como si estuviera en la luna de Valencia. ¿Qué está imaginando en su cabeza?--

Estábamos en la segunda planta de un edificio antiguo. No había grandes llamas pero el peligro eran los gases producidos por la combustión. Habíamos aprendido que no son las quemaduras las que producen víctimas, antes mueren sofocadas. Así que entramos con máscaras de oxígeno para evacuar a los que ya no se movían. Mi compañero va a por unos niños pequeños y se los lleva. Me indica que hay alguien más y voy a rescatarle.

--Déjeme ponerle la manta que hace frío aquí en este patio abierto. Otra vez se me babea. Ay ay ay, qué trabajo me da. Le sacaré ese birrete de bombero; no tenemos fuego cerca y así le pongo una gorra abrigada. --

Ante mí tengo al juez, al fiscal, mi defensor y varios compañeros del cuerpo. También estaba la mujer que había rescatado y revivido aplicándole lo que había aprendido en el entrenamiento. Fue ella quien finalmente me denunció por acoso sexual. La encontré desnuda tirada en una cama; la puse en el piso para reanimarla pues aprendimos que los gases mortales suben mientras que hasta unos 60cm se respira aire sin monóxido por un cierto tiempo. Me saqué la máscara y me tiré sobre ella para hacerle el boca a boca de acuerdo a nuestra instrucción. Cuando vi que su corazón latía nuevamente y estaba reanimada la cargué para sacarla del bloque de apartamentos. El hecho tuvo repercusiones mediáticas. Fue la última víctima rescatada y estaba la televisión cuando salí del edificio con ella desnuda en mis brazos. Vinieron los de la ambulancia, la pusieron en una camilla y la cubrieron. La mujer, de mediana edad, me empezó a llamar al ser dada de alta del hospital para agradecer que le hubiera salvado la vida. Me cayó muy bien al principio. Luego las llamadas se producían a cada momento. Incluso venía por mi casa y me decía de salir a tomar algo ya que yo era su ángel de la guarda. A los pocos días se me insinuaba aún más. Para salir de esa pesadilla le dije que no me interesaba nada de lo que me proponía, yo simplemente había cumplido con mi deber. Agregué que si seguía rondando mi casa y haciendo llamadas iría a la policía a denunciarla por acoso. No podía entender que me negara a sus avances. Pronto llegó a ser agresiva apareciéndose por todos los lados donde yo iba ya fuera con amigos o junto a alguna de mis parejas circunstanciales. Cuando no aguanté más y le dije que debía meterse en un psiquiátrico fue ella la que me denunció. Y aquí estoy ante un juez. Me absolvieron por falta de pruebas, eran palabras contra palabras.

--Claro, ahora que está más calentito se me duerme otra vez. Pero … qué cosa don Ramón, ahora se babea aún más. --

Cada vez que hay un siniestro con gente dentro pido que no me manden a rescatar personas pues me quedó el miedo de cómo lo podrían tomar. Me degradaron en el cuerpo porque una vez me negué a sacar una joven desmayada cuando ya no quedaban hombres por rescatar. Así me pasaron a chófer pero aún en esa función debo participar de alguna manera en la operación. Cuando conduzco la paso bien. Voy esquivando coches, con la sirena a todo volumen y haciendo sonar de vez en cuando la bocina especial de aire para advertir a los que se nos cruzan en el camino. Me gusta cómo se asustan con ese ruido y enseguida se salen de nuestro camino. Lo malo es que cuando sucede algo grande debo intervenir al igual que mis compañeros. Pero no me hacen sentir bien, se mofan de que me niegue a rescatar víctimas femeninas. Es malo que te acusen. Peor ser el blanco de los telediarios de la televisión y aparezcas en los periódicos cuando solo has tratado de hacer las cosas que has aprendido.

--Pero don Ramón, ¿qué le pasa ahora? —

Siento que me sacuden y me despierto.

-- Otra vez se me duerme y hace gestos como que estuviera conduciendo. Y justo cuando viene la hora de la merienda. Vamos, vamos que se le enfría el café con leche. Hoy tenemos una rica bollería que han donado unas señoras muy generosas. —

-- Pero ¿qué dice, que no quiere nada que hayan regalado mujeres? Ay ay ay abuelo, mire que se pone bien caprichoso usted. Venga que le seco esa baba. –

Me pone un babero para no seguir mojando ni estropear la vieja ropa que llevo encima.

-- Tome la merienda y ya lo llevo a ver su serie favorita de la televisión en Animal Planet, la de El encantador de perros, ¿no es así abuelo? --

Me tomé el café con leche y aunque tenía hambre ni probé la bollería que parecía exquisita; sentía miedo de que me persiguieran después y me acusaran por abuso si alababa lo rico que eran. Mi experiencia de bombero me decía que hay que andarse con mucho cuidado al mostrarse amable.

domingo, 9 de febrero de 2020

Parido por la tierra


PARIDO POR LA TIERRA

Se para el tiempo mientras sostengo al niño en brazos. Hasta hace unos minutos dudaba de que estuviera vivo, de tan frío como lo he encontrado, con ese tacto resbaladizo, la cara llena de verdín. Ahora tirita y le escucho como un quejido suave, no es ni siquiera un llanto. Por un momento tengo la impresión de observarme desde fuera, igual que nos observan todas las cámaras que se han ido concentrando en la boca del pozo y que ahora nos señalan entre decenas de focos. Parece que no hay nada alrededor, el niño y yo solos. Empapados los dos, frágiles, muertos de miedo.

No eran ni las cuatro cuando el timbre del teléfono me ha sacado de la cama esta mañana. Me deshice del móvil después de lo de Carlos, buscando cerrar para siempre ese canal por el que recibí la peor noticia de mi vida. Esta vez ha sido el teléfono de casa: Fede, soy Blasco, que perdón por las horas, que no olvido lo de tu hijo y lo de la baja y que lamento tener que recurrir a ti en momentos tan delicados, pero que necesito un bombero experto en espeleología y que es urgente, que como máximo responsable del cuerpo y por la gravedad del caso no me queda alternativa, que en veinte minutos tendrás un coche en la puerta y el equipo preparado aquí, en el pozo. Que el peso del deber. Que gracias. No recuerdo si he colgado el aparato, pero sí el sabor espeso del orfidal aun por digerir y los pies clavados en la moqueta del salón, en esta casa mía donde la noche ha venido a instalarse a todas horas menos cuando yo la espero. Y he salido rumbo al pozo.

Carlos murió en enero, ni un año ha pasado todavía. Estuvo cuatro meses en el hospital después del accidente, y allí nos fuimos consumiendo hasta que solo nos quedó un hilo de vida, que latía en el monitor de cuidados intensivos y que un día se rompió igual que se rompieron sus entrañas en aquella excursión el último domingo del verano, maldito mi empeño en mostrarle las grutas del Maíllo. Después ya todo ha sido oscuridad: aquel domingo me condenó a un paréntesis eterno, donde no hay manera de acotar la angustia: el dolor por la pérdida de un hijo sigue creciendo donde él ya no lo hace.

A las cinco en punto hemos llegado al pozo. No había amanecido pero el resplandor se divisaba desde la carretera: varios focos de máxima potencia rompían la noche en un círculo de luz. En él se desplegaba una actividad marcial de hombres y de máquinas que parecían regirse por un orden convergente, cuyo centro concentraba toda la atención. Era la boca, una boca de pozo estrecha por donde he pensado que a duras penas podía haber cabido el cuerpo de un ser humano. Me esperaba allí el sargento Blasco, la brigada de espeleología y un séquito de ingenieros con croquis desplegados en el suelo. No he tenido tiempo de comprender cuál era la estrategia, si es que la había. De pronto me he visto con un arnés y descolgándome por el sistema de poleas, abriéndome camino en ese pequeño orificio por donde la tierra había engullido al niño algunas horas antes. Primero las botas, luego la cintura, finalmente los hombros. Fede, ya estás dentro, comprueba que llevas el walkie conectado. Y mientras, en el punto de fuga, la mirada horrorizada de unos padres que alguien custodiaba en los márgenes de aquella maquinaria de rescate. Unos padres, he pensado, que en su extenuación sostenían el cabo de la esperanza con más tenacidad que todos los que estábamos allí ocupados.

Nos llamaron del hospital en plena madrugada. ¿Son los padres de Carlos? Sería conveniente… Su hijo ha empeorado. Carlos había muerto. Los primeros días fueron indolentes, de pura incredulidad. Después vino un alud interior que nos arrasó la vida, y largas horas de desierto. Me desprendí de todo el equipo de montaña, pensé que no podría volver a trabajar, me deshice del móvil, cerré todas las puertas. Miriam no pudo soportarlo y se marchó, condenando aquel domingo y mi puta obsesión por la víscera de la montaña.

No he tomado idea de la profundidad hasta ya bien adentro. Me ha costado entrar, el cuerpo buscando acomodarse al hueco de hormigón, las grutas siempre nos acogen como el canal del parto. Después he ido deslizándome como un autómata, la mente todavía entumecida, hasta que un mordisco de miedo me ha despertado la conciencia. El conducto parecía ya haberse ensanchado en ese punto, podía mover los brazos y las piernas con algo más de holgura. Me he llevado la mano a la cabeza y he encendido la linterna frontal. De arriba apenas entraba ya un hilo de luz, una capa de verdín brillante cubría todo el perímetro del pozo y hacia abajo apenas alcanzaba a ver más allá de mis botas. La circunferencia de roca multiplicaba el sonido de mi respiración, cada vez más rápida. He tratado de calmarme. Fede, ¿me recibes? Blasco me invocaba desde el otro lado del walkie talkie, siempre a salvo Blasco de las profundidades. He desactivado el aparato.

El chasquido con el que se quebró la cuerda quedó grabado para siempre en mi memoria. No te preocupes, Carlos, baja, un pie detrás del otro, las manos en la pared,  papá no va a soltarte. La culpa es líquida y se filtra sin piedad hasta la médula. Aquel domingo Carlos estaba a punto de cumplir diez años. Su padre estaba a punto de adentrarse en una gruta sin retorno.

Como he podido he ido soltando cuerda. Un metro, dos metros, tres metros. Desde arriba quizá llegaban voces, pero no he sido capaz de evadirme de los sonidos de mi cuerpo: el latido frenético, el zumbido en los oídos. No era así la claustrofobia, este era un miedo diferente. He seguido bajando impulsado por un instinto ciego: tres metros, cuatro metros, cinco. Sentía en mi cara el vaho metálico del pozo y, de pronto, he tenido la impresión de que el pozo respiraba, una respiración muy frágil que se acoplaba a la mía, que casi me contestaba. He aguantado el aliento. Me he volteado lentamente. He dirigido la vista al fondo: ha sido primero una caja de galletas flotando en el agua negra, más tarde unas manos magulladas, después una mirada de vidrio. Ha sido un metro más de cuerda y mi cuerpo hundido hasta la cintura. Han sido mis brazos temblorosos tomando aquel cuerpecillo yerto. Ha sido la cara terrible de la muerte asomándose al pozo de la memoria.     

Sostengo al niño en brazos y está vivo. Se queja suavemente, tirita, pero no llora. Respira, y en su respiración parece que le he dejado alguna cosa de la mía. El mundo nos observa desde fuera, a través de las cámaras. Verán cómo amanece lentamente alrededor del pozo. Verán a un hombre temblando de miedo y de esperanza. Verán cómo el niño pasa a las manos de los médicos y de ahí a las de sus padres, que esperamos a Carlos como parido de nuevo por la tierra.