Herido un
hombre tras electrocutarse en la bañera de su casa en Torrent
La víctima ha sido trasladada al
Hospital La Fe de València tras sufrir la descarga eléctrica
Un hombre de 35 años ha resultado herido este lunes al
sufrir una descarga eléctrica cuando se encontraba en la bañera de su
domicilio, en la localidad valenciana de Torrent, según ha informado el Centro
de Información y Coordinación de Urgencias (Cicu).
Los hechos han ocurrido alrededor de las 22.45 horas
de este lunes, cuando el Cicu ha recibido el aviso de que un hombre había
sufrido una electrocución en la calle l'Horta de Torrent.
Hasta el lugar se ha desplazado una unidad del SAMU y
una unidad de SVB. El equipo médico ha asistido al hombre en el lugar y
posteriormente lo ha trasladado al Hospital La Fe de València en la ambulancia,
según las mismas fuentes.
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LA GOTA QUE
COLMA
Te despiertan, un día más, unas
ganas de fumar inapelables. Tus manos buscan con urgencia el móvil, que
todavía no ha sonado, para desactivar la alarma antes de que se sobresalte Clara. La
memoria de los gestos: hace meses que Clara no duerme ya contigo. Te cuesta
localizarlo en la mesilla, saturada de objetos que han ido a naufragar allí, a
la orilla de tu vida y de la noche. Cae al suelo, cruje, y caen también
las gafas, un libro de Coelho y el frasco de Orfidales.
***
Te ves frente al espejo. Las gafas
han perdido un cristal, y tanto da: un pecio de cuarenta años hundido en el
espeso humo amarillo de tabaco malo. El mismo inventario de miserias de todas
las mañanas. El vientre quizá más abultado, de perfil. Te da pereza el agua. Te
rocías con desodorante y te vistes de cualquier manera, dos prendas al azar de
la montaña que desborda la tabla de planchar. Arrojas la colilla al váter.
***
Tu Ford Fiesta arranca con la misma
tos enferma. Te ha costado encontrarlo, como todos los días. Una vuelta al
barrio, dos. El recuerdo a corto plazo lo arrastran los somníferos y las
coordenadas donde aparcas son lo único cambiante en la rígida rutina de tu
calendario. Os acompañan, de camino, las voces de cada mañana. Las voces huecas
de todos los días. Noticias ingrávidas. Nada de lo que dice la radio ya te
toca.
***
La pequeña pantalla registra tu
huella digital y te recuerda la hora exacta: buenos días. La mercantilización
de tu tiempo, de tu nombre, de tu piel. El mismo pellizco de angustia. Vas directo
a tu taquilla, sin saludar a nadie, y te
pones el uniforme. El pantalón de pinza y la chaqueta roja con su placa identificativa: vigilancia. Buscas tu turno en las planillas
arrugadas, te toca centinela en la puerta de Colón. De nuevo el desfile impúdico del
credo consumista, las alarmas magnéticas que delatan al hereje. Tras ocho horas
de plantón insustancial, recorres el camino inverso. Vas directo al parking.
Nadie te saluda.
***
La cajera morena desliza,
uno a uno, los productos por delante del lector. A veces alisa con sus uñas de
gel la etiqueta de algún envase. Es el único gesto que escapa al ritual
mecánico, que debe de repetir miles de veces cada día. Te ha saludado sin mirarte,
otra vez. No le importan lo más mínimo tus latas de cerveza, tus yogures ni tu
pizza precocinada. Son nueve euros ochenta. No le pagas con tarjeta y es el
único gesto de rebeldía que te queda. Cuando te devuelve el cambio procuras que
sus uñas te rocen la palma de la mano.
***
Te cuesta encontrar un
plato limpio en la cocina. Destapas el envase de la pizza y la colocas en el
horno, a ciento ochenta grados. Abres la
cerveza. Como en un oasis, disfrutas de los pequeños gestos que anuncian el
partido. Se abre una grieta en el tedio de tus días, la redención del futbol.
Minuto uno, el preludio
del placer. Minuto veinticuatro, cero a uno para el Valencia. En el descanso te
quedan dos cervezas y flotas ya en una mullida mansedumbre. Segundo tiempo,
avanzan los minutos, todo parece recuperar el orden en el mundo. Minuto treinta
y seis, empate, de penalti. Minuto cuarenta y siete, marca el Zaragoza y gana. Vuelve
el silencio.
***
Te quitas la ropa y
llenas la bañera. Enchufas el calefactor porque hace frío. Entra tu carne
flácida en el agua y apenas sientes su tibieza: tu piel está embotada como el
resto de sentidos. Enciendes el vigésimo cigarro de la noche. Miras al fondo de
la bañera y piensas en el prodigio del desagüe: un pequeño tapón de caucho conteniendo
decenas de litros de agua, que un simple tirón de la cadena haría deslizarse
hacia el vacío. La derrota del Valencia ha destapado el desagüe de tus días.
Coges el calefactor. Lo
dejas caer al agua.
***
Te despierta una cadencia
de pitidos cada vez más próxima. Abres los ojos y te deslumbra un foco. Apenas
puedes moverte, el cuerpo te resulta muy pesado. Huele a desinfectante. Toses y sientes un tubo en la
garganta, en la boca, entre los dientes. No respiras tú: es el tubo el que te
insufla el aire, rítmicamente, pausadamente. Parece que la vida te viene dada
desde fuera. Se acerca una enfermera, manipula los
botones, posa su mano en tu brazo. Cesan los pitidos. Tú vas recordando.
Piensas que en el suicidio no hay
nada de fracaso. El verdadero fracaso será poder contarlo.