miércoles, 25 de diciembre de 2019

Saludos en el "Día de la Familia" (nombre oficial de Navidad en Uruguay)


Queridos compañeros de taller:

Desde 1919 el 25 de diciembre es oficialmente el "Día de la Familia" en este, muy laico y agnóstico Uruguay del que no puedo despojarme aún con mi asentamiento en Valencia y que me gusta tanto. Ayer mandé saludos de felicitaciones a mucha gente amiga donde explicaba justamente este hecho y que aquí se toma al pie de la letra en la gran mayoría de la población que no es muy creyente (excepto en el fútbol). Una gran amiga de Algemesí me contestó con este simple y hermoso poema que quiero compartir con vosotros (perdón por mis errores al escribir en Valencià):


Bones festes del solstici, 
o del nadal,
tant se val.

Jo celebraré el triomf del sol sobre la foscor,
del coneixement sobre la ignorància,
de l'empatia front a la intransigència,
de la alegrie de viure sobre la tristor.

I a tu, celebres el que celebres, et desitge el millor.


Abrazos calurosos (aquí es pleno verano) y saludos a todos. Los echo de menos enormemente!
Mario
Montevideo, 25 de diciembre de 2019. 

martes, 17 de diciembre de 2019

Bibliografía


El otro día, Romina me pidió una lista de libros sobre esto de escribir. Estos cuatro que pongo a mí me han interesado bastante:

- Los mecanismos de la ficción, de James Wood.
- Clases de literatura, de Julio Cortázar.
- Escribir ficción, de la Escuela de escritores de Nueva York
- Contar es escuchar, de Ursula K. Le Guin

jueves, 12 de diciembre de 2019

Carta a los hermosos compañeros del taller.


Carta a los hermosos compañeros del taller
(Escribo ya en rioplatense para irme acostumbrando)

No quiero dejar de agradecerles que me hayan acompañado a tomar unas cervezas el pasado martes. No digo cañas pues en Uruguay me referiría a un aguardiente de caña de azúcar que fue muy popular no muchos años atrás: pueden leer un breve relato relacionado con esto en www.saberesbueno.wordpress.com bajo el título de “Olor a bar de copas”.

Se preguntarán porqué les escribo. Aquí va la respuesta: porque los extrañaré aún dentro de la alegría que será encontrarme con mis hijas, nietos, otros miembros de la familia y numerosos amigos de Uruguay. Además, los llamo de hermosos porque admiro la belleza en todas sus formas tangibles o imaginadas. Quizá lo hayan notado a través de mis torpes textos. Sigo admirando, sintiendo y necesitando de la belleza, tanto la visual como la de la amistad, de la comprensión y también de la discrepancia. La belleza de aprender de todos ustedes en cada segundo de nuestro taller.

A Bárbara le tengo que agradecer su increíble bondad y benevolencia. Nos muestra en forma muy constructiva caminos para expresarnos mejor, así todos crecemos gracias a ella. Lleva el grupo en forma tan armónica que día a día me siento más hermano de todos. Nos hace personas más válidas más allá de si aprendemos a escribir correctamente mucho o poco. Pero no quiero transformar esta carta en un panegírico; solo quise expresar con sinceridad lo que he sentido. A raíz de una breve conversación con ella en el bar del Mercat, conversación que surgió luego que Ana (II) expresara que leía a Benedetti les recordé que lamentablemente no había conocido a mi tocayo famoso pero en el campo de los escritores tuve la suerte de toparme con Eduardo Galeano (née Hughes y olvidable…) y especialmente a Juan Carlos Onetti. No olviden a este gigante de la literatura latinoamericana antes del boom comercial de los igualmente grandes García Márquez y Vargas Llosa. No se puede decir que uno ha leído literatura de mi continente sin conocer su trilogía: La vida Breve, Junta cadáveres y El astillero. Sé que no son lecturas fáciles pero como todas las cosas, debemos encontrarles la vuelta.

Como regalo de navidad (en el Uruguay de Onetti y mío: navidad -con minúscula- no existe en el calendario pues es oficialmente el Día de la Familia) les relataré una pequeña historia. Juan Carlos que, a pesar de lo que se pueda pensar por su literatura densa, tenía gran sentido del humor necesitaba nuevas fotos para sus libros. Visité varias veces el apartamento donde vivía, tanto para fotografiarlo como para tomar algún té con Dolly, su señora, amiga y colega violinista de años en la sinfónica. Un té entre nubes de humo de los cigarrillos que fumaba Juan Carlos uno tras otro mientras decía que prefería el té “escocés” (o sea whisky).

Onetti quizá no se ha difundido por su falta de comerciabilidad (perdón RAE) ya que es de difícil lectura. Ser un escritor amargo y existencialista podía ser atractivo en los 50/60/70, pero ni entonces ni mucho menos hoy era algo vendible. Aquel existencialismo de los 50 y 60 se ha transformado quizá, en un emocionalismo (sigo pidiendo perdón a la RAE) que tiene actualmente más atractivo. Conversando con él siempre decía que admiraba como escritor a su compañero de oficina (fue funcionario de la municipalidad de Montevideo) Martínez Moreno, otro de su generación y mucho menos conocido. También mencionaba a un colega músico (pianista y compositor), Filisberto Hernández, diciendo que había sido el más grande escritor de Uruguay. Aun hoy hay gente que lo sigue poniendo como el número uno. Juan Carlos era modestia a mansalva; esa modestia del que sabe que está más allá del denominador común; algo que, con otro estilo, también tenía Borges. Le sobraba humor discreto y punzante a la vez. No podré nunca olvidar como yo, con menos de 30 años, lo llevaba por toda su casa buscando la luz natural (que era lo único que aceptaba para mi estilo de toma fotográfica), para la pose que no fuera pose de esa imagen que tenía de él al haber terminado hacía pocos días su obra cumbre: La vida breve. A cada rato adoptaba poses payasescas y ridículas mientras me decía ‘sacame así Mario’; lamentablemente no lo hice. Para mí era un trabajo y quería encararlo con total seriedad.

Las fotos fueron un fracaso. No le gustaron y, según me contó Dolly, le causaron una gran depresión. Estuvo 3 días tumbado en su cama sin salir del cuarto luego de ver las muestras que le envié. A mí tampoco me gustaron; sabía que no servirían ni de cerca para adornar una solapa de un libro publicado en Madrid. Onetti no tenía el rostro agradable y aniñado de Cortázar ni la excentricidad de Baroja. Y en esos años se usaban mucho las cuidadas tomas de estudio con focos por todos lados creando los retratos habituales que todos conocemos. Lo mío era una especie de street photography y por más que Dolly y él mismo gustaran de mi estilo, no era lo apropiado para una editorial europea de entonces. Recuerdo bien su cuarto. Quizá eso de tumbarse todo el tiempo en la cama y solo tener la vista de esas cuatro paredes con una pequeña ventana, una mesita de luz con algunas novelas policiales, sus cigarrillos sin filtro con un par de encendedores para no quedarse sin fuego, y la botella de escocés a mano, le permitían, seguramente, concentrarse para mejor observar su interior. En el exilio de Madrid lo hizo durante años hasta su muerte como también lo habían hecho Baroja y otros. Eran los “tumbados”.

Al visitar entonces su apartamento en la zona del Parque Rodó de Montevideo, muy cercano al mar (río dirían los argentinos) noté que escribía a mano, no usaba máquina aunque había una en un rincón. Lo entiendo desde lo más profundo de mi ser: escribir a mano te da tiempo de pensar mientras metes cada palabra como si la masticaras. Cuando escribes a mano el papel te presenta resistencia que debes vencer al avanzar con el lápiz, resistencia que te ayuda a sopesar lo que escribes. Al escribir a mano cada poco tienes que parar para volver a afilar ese grafo antes de que tus ideas empiecen a perder agudeza. Cuando escribes a mano se te da un tipo de cansancio físico que te hace sentir esas palabras más allá de su significado abstracto, son como dibujos bonitos o feos que uno ni sabe qué quieren decir. Así era el Juan Carlos que conocí. Bebedor con ganas pero sin llegar a ser alcohólico, fumador insoportable desafiando las enfermedades que eso puede provocar y sobreviviente brillante hasta sus casi 85 años. 

Ahhh, también te ayuda tener a una Dolly a tu lado apoyándote siempre. Pero por sobre todo es escribir, escribir y escribir, y seguir escribiendo.

Nos veremos el 28 de enero de 2020. Feliz Navidad (o Día de la Familia para mí) y buen comienzo de nuevo año.
Valencia, 12 de diciembre de 2019.

martes, 10 de diciembre de 2019

Ejercicio Nº5: "Un hombre de 79 años murió al caer de su bicicleta"



Un hombre de 79 años murió ayer en Bétera al caer de su bicicleta.

Estoy sentado frente al amplio bow window de mi loft en carrer de la Blanqueria en el barri del Carme. Para mi visión montevideana sería más bien una avinguda, o sea una avenida pero aquí se le llama carrer, calle. Llueve suavemente y sin ganas de parar. Está frío: 12º. No es lo habitual en Valencia. Repito esto a diario. Me siento frente a una pequeñita mesa redonda de hierro de forja con dos, también pequeñas, sillas haciendo juego. Son blancas aunque de un blanco ya desmerecido.

Todo y todos nos desmerecemos con el tiempo (a excepción de ciertos vinos y quesos).

A estas sillas las tuve que llevar a soldar. Los años les han traído problemas a sus tubos-huesos lo que las hace muy humanas; como a mí con mi artrosis. Los tubos de las sillas sufren fatiga de metal y se quiebran con el peso de quienes las usamos. Menos mal que nadie se sienta encima de mí aunque una secretaria de aquellas de las películas de los años 50 sería una decoración agradable si bien insoportable (en sentido literal).

Seguramente me censurarán por pensar en una secretaria de película de hace 69 años. Ya pasó con un film reciente que se desarrollaba en esos años: “El Irlandés”. Fue criticado por cierta señora muy conocida en los medios; lo considera machista.

En la Cerrajería Artística del carrer Bany dels Pavesos en pleno barrio de La Seu en la Ciutat Vella antes de llegar al carrer de la Corretgeria, zona de variadas casas de antigüedades, fue donde me las soldaron por €14. Es un taller con forja ya que para reparar puertas y ventanas del siglo XV al XIX de esta Ciutat Vella se la necesita; aquí no hay sutilezas, ni delicadezas ni aceros inoxidables ni aluminios ni acrílicos. El artesano-soldador me explicó que la quebradura volvería a darse; ya tienen muchos años me dijo.

Ya lo sé, ni las sillas ni yo ni el ciclista de Bétera estamos aquí para siempre y el tiempo nos vuelve más frágiles.

No son confortables pero me gusta estar allí. Tomo mis desayunos tardíos y algunas comidas. Para hacerlas más soportables agregué unos almohadones redondos de azul profundo que combinan muy bien. Los colores y sus combinaciones son importantes. La naturaleza lo sabe y no hace casi nunca flores verdes como las hojas.

Se me ocurre pensar cómo nos ven las flores a nosotros. No cabe duda que nos ven feos e igualmente delicados. Sí, tan delicados como ellas. El tiempo nos marchita.

Tomo mi té con tostadas cubiertas de tomate. Las preparo yo mismo para el desayuno. Miro para afuera. A esa hora hay mucho tráfico. Miro los coches, muy corrientes de clase media inferior. Ocasionalmente aparece algo diferente como un Maserati Quattroporte que es un traje Armani con ruedas o más habitualmente diferentes Porsches con la eficiencia de la ropa de Hugo Boss (nazi convencido que usaba mano de obra esclava de judíos) como cuando diseñaba los uniformes de las Wehrmacht o Waffen SS de la Alemania nazi. Hay un Jaguar XK-8 gris que pasa casi siempre a la misma hora. Es como una escultura del período streamline-Art Decó que se mueve. De un gris insulso y anónimo no recuerda a ropa sino al coche de una historieta manga, discreto pero llamativo en su elegancia atemporal. Son caros y si no existieran sería un mundo mejor para los que sentimos que debe de haber más equidad. Claro que los trabajadores que los fabrican no estarían contentos si pierden su trabajo.

Existen esculturas en movimiento como un flamingo volando, un caballo árabe galopando libremente, un osezno panda jugando, y muchas chicas caminando a las que no puedo mirar para que no piensen que estoy cometiendo acoso. Menos mal que ni los flamingos ni los caballos ni los pandas se andan con esas temibles teorías. Admirar la belleza de la obra de dios/la fuerza/los pais/ y demás debería totalmente libre.

Tengo tres líneas de autobuses del EMT que pasan por la puerta. Conozco por el número cada unidad que usan según la línea. Los más modernos son para la 5 Interior, la que da la vuelta a toda la Ciutat Vella. Hay varios híbridos MAN y dos eléctricos, uno BYD de China y otro Irizar de España. Son todos muy nuevos. No sucede esto con la línea 28 o la 95 que tienen muchos quilómetros recorridos pero aún se resisten a ser retirados.

Me imagino cómo les dolerá el chasis/esqueleto cada mañana cuando los arrancan para los recorridos del día. Como yo, y como yo, al rato se les pasa y pueden cumplir su tarea. Como yo luego de caminar a buen ritmo los primeros 400 o 500 metros. Autobuses y personas nos parecemos.

Desvío la vista y aprovecho para descansarla en los árboles del Jardín del Turia. Hay mucho verde tanto invierno como en verano. A pesar del tiempo se ve gente corriendo o usando patinetes por allí. Yo lo disfruto en bicicleta cuando el tiempo es más llevadero. Uso casco pues no me gusta que mis ideas se machuquen ni que me las machuquen. ¿Me salvaría el SAMU si me caigo pedaleando por las bicisendas del río?

Hace un par de días murió un anciano de 79 años al caerse de la bicicleta en Bétera. El SAMU no pudo hacer nada.

La lluvia ha hecho desaparecer a muchos turistas. Quizá están en sus apartamentos turísticos de Airbnb. Se ven unos pocos, seguramente de hoteles pero no se alojan por acá sino más al centro y especialmente extramurs. Aquí en el barri del Carme no queremos turistas. Los alquileres de los pisos suben y casi ni puedes caminar sin toparte con manadas de ellos que no miran nada y te llevan por delante. Solo se concentran en la pantallita de su móvil-guía. Menos mal que encontrarán en sus hoteles o apartamentos las fotos de los lugares por donde el Google maps los ha llevado. Cuando vengan más turistas chinos (está previsto que ya en 2020 empiecen grandes riadas de ellos) será algo diferente pues, sin dejar de mirar la pantalla, la suben para hacerse el obligado auto-retrato (selfie). Quienes trabajan en hostelería estarán muy contentos. No así los 6,789 que estamos empadronados como residentes permanentes en el Barri.

La mente humana es compleja. Por eso los dogmas son tan populares: no hay que pensar. Con los móviles tampoco. Me pregunto si el ciclista de Bétera estaría mirando su móvil.

Valencia, 9 de diciembre de 2019.

sábado, 7 de diciembre de 2019

Ejercicio en segunda persona: La gota que colma


Herido un hombre tras electrocutarse en la bañera de su casa en Torrent


La víctima ha sido trasladada al Hospital La Fe de València tras sufrir la descarga eléctrica



Un hombre de 35 años ha resultado herido este lunes al sufrir una descarga eléctrica cuando se encontraba en la bañera de su domicilio, en la localidad valenciana de Torrent, según ha informado el Centro de Información y Coordinación de Urgencias (Cicu).

Los hechos han ocurrido alrededor de las 22.45 horas de este lunes, cuando el Cicu ha recibido el aviso de que un hombre había sufrido una electrocución en la calle l'Horta de Torrent.

Hasta el lugar se ha desplazado una unidad del SAMU y una unidad de SVB. El equipo médico ha asistido al hombre en el lugar y posteriormente lo ha trasladado al Hospital La Fe de València en la ambulancia, según las mismas fuentes.

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LA GOTA QUE COLMA



 Te despiertan, un día más, unas ganas de fumar inapelables. Tus manos buscan con urgencia el móvil, que todavía no ha sonado, para desactivar la alarma antes de que se sobresalte Clara. La memoria de los gestos: hace meses que Clara no duerme ya contigo. Te cuesta localizarlo en la mesilla, saturada de objetos que han ido a naufragar allí, a la orilla de tu vida y de la noche. Cae al suelo, cruje, y caen también las gafas, un libro de Coelho y el frasco de Orfidales. 

***

Te ves frente al espejo. Las gafas han perdido un cristal, y tanto da: un pecio de cuarenta años hundido en el espeso humo amarillo de tabaco malo. El mismo inventario de miserias de todas las mañanas. El vientre quizá más abultado, de perfil. Te da pereza el agua. Te rocías con desodorante y te vistes de cualquier manera, dos prendas al azar de la montaña que desborda la tabla de planchar. Arrojas la colilla al váter.

***

Tu Ford Fiesta arranca con la misma tos enferma. Te ha costado encontrarlo, como todos los días. Una vuelta al barrio, dos. El recuerdo a corto plazo lo arrastran los somníferos y las coordenadas donde aparcas son lo único cambiante en la rígida rutina de tu calendario. Os acompañan, de camino, las voces de cada mañana. Las voces huecas de todos los días. Noticias ingrávidas. Nada de lo que dice la radio ya te toca. 

***

La pequeña pantalla registra tu huella digital y te recuerda la hora exacta: buenos días. La mercantilización de tu tiempo, de tu nombre, de tu piel. El mismo pellizco de angustia. Vas directo a tu taquilla, sin saludar a nadie, y  te pones el uniforme. El pantalón de pinza y la chaqueta roja con su placa identificativa: vigilancia. Buscas tu turno en las planillas arrugadas, te toca centinela en la puerta de Colón. De nuevo el desfile impúdico del credo consumista, las alarmas magnéticas que delatan al hereje. Tras ocho horas de plantón insustancial, recorres el camino inverso. Vas directo al parking. Nadie te saluda. 

***

La cajera morena desliza, uno a uno, los productos por delante del lector. A veces alisa con sus uñas de gel la etiqueta de algún envase. Es el único gesto que escapa al ritual mecánico, que debe de repetir miles de veces cada día. Te ha saludado sin mirarte, otra vez. No le importan lo más mínimo tus latas de cerveza, tus yogures ni tu pizza precocinada. Son nueve euros ochenta. No le pagas con tarjeta y es el único gesto de rebeldía que te queda. Cuando te devuelve el cambio procuras que sus uñas te rocen la palma de la mano.

***

Te cuesta encontrar un plato limpio en la cocina. Destapas el envase de la pizza y la colocas en el horno, a ciento ochenta grados.  Abres la cerveza. Como en un oasis, disfrutas de los pequeños gestos que anuncian el partido. Se abre una grieta en el tedio de tus días, la redención del futbol.
Minuto uno, el preludio del placer. Minuto veinticuatro, cero a uno para el Valencia. En el descanso te quedan dos cervezas y flotas ya en una mullida mansedumbre. Segundo tiempo, avanzan los minutos, todo parece recuperar el orden en el mundo. Minuto treinta y seis, empate, de penalti. Minuto cuarenta y siete, marca el Zaragoza y gana. Vuelve el silencio.     

***

Te quitas la ropa y llenas la bañera. Enchufas el calefactor porque hace frío. Entra tu carne flácida en el agua y apenas sientes su tibieza: tu piel está embotada como el resto de sentidos. Enciendes el vigésimo cigarro de la noche. Miras al fondo de la bañera y piensas en el prodigio del desagüe: un pequeño tapón de caucho conteniendo decenas de litros de agua, que un simple tirón de la cadena haría deslizarse hacia el vacío. La derrota del Valencia ha destapado el desagüe de tus días.
Coges el calefactor. Lo dejas caer al agua.   


***

Te despierta una cadencia de pitidos cada vez más próxima. Abres los ojos y te deslumbra un foco. Apenas puedes moverte, el cuerpo te resulta muy pesado. Huele a desinfectante. Toses y sientes un tubo en la garganta, en la boca, entre los dientes. No respiras tú: es el tubo el que te insufla el aire, rítmicamente, pausadamente. Parece que la vida te viene dada desde fuera. Se acerca una enfermera, manipula los botones, posa su mano en tu brazo. Cesan los pitidos. Tú vas recordando. 


Piensas que en el suicidio no hay nada de fracaso. El verdadero fracaso será poder contarlo.