martes, 31 de marzo de 2020

"Safari inesperado" (ejercicio Nº12: aforismo + micro-relato)




Aforismo:
Nunca sabes dónde te puede llevar la tierna mano de una joven.

Micro-relato:
Título: Safari inesperado

Solo se oye el claqueteo del motor diésel y los ronquidos que vienen del asiento trasero. Hay conversaciones mudas desbordantes de deseos. Es noche, quedan aún 1,200 quilómetros.

Al cambiar marchas en los repechos siente el roce cálido de su mano, no es casual. Excitado, deja la suya sobre el freno de emergencia. Al rato, una guía persuasiva lo lleva de esa mano por un safari de su geografía corporal con colinas, valles, bosques, planicies y hasta ríos. Siguen los ronquidos del marido tumbado atrás.

Secuencias de amor en tiempos de la maldita pandemia

lunes, 30 de marzo de 2020

Ejercicio No Diario

Llego una semana tarde



más.

                             Más.


Sigo sin tener prisa
                                         Hoy 
                                          haré

una coreografía

parejas: camiseta|pantalón. 
Me revestiré.

tres sonidos nuevos.

reconocimiento memorístico espacial.


Estoy 
En 
Racha


Ondean ~~~

Primer Plano: 
Toldosrayadosotoñales

   Segundo Plano:
   Virgen del mes pasado. Corona         
de alubias y nabos.
 

¿Tienes una a mano?


Obediencia debida con dispersión ———- 
reclama un cuerpo autónomo 
(automático—sugiere el corrector—).

Hizo caso
la rodilla derecha miró hacia otro 

lado.

Gotitas, titas, titas...

Gotículas 
sobre
Gotículas, en superficies monótonas, movibles.


Las paredes son un claro ejemplo. Ahora se mueven.

Ejerciciios de Poema y aforismo


Siempre que entra rompe la puerta.

como si fuera a un desahucio.

Llega desde la calle

Desde lo incierto

Desde el lugar donde salen los desposeídos

hacia la postguerra,

hacia el silencio de hogueras matinales.

astillas de sacos

             de cemento.



La piel se estira cada mañana.

Más tarde el transbordo

continuo y urgente

al regresar a casa.


"La espuma del mar miente a la lámina de agua"

Ejercicio Microrelato


Eje: Alemania, Holanda, Finlandia.

Tienen una vida confortable. Dicen que son hombres de provecho. Ciudadanos que cumplen con sus obligaciones.

Son un trámite burocrático con las tasas debidamente pagadas, tienen esa posibilidad. No gastan tienen todo no les hace falta nada.

Algunos son cultos, leídos y en ocasiones números uno de sus promociones.

Se les suele ver donde nadie los ve, en círculos cerrados, escondidos donde toman las medidas adecuadas.

Tengo que dar por finalizada esta microhistoria, estoy dando vueltas buscando una interpretación.

Descubro enseguida que no hay nada que entender y ahí radica la realidad, tan incomprensible, no hay nada que entender – me repetía –

Sigo delante del ordenador sin entender nada.

sábado, 28 de marzo de 2020

CNC 15


15. A la orilla de la fiebre

Trabajamos a la orilla de la fiebre, como quien anda por la línea del abismo. Queremos protegernos de la fiebre con todo un arsenal impermeable (las gafas, las máscaras, los gorros, los guantes, las batas, los pijamas), pero la fiebre es mucho más que líquida. Aunque no la toquemos, nos espera. Aunque sea en los sueños. Ya soñamos con fiebre.
Observamos nuestra temperatura, que es el punto de flotación de la salud. Sujetamos el termómetro como una boya de salvación en el naufragio. Prestamos atención a nuestro olfato, a nuestro gusto (sabemos de la alarma de su pérdida, que es un síntoma precoz). Andamos por la casa oliéndolo todo: los tarros de la miel, el bote del cacao, hasta el cubo de lejía. Nos sentamos a comer como quien entra a hacerse un TAC definitivo. Cada bocado sabroso es un renacer en la salud, es una confirmación del pasaporte de los sanos. Estamos atentos como nunca a nuestras fosas nasales, al fondo de nuestra garganta, a cada milímetro de capacidad de los pulmones. Cualquier golpe de tos nos pone en guardia.
Cuando salimos de los hospitales seguimos a la orilla de la fiebre: en lo simbólico, en lo profético, en lo fatídico. Seguimos a un paso de la fiebre a pesar de todos los escrúpulos: de la lejía, de la ducha tras ducha, del tren de lavadoras. Esperamos la fiebre como quien espera a un comensal que se retrasa. Aguardamos que, en cualquier momento, erice el vello de lo cotidiano: que nos asalte preparando la cena, acariciando al perro, pelando una manzana. Que nos anuncie que somos ciudadanos del país del COVID, que es ya tierra de todos.
Esperamos pacientes a la fiebre que ha de ponernos al otro lado de la bata, de los metacrilatos y del látex. Que ha de lanzarnos a la geografía de lo real.
Y mientras, vivimos inventándole fronteras a la fiebre. Conjurando la tregua de la fiebre.

CNC 14


14. La épica pequeña


La épica, yo creo, se escribe con minúsculas y se dice en voz baja. Si acaso es que tiene que escribirse o decirse. Al lado opuesto del heroísmo y del martirologio está la épica, si es que está en algún sitio. Al otro lado de la bata blanca y del aplauso y de las sirenas de ambulancia y de la exaltación.
La épica está a la espalda de los números, del énfasis de los telediarios, de las fotografías del periódico. Detrás del aspaviento, si es que está.
Si escribiera el inventario de la épica, buscaría la letra más pequeña de las letras, lo haría con la tinta transparente del afecto, lo escribiría sin palabras, casi. Diría que la épica está en el buenos días de cada compañero, en el cómo te encuentras, en el gracias por todo. En el eres importante y en el cuídate mucho, en el tú no lo hagas que ya voy yo por ti. Hablaría de la épica del en esto estamos juntos, del de esta saldremos, del gracias por estar. Mostraría la épica del tacto de una mano, del rastro de una ojera, del beso de una lágrima.
Si aplaudiéramos esta noche de verdad a la épica, lo haríamos con el silencio rotundo de la épica.

CNC 13


13. Tres veces virus

Primero entra en el cuerpo. Le basta con tocar sólo una célula. Echa raíces en todos los tejidos, como un granado cargado de granadas cargadas de granos de granada. Y en cada grano, la tos. En cada grano, la fiebre. En cada grano, las ganas de ovillarse, los aguijones rebuscando entre los músculos. Yo lo he visto a través de mis gafas de plástico, lo he tocado al otro lado del látex de los guantes. Lo he escuchado, lo he olido. Lo físico resuena con lo físico, y a un cuerpo le bastan los sentidos para conectar con los padecimientos de otro cuerpo. Este virus es el filo de un cuchillo entrando en la carne del melón. Este virus es del cuerpo y tensa el cuerpo hasta una dimensión que no es del cuerpo: hasta la apnea, hasta el delirio, hasta la muerte algunas veces.
Segundo entra en el alma, porque el alma no tiene inmunidad. Se filtra hasta la médula del alma con la punta del estigma y de la culpa, con los dientes de la soledad. Yo lo he visto en los ojos horrorizados de una anciana ante la aberración del traje de aislamiento (que aísla del virus y también de la sonrisa y la caricia). Lo he visto en el llanto amordazado por el fieltro insensible de la máscara. Yo lo he visto en las yemas extraviadas que no aciertan en la pantalla del teléfono, que no entienden de la telecomunicación, que saben sólo del tacto de la piel. Lo he visto en el dolor de quien se ve acusado por el dedo que señala la impureza, en unos días en que todos somos reos en el juicio por transmitir el virus.
Tercero entra en la casa. Infecta los rincones de la casa y los lazos transparentes de la casa. Envenena la sencillez de lo doméstico. Yo lo he visto en la mujer desesperada ante la fiebre inagotable del marido, ante el deshilacharse lento del marido, ante la muerte casi del marido. Desamparada y sola en esa cárcel de lo aséptico, las manos desolladas de lejía. Lo he visto en las cuidadoras en precario cautivas hoy en un confinamiento que es todo esclavitud, o despedidas (la expulsión de lo impuro) de un empleo que era sólo esclavitud. Lo he visto en la caída paulatina de toda una familia, la maldición del COVID en la familia: el virus que derriba, uno tras otro, a toda la familia.
Porque este virus es tres veces virus. Tres veces la metáfora del virus.

CNC 12


12. Camas

Van saliendo camas del vientre de un camión enorme. Las empujan con mucha diligencia nuestros celadores, ataviados con máscaras, con guantes, con batas verdes. Cada cama con sus cuatro ruedas, con sus barandillas de resina blanca, con su palo metálico en el cabezal, para el gotero. Con sus colchones gruesos, forrados de azul impermeable, con sus mandos para regular la posición. Van circulando una detrás de otra, desde la calle. Parece que el sótano las va engullendo en un hambre de camas. Forman en fila india en el vestíbulo y luego van pasando, poco a poco, hacia su localización final. Lo que hasta ayer era un gimnasio (un enorme gimnasio, con todos los artilugios de un gimnasio) se ha convertido en una nueva sala de hospital, con sus filas de camas, con sus tomas de oxígeno. Me detengo apenas un minuto dentro y tengo un pálpito de gravedad.
Pienso en esas fuentes de chocolate de tres o cuatro pisos, con un pequeño surtidor que, desde arriba, va inundando, uno tras otro, varios platos. Pienso en el chocolate deslizándose, viscoso, desde arriba hacia abajo. Y siento que el COVID se nos va apoderando, de la misma manera, una planta tras otra, de todo el hospital. Porque este baño meloso de la fiebre es el que viene a estrenar todas las camas nuevas. Y va cayendo lentamente rumbo al sótano: una planta, otra planta y otra más.
Viene el virus, con su horda de huéspedes, a dormir en todas nuestras camas. Viene con la tos y la fatiga y los dolores y todo el inventario de calamidades físicas. Y viene también con la espina de la angustia, con el miedo y con la soledad. Y correrán entre las camas los goteros, las mopas, los termómetros, los zuecos. Pero él viene a dormir. Y sólo él dormirá. Dormirá su propio sueño y dormirá el sueño de todos.
Y a cada paso, hoy, yo pienso en camas. En camas, en sábanas, en almohadas. Pienso en camas mientras cuento los casos, mientras preparo el material, mientras me subo al coche. Pienso en camas mientras me visto de azul en los recibidores, mientras respiro bajo la mascarilla, mientras le meto la torunda en la nariz (no tosa). Pienso en camas mientras hago llamadas, mientras escribo informes, mientras caliento el táper.
Hoy solo pienso en camas.
Un delirio de camas.
Ay, todas esas camas.

CNC 11


11. La cara B

Me cruzo con ellos esta mañana en la escalera. Nadie utiliza ya los ascensores. Él camina delante, con una lentitud casi sagrada. Se agarra a la barandilla con dos manos y tira, como puede, de un cuerpo que le responde apenas, todo fragilidad. No le veo la boca, pero logro escuchar una respiración como de locomotora, en parte por la mascarilla que le cubre media cara, una máscara industrial, blanca, redonda, que más que una máscara parece un bozal. Ella sube detrás, con un rostro que es pura desazón. En una mano sostiene una mochila de oxígeno, de la que sale una cánula que se pierde bajo la máscara de él. Con la otra, hace malabarismos en torno a la figura de su padre (imagino que es su padre), como si él fuera un jarrón de porcelana a punto de caer. Me da la sensación de que pueden llevar siglos en esa tesitura, camino de la primera planta, donde están las consultas.
Son días de lo insólito los días del COVID. Es como si el hospital se hubiera dislocado del espacio y del tiempo. Como si todo se hubiera vuelto del revés y hubiéramos caído al otro lado del espejo, en un ambiente cósmico, silencioso, glacial. En una asepsia espesa. Entran ganas de abrir todas las puertas para buscar detrás la realidad. Pero no se pueden tocar las manillas de las puertas. Tocar está prohibido en tiempos del COVID.
Y detrás de las puertas, aunque no lo parezca, siguen pasando cosas. Hay gente que espera que le digan que se ha curado el cáncer. Hay gente que no sabe cómo va explicar que las pruebas salen mal. Hay gente que viene como siempre a hacerse la diálisis. Hay gente que se pone los guantes para entrar a operar.
A la vuelta me los cruzo de nuevo bajando la escalera, esta vez ella delante y él detrás. Vuelven a casa, pienso, después de la consulta. Puro retrato de la vulnerabilidad.
Y es que en la cara B de este caos sigue la vida.
¿Podremos seguir sosteniendo la vida con las manos mientras nos libramos con los puños del COVID?

martes, 24 de marzo de 2020

Dos pretorianos -corregido- (Ejercicio Nº11b o 10b, o ambos... o diario de reclusión)



Dos pretorianos (ejercicio Nº 10 b –diario de reclusión- y Nº11 b)


 Aparecieron dos pretorianos,
estaban equipados para la guerra,
uno cabalgaba un tordillo, el otro un bayo,
y le opuso resistencia.

Un centurión desmontó,
quiso vencerla con palabras.
Su camarada seguía montado,
no sea que la resistencia se tornara agresión.

Este centurión desmontó también,
debían disciplinar con tranquilidad,
sus monturas quisieron aprovechar para comer la lujuriosa hierba,
las movía la misma fuerza que a la resistencia
No se lo permitieron,
estas cabalgaduras ya habían sido doblegadas anteriormente.

Conferenciaron mucho rato,
el tiempo es dual: aliado y enemigo a la vez.
Vuelven a montar estos pretorianos,
dan unas vueltas y se retiran.

Quizá fueron vencidos,
es que esta guerra se libra de otra manera.
Mi vecino de enfrente es libre,
los centuriones no pudieron doblegarlo
porque no luchaban con él,
luchaban con la Libertad.

Ama y se deja amar esta Libertad
pero llega como un deseo,
es esquiva pero se deja querer.
no se percibe si los hombres no se deciden,

La libertad nunca se rinde,

se rinden los hombres.

Original sin correciones:
"Dos pretorianos" (ejercicio Nº 11b o quizá también 10b, casi un diario de reclusión!)


Aparecieron dos pretorianos,
estaban equipados para la guerra,
uno cabalgaba un tordillo, el otro un bayo,
y le opuso resistencia.
Un centurión desmontó,
quiso vencerla con palabras,
su camarada seguía montado,
no sea que la resistencia se tornara agresión.
Este centurión desmontó también,
querían disciplinar con tranquilidad,
sus monturas quisieron aprovechar para comer la lujuriosa hierba,
los movía la misma fuerza que a la resistencia.
No se lo permitieron,
es que estas cabalgaduras ya fueron doblegadas antes.

Conferenciaron mucho rato,
el tiempo es dual: aliado y enemigo a la vez.
Vuelven a montar estos pretorianos,
dan unas vueltas y se retiran.
Quizá fueron vencidos,
es que esta guerra se libra de otra manera.
Mi vecino de enfrente es libre,
los centuriones no pudieron,
porque no luchaban con él,
luchaban con la libertad.

Ama y se deja amar pero llega como un deseo,
solo se percibe si los hombres se deciden,
es esquiva pero se deja querer.
Es que la libertad nunca se rinde,
se rinden los hombres.

Mi vecino de enfrente está en su parque
Él libre, yo recluido

En El Carmen, 20 de marzo de 2020.

lunes, 23 de marzo de 2020

CNC 10


10. HORMIGAS

Me despierto a las cinco. He dormido mejor. He conseguido, al menos, dormirme a la primera. Me levanto, también, a la primera, y con el café reviso protocolos: ¿qué hay de nuevo en el COVID? Me prohíbo abrir la prensa y no lo logro, pero es apenas un vistazo rápido. Me duelen las noticias, me escuecen en los ojos como escuece en las manos el alcohol estos días. A pesar de lo horrible de las cifras, tengo la sensación de que no hay nada nuevo por allí. En el coche no conecto la radio. Hoy sólo escucho música. Y acabo bajando las ventanas a medida que me acerco al hospital. Quiero oler la tierra y los naranjos, y mojarme la cara con la lluvia. Quiero colmarme los sentidos antes de llegar allí, donde están las noticias.
El hospital es hoy un hormiguero. No lo sabíamos, pero ha sido siempre un hormiguero. Veo algunas hormigas salir del turno de noche. Ya tienen otra cara estas hormigas, ya tienen otro tempo en las pisadas, miran con otros ojos. Vuelven a organizarse las hormigas.
Parece que nos hurgaron con un palo el hormiguero (de estructura tan rígida, de costumbres tan rígidas). Y todas las hormigas, distraída cada cual de sus rutinas, nos volvimos una turba de hormigas, una mancha de hormigas, un tumulto frenético de hormigas. Pero parece también que en ese mismo caos del hormiguero palpitaba un desafío a la entropía: la excepcionalidad constante de la vida, que tiende al orden en mitad del desconcierto.  
No hay épica, diría yo, en estas hormigas. Hay el poder de reinvención de las hormigas, la enloquecida fuerza del desaliento en las hormigas (bendita compañía, Ángel González): en las hormigas que limpian ascensores, en las hormigas que pintan las paredes, en las hormigas que transportan camas, en las hormigas que dan medicación. La maravilla de todas las hormigas acudiendo, cada cual, a su tarea. En este horizonte suspendido… En esta incertidumbre de hormigas.
En el coche, de vuelta, pienso en cómo estarán en sus casas las hormigas. Celebro y maldigo esa capacidad de recuperación de las hormigas, y no logro entender si en ella hay más de rebeldía o hay más de sumisión. Estoy cansado.
Aparco y me cruzo con hormigas. Y nos buscamos hoy con otros ojos, las hormigas. Nos sonreímos ya con la mirada, las hormigas.
Entro en casa y cometo el desliz: ¿qué significa soñar con hormigas?

domingo, 22 de marzo de 2020

CNC 9


9. MASCARILLAS DE LA PAZ

Estamos en la guerra y el enemigo es invisible. Lo dice el presidente (tan guapo, tan sereno… ¿cómo dormirá este presidente?). E insiste el presidente: disciplina, espíritu de sacrificio, moral de victoria. Y cuando entran los tanques, se cae la poesía y yo me bajo.

De la apolillada moral de la victoria viene a salvarme (lleva meses esperando en la mesilla) la enorme Susan Sontag, que nos cuenta que el aprovechamiento de la guerra para movilizar a las masas confiere una eficacia grande a esta metáfora en todo tipo de campañas curativas. Nos habla del abuso de la metáfora militar en medio de la sopa del capitalismo, que se resiste a las llamadas a la ética. Porque hacer la guerra, dice, es una de las pocas empresas en las que no se pide a la gente que sea realista, porque en la guerra ningún sacrificio es excesivo.

Qué sencillo es ir a parar a la idea de la guerra. Será que en el mariposario de ideas de la guerra podemos entendernos fácilmente. Vemos con claridad al enemigo, la defensa, la munición. Entendemos llanamente la victoria, las víctimas, el honor. Pero ojo, no se nos escapen las mariposas y se nos apodere la metáfora. Ojo no vuele demasiado alto la metralla, porque entonces sí perdemos la guerra.

Lo curioso es que esto sí que tiene algo de guerra: la organización marcial del hospital, el equipo de protección, la plantilla de reserva. Pero pienso que la guerra está en los ojos, la guerra es sólo la epidermis. Y debajo de las pinturas de la guerra late con solidez el alma del cuidado (la guerra contra el no ser, es el cuidado).

¿Será que nos falta la educación de los cuidados y es por ello que bebemos de metáforas de guerra? ¿Qué hay de guerra en una anciana que pasea a su caniche, que limpia la orina del caniche, que le lava las patas al caniche? ¿Qué hay de guerra en una madre que amamanta detrás de la ventana? ¿Qué hay de guerra en el joven que toca una campana en su balcón, a las doce? ¿Qué hay de guerra en subirle la compra a la vecina, en llamarle a la puerta a la vecina? ¿Qué hay de guerra en una niña que juega el veo veo en la terraza? ¿Qué hay de guerra en la enfermera cargada de termómetros, en dos médicos que se abrazan y lloran? ¿Qué hay de guerra en los cuchillos de las cocinas de los hospitales? ¿Qué hay de guerra en un enfermo que sonríe y que agradece aunque no te ve la cara, que te pide que le digas a su madre que está bien? ¿Qué hay de guerra en las mujeres que invierten el domingo cosiendo mascarillas de la paz?

En el cuidado, y no en la guerra, está la auténtica metralla de la vida.  

CNC 8


8. RADIOGRAFÍA

La miro como si mirara tu retrato, un retrato en blanco y negro. Pero este es el retrato de tus días del COVID, fuera quedan el resto de tus días. No captura tu alegría este retrato. No me deja ver tu piel, que habrá tocado tantas cosas en la vida. No habla de tu pasado este retrato, desperdigado entre los calendarios. No retiene un instante de memoria, sino un presente que puede ser eterno. Este retrato no está hecho de luz, sino de sombra.

Tome aire, no respire, no se mueva. ¿Lo habrás podido oír detrás de la máscara de oxígeno? Ya puede respirar. Ya puedes respirar, qué paradoja.

Detrás de la pantalla yo te observo. Por un momento tampoco yo respiro. Porque entre todas las radiografías que yo he visto no había visto nunca una radiografía tuya, no había visto nunca el retrato del COVID.

La miro con atención, pacientemente. Me da lo mismo que piensen que estoy loco (todos estamos locos estos días). Repaso tus pulmones blancos y trato de concentrarme en los milímetros por los que aún te cabe el aire (en el negro del pulmón está la historia). Trato de concentrarme en expandirlos (el pensamiento mágico, también en estos días). Deseo que el milagro de los peces obre en tus alveolos, porque sé que si no se multiplican por sí mismos nadie lo hará por ellos, aunque tengas un ejército de batas trabajando por ti.  

Observo tu retrato y quiero buscar tu vida entre los bronquios. Quiero verte en los brazos de tu madre, quiero verte los besos. Quiero verte acariciando a un niño y encendiendo el cigarro. Quiero verte cometiendo los pecados diversos de la vida, pelando una naranja, atándote las botas. Quiero verte follando, llorando por tus muertos, meando en la montaña y haciendo la quiniela. Quiero seguir buscándote detrás de los pulmones.

Miro la radiografía y quiero verte en la vida mientras pueda, antes de entrar a verte entre los tubos y explicarte de qué va este retrato.

CNC 7

7. TODOS BIEN

Me despierto a las seis y me saluda un mensaje de Amparo: toma una posición cómoda para aumentar tu autoconciencia... Desayuno meditación, que está bien rica y que además ayuda. Se expanden los proyectos que buscan sostener nuestra salud mental, la de los profesionales sanitarios en tiempos del COVID, que son tiempos de esquinas dolorosas. Y algunos, además, tenemos la fortuna de que nos pillan cerca, de que casi nos tocan, como Amparo, que es siempre una trinchera y lo es ahora, en estos días negros. Acepta lo que sientes, practica la atención, haz ejercicio, no te olvides de la vida que hay más allá del virus, reconecta contigo y con los tuyos, escribe y cuenta lo que sientes… Anclajes para el alma cuando el cuerpo está en tierra de minas.

En el hospital estamos todos bien. Lo pienso mientras entro al parking en mi cápsula musical de las mañanas, a ritmo de Bob Marley. Está bien la pareja de enfermeras que entra cogida de la mano, vestidas ya con uniforme blanco. Está bien el celador que sale de su coche con la mascarilla puesta. Está bien el camillero que fuma rendido en el capó de la ambulancia. La administrativa que corre con la bufanda hasta el borde de los ojos. Estamos todos bien. Está bien el médico que sale de la guardia, con los ojos hinchados. Estamos todos bien y nos cruzamos por las escaleras poniendo atención en no rozarnos. Está bien la señora que se afana en limpiar con lejía el pasamanos. Estamos bien quienes hemos puesto fronteras al amor y cohabitamos a través del Skype, y estamos también bien los que vivimos en un ay por nuestros padres, que cuidan de nosotros en las casas, que cuidan de nosotros y del virus. Lloramos y estamos todos bien. Estamos bien las que hemos cambiado la alegría del embarazo por la angustia. También están muy bien los jefes, los heroicos (porque los hay heroicos) que tocarán en la orquesta mientras flote  y los que bracean en una parálisis patética. Bien estarán los que han huido hasta sus casas (porque hay quien abandona el barco) y los que achican agua como pueden. En esta nave del COVID estamos todos bien.

¿Y cómo estás tú, querida amiga? ¿Cómo estás tú, que recoges basura? ¿Y tú, que por tus manos pasan las monedas y la cesta de la compra de cada ciudadano? ¿Cómo te encuentras tú, que llenas los depósitos? ¿Y tú, mujer, que tienes a la bestia en casa? ¿Cómo estás tú, que la alarma te ha dejado sin trabajo? ¿Y tú, que no ves a tus nietos? ¿Cómo está tu vecina? ¿Cómo estás tú, en esa residencia de mayores que ha cerrado las puertas? ¿Y tú, que tienes que explicar a los agentes que vas a cambiarle los pañales a tu madre? ¿Cómo estás tú, que andas por las calles con guantes y con máscara? ¿Cómo estás tú, que corres?

¿Estamos todos bien?       

sábado, 21 de marzo de 2020

Un extra para matar el tiempo y gracias a la sugerencia de Bárbara!

Aló meus amigos!
A consecuencia de la idea de Bárbara para que Vicen tocara música de Bossa Nova me afloraron recuerdos imborrables de mi adolescencia y temprana juventud. Por esos tiempos fue que se "inventó" este género. Como un gran aficionado al jazz ya desde mi pubertad no pude abstraerme a esa nueva forma "culta". Se creó un nuevo tipo de ritmo y, sobre todo, atmósfera como nunca más se dio en la historia de la música. Os invito a leer un breve texto que escribí el año pasado a raíz de la desaparición física de un gran trovador y el mejor intérprete del nuevo género: João Gilberto.

Pinchad  https://saberesbueno.wordpress.com/2019/07/14/joao-gilberto-y-magda/

y perdonad mi torpeza al desarrollar el texto que quizá fue empañado por la emoción que esos recuerdos me producían. Podréis deducir buenas sugerencias para escuchar la mejor bossa ahora que hay servicios como youtube, spotify y etc etc. No era fácil en aquellos años de fines de la década de los 50. No existían ni siquiera cassettes, debíamos arreglarnos solo con discos de pasta y vinilos que nos prestábamos entre amigos y el oído alerta para encontrar la radio de onda media donde pasaran alguna novedad de ese género.

Ojalá esta sugerencia ayude a hacer más llevadera la reclusión! Abrazos amorosamente digitales a todos!
Mario

jueves, 19 de marzo de 2020

CAJA NEGRA DEL COVID. SEIS


6. EL SENTIDO

Hoy, si no fueran los tiempos del COVID, se habría celebrado San José. El virus ha mordido las fiestas en Valencia, parece que las ha arrancado de un bocado al calendario. Pero el sentido comunitario de la fiesta es como el agua (como el mercurio de los termómetros, mejor): se filtra por las juntas, traspasa los muros de la angustia, inventa una pequeña trampa y nos devuelve a la memoria de la tribu (palabra de Granell). A las doce de hoy hemos tenido un estado de excepción en la excepción: han resonado las bandas de música por toda la ciudad. Cada músico dispuesto en su balcón, en un prodigio de armonía suspendida. El milagro del oído ha roto en un momento la pandemia y le ha bajado la fiebre a la ciudad. Se bailaba y se reía, casi se olía el chocolate en las cazuelas y el aceite quemado de los churros.  

Me lo contaron esta semana dos pacientes y lo leo hoy en internet: se dice que el virus causa anosmia, se dice que el virus causa ageusia. Hay quien piensa, además, que son el anuncio de otros síntomas. La ageusia es la pérdida del sentido del gusto y la anosmia es la merma del olfato. Perece que el virus ha venido a ponernos en suspenso los sentidos, ahora que florece el azahar y llegan las fresas y los nísperos. Ahora que sonaba la traca y que venían a gritarnos los vencejos (aunque los vencejos volverán, porque este virus es antropotropo). Ahora que era tiempo de devolver la piel al sol para sentirlo, y de mirarnos mucho.

Perece que el COVID nos ha vuelto los sentidos hacia adentro, que ahora solo vemos, olemos o palpamos lo del alma. Así que hoy, que no tengo que ir a trabajar (porque este virus no ha mordido aún del todo el calendario), busco consuelo en María Moliner (a quien confinó su propio virus, que fueron las palabras). Destripo las acepciones de “sentir” y entiendo, en este nuevo estado de percepción que deja el virus, que este verbo está lleno de espejos, como un caleidoscopio. Llego a la conclusión de que el COVID nos hará sentir de muchos modos: nos va a hacer sentir sin más (en absoluto, como disposición a la percepción en general), nos va a hacer sentir cosas concretas (en el sentido físico del término), nos va a hacer presentir o barruntar (barruntar el alud, lo hablaba con Gonçal), nos va a hacer experimentar todo tipo de cosas en el alma, y va a hacer que lo sintamos mucho, en clave de lamento. Que sintamos mucho muchas cosas. Y que sintamos mucho, muchas cosas.

Y en un desliz paso la página y encuentro las explicaciones de “sentido”. Y pienso que más allá de los sentidos propios (que nos apelan aquí como individuos) está el enigma del sentido general, el reto de transformar el sinsentido. La inmensa esperanza del sentido.

miércoles, 18 de marzo de 2020

CAJA NEGRA DEL COVID. CINCO


5. FLORES

Hoy nos han traído flores, carros llenos de flores. Todo un camión de flores. Las floristas del pueblo han querido sembrar el hospital entero. Han venido a nosotros los millones de flores que estarían ahora paseando en las calles, colgando de los brazos de todas las falleras. Han obrado las floristas el milagro de la elipsis de la virgen: se ha celebrado hoy, allí, la ofrenda floral al desamparo. Y desamparado me han encontrado a mí, escondido en el abrazo de mi amiga Elena, quebrantando el veto del afecto, entregado al consuelo de la piel.

Las flores han venido conmigo hasta mi casa. Dieciséis crisantemos amarillos a los que he dado de beber agua del grifo. Un ramo espléndido de flores que me ha estado custodiando durante el duermevela en el sofá. He soñado con una aspirina deshaciéndose en el agua y he evocado a mi madre hablándome de darles aspirinas a las flores. Y ahora ya no sé si esto me ha venido del recuerdo o ha brotado del delirio de los días del COVID.

Miro las flores y pienso que en las flores está la encrucijada. La pulpa del espejismo colectivo, la fibra de la invención de lo real. Cortamos una flor y la traemos al corazón de lo sintético y nos pensamos que ahí está la realidad. Asimos un falso sentimiento de dominio de la naturaleza, a fuerza de haber domesticado las flores y también los modos de enfermar y de vivir. La ilusión de una salud invulnerable. La fantasía de nuestra independencia de la tierra, de nuestra independencia de todos los microbios de la tierra. El sueño del control de cualquier intromisión de lo bruto en nuestra carne. ¿Habrá venido el virus a anunciarnos que dependemos del mundo y del abrazo?, ¿que todo lo que le pase al mundo ha de acabar hiriéndonos también?

Cuento de nuevo las flores. Dieciséis. Casi tantas como los nuevos casos, que van desconsolándonos con su corporeidad. La mancha de aceite de los casos que va tomando poco a poco el hospital. Detrás de cada caso hay una flor. Y en la primera muerte hay una flor.

Vuelvo a este mediodía y me refugio en el abrazo clandestino y poderoso. Y pienso que en Elena, que me abraza, me abraza el mundo entero.

Mi vecino de enfrente (Ejercicio Nº11, diarios de cuarentena)



Mi vecino de enfrente (diario de reclusión: en el cuarto día)

Hace más de un mes que se mudó. No sé su nombre. Lo veo todos los días desde el bow-window de mi loft. Y más seguido desde que estoy recluido. Camina poco mi vecino, usa un bastón. No creo que él me vea. Lo encontré hace días, antes del confinamiento en el Carrefour Express cercano. Usa barba y un abrigo de cuerpo entero. Tiene una bufanda. Y muchos años.

Seguramente respira mejor aire que yo; siempre está con la naturaleza a su alrededor, por la mañana, por la tarde y por la noche también. No realiza muchas tareas aunque lo he visto barrer su dormitorio con un gran escobillón. Lo veo sentado o tumbado. Me pregunto si será un pensador o quizá un filósofo. No tiene televisor. No creo que escuche la radio. Tampoco lo he visto leer. Es que para qué quiere un filósofo leer, es él quien generará lo que otros leerán.

No sé lo qué come si es que come. Nunca lo vi comer. Sí lo vi comprar una barra de pan en el Carrefour. Sí sé lo que bebe, se compró 6 tetrabriks de vino tinto. Lo vi llevar una bolsa reutilizable con mucho peso. Caminaba con paso cansino apoyándose en su bastón. Pensé en un modelo de ritmo musical para acompañar ese paso. Se me ocurrió la sarabanda porque es lenta. Sin embargo no es una ocasión sensual como la que se daba con esa danza del XVI. Sí, está bien por el ritmo un-Dos-tres, un-Dos-tres, el énfasis en el segundo tiempo (que es el bastón). Sin embargo, el tempo era el de marcia funebre con el pulso de una sarabanda. No puedo evitar que mi profesión deforme la percepción de los hechos.

Aquí estamos mi vecino y yo. Él enfrente, apenas cruzando la avenida de Blanquerías. Yo, en mi loft mirando hacia el parque del río. Tengo la climatización en 23º. Está agradable. Bebo un whisky de malta de 12 años como hago habitualmente; es lo que me gusta. Mi vecino seguramente bebe el vino de alguno de los tetrabriks que compró; debe ser lo que le gusta. O por lo menos lo que le da la posibilidad de esa visión filosófica que le adjudico. Escucho Radio Nacional Clásica, pasan una de mis sonatas favoritas, La Tempestad de Beethoven. Mi vecino escucha el ruido de las hojas de los árboles movidas por el viento en el parque. De día hay cotorras argentinas. Ese alboroto que producen puede que le haga sentir a mi vecino que se trata de una muestra de alegría. ¿Será así? Mi vecino está en contacto con la naturaleza. Yo la añoro pero no me animo a cruzar la avenida.

El banco del parque es su dormitorio-living-cocina-escritorio-vestidor-baño. Un carro de supermercado es su closet. El gran escobillón que usa para barrer el frente de su banco está a un costado. Mi gusto por la naturaleza se reduce a mirar el parque desde la ventana. Mi vecino vive en él. Lo siente siempre, a cada segundo, minuto, hora y día. Lo siente cuando duerme, cuando despierta, cuando se despereza, cuando come, cuando bebe, cuando tose, cuando estornuda, cuando orina, cuando caga. Qué feliz que debe de ser mi vecino. Vive en la naturaleza. Sin embargo no lo he visto aplaudir ni a los sanitarios, ni a los policías, ni a los cajeros de supermercado, ni a los dependientes de farmacia, ni a los repartidores de Glovo o Ubereats o Deliveroo ni a los que no salimos para contener la propagación del virus.

Hoy, mientras desayunaba, miré hacia el parque. Mi mirada lo buscó. No estaba en su banco-residencia. Pensé que la lluvia lo habría hecho buscar refugio por otro lado. Sí, se fue a otro lado, a otro banco en el extremo de la fuente de Serranos. Otro banco igual pero aún más expuesto al clima. Sin duda un estoico purísimo buscando en su propia ataraxia la verdad para todos. La vida debe ser belleza y debe ser una alegría. Parece que mi vecino así lo entendiera en su empedernido estoicismo. 

Él libre, yo recluido.

martes, 17 de marzo de 2020

CAJA NEGRA DEL COVID. CUATRO


4. MORIR AL MARGEN

Salimos a las ocho cada tarde a celebrar la vida en los balcones, la vida que resiste debajo de este calderón doméstico. Aplaudimos para conjurar así este nudo de extrañeza. Soñamos con tejer una enorme red de aplausos que no deje caer a las cajeras (las manidas cajeras), a las mujeres que limpian hospitales y a las que ya no limpian casas, a los ludópatas, a los alcóholicos, a los ejércitos de camareras licenciadas, a los libreros, a los hipotecados y a las putas. Aplaudimos bien fuerte e imaginamos que el deshielo de este horror ha de traernos un nuevo sentido de la comunidad. Nos escuchamos: me entero hoy de que el marido de Pilar, que vive enfrente, murió hace exactamente tres semanas. Ojalá el coronavirus nos infecte la médula podrida del individualismo y nos enseñe a tocar el alma del vecino. Ojalá nos mantenga los balcones del corazón abiertos para siempre. Hoy no han salido al balcón de Jesús, espero que haya sido por el frío.   

Quien me conoce sabe que trabajo, desde hace algunos años, al borde de la muerte, que tiene algo como de trabajar en guerra. Entramos cada día a los hogares de la gente y hacemos lo posible por que el caos y las aristas del dolor no pesen demasiado detrás de los balcones. Pero en los días del COVID a los equipos de atención domiciliaria se nos enreda entre las horas del reloj otra tarea, que es la de acompañar (tras la casaca azul impermeable) a ese enjambre creciente de personas que han sido tocadas por el virus, que no están graves para ir al hospital y se confinan en sus casas, cada una detrás de su balcón, cada una con su soledad y con su angustia (porque aquí vive lo impuro y los vecinos parece que ya no aplauden tanto). Gran parte de nuestras energías se dedican, estos días, a ir sumando en la miríada de casos: ayer dos, hoy dos, mañana tres. Llamadas, preparación del material, traslado, el timbre, despliegue en el recibidor, espérenos al fondo, los guantes, la bata, la mascarilla, la sangre, el cómo me duele que los vecinos hablen mal, incluso en internet, el qué va a ser de mi negocio, el cómo tengo que limpiar, el qué hay del perro. Y vuelta a empezar, pero al revés: fuera la bata, la mascarilla, el gorro… Pasan así las horas, y el dolor y la inseguridad pueden palparse incluso con dos pares de guantes en las manos.

Y a pesar de esto, y con esto, y al margen de esto, la gente se sigue muriendo de sus cosas, a la orilla del virus y del mundo. Entre las batas y los gorros y los guantes se nos está muriendo esta mañana Juan, que tiene cuarenta años y tres hijos y un cáncer que no entiende de la alarma. Se muere a borbotones y le falta todo el tiempo del mundo para entender por qué se muere. Y se muere en los días del COVID, y no tendrá el candor de sus vecinos, ni las campanas, ni tendrá los besos.

Juan ha vuelto esta tarde conmigo. A mi casa, a mi balcón, a mis vecinos.

Ojalá se muera Juan una tarde a las ocho. Ojalá le despida el aplauso del mundo.

Matáfora, anáfora, prosopopeya



Vamos a ver algunas figuras literarias y a practicarlas.

Podemos dividir las figuras retóricas en tres grandes grupos:

1. TROPOS: en ellos se sustituye una expresión por otra cuyo sentido es figurado.
 Hipérbole, metáfora, metonimia, sinécdoque, sinestesia.

2. FIGURAS DE DICCIÓN tienen más que ver con el sonido, con el ritmo 
Entre las de repetición están: aliteración, anadiplosis, anáfora, calambur, onomatopeya, paralelismo, polisíndeton, pleonasmo, retruécano 

3. FIGURAS DE PENSAMIENTO: Tienen que ver con el sentido
Entre las de ficción encontramos la prosopopeya o personificación

Veremos hoy una figura de cada grupo: metáfora, anáfora y prosopopeya.

La figura más importante en la poesía es la metáfora, que ya vimos un día en clase. Todo poema es en sí mismo una metáfora.

      la metáfora es etimológicamente un medio de transporte de las palabras: el medio que más lejos desplaza a una palabra, desde un significado real hasta otro evocado.
      El verdadero paso cualitativo que da la metáfora respecto a la comparación es que no se repara ya en las semejanzas entre el término real y el imaginario, sino que de la asociación entre los dos términos surge otro nuevo, distinto: un tercer término donde se funden, inseparables ya, los otros dos.
      Así describe el proceso Ortega y Gasset con el ejemplo la rosa de tu mejilla
Está la mejilla real y está la rosa real. Al metaforizar o metamorfosear la mejilla en rosa es preciso que la mejilla deje de ser realmente mejilla y que la rosa deje de ser realmente rosa. Las dos realidades, al ser identificadas en la metáfora, chocan la una con la otra, se anulan recíprocamente, se neutralizan, se desmaterializan.
La metáfora viene a ser la bomba atómica mental. Los resultados de la aniquilación de esas dos realidades son precisamente esa nueva y maravillosa cosa que es la irrealidad. Haciendo chocar y anularse realidades obtenemos prodigiosas figuras que no existen en ningún mundo salvo en el nuestro.

Su idioma (Natalia Litvinova)
Dios duerme
y nosotros rezamos
sin entender su idioma.
supongo que las cosas suceden
porque también tienen a su dios:
la metáfora.



La anáfora
Es una figura literaria, que consiste en la repetición de una palabra o de varias, al principio de un verso.
La anáfora tiene efectos mágicos en el ritmo del poema. Probad y veréis. Es una buena técnica para hacer bailar las palabras.

Un ejemplo de Iván Rojo:


La cabeza que guardo en el congelador
siempre tiene la misma cara.
No pasa el tiempo por su piel.
Está condenada a ello.
La cabeza que guardo en el congelador
me dice que lo suyo no es vida,
que hasta los peores presos salen al patio,
y me pide que por favor la ponga un rato al sol.
La cabeza que guardo en el congelador
se queja de compartir celda con la comida para gatos,
el arroz tres delicias y las pizzas Hacendado.
Me pide que me cuide y la cuide un poco mejor.
La cabeza que guardo en el congelador
algunas noches canta arias de ópera que jamás he oído.
Su voz fría se vuelve entonces aire cálido.
Da gusto oírla. A veces hasta aplaude algún vecino.
Otros, también es cierto, lloran tras su tabique.
La cabeza que guardo en el congelador
es tan bonita que ciertos días
me sangran los ojos tan solo de mirarla
y tengo que cubrirla con una bolsa de basura.
La cabeza que guardo en el congelador
es tan bonita que de tanto en tanto
no puedo reprimirme y la beso.
Entonces sus labios cianóticos recuperan
por un momento todos los colores de la vida.
La cabeza que guardo en el congelador
se parece aterradoramente a la mía pero
tiene escarcha en las pestañas y los iris azul Neptuno
de quien padece la irreversible ceguera del hielo.
La cabeza que guardo en el congelador
me pide que la alimente de triunfo, calor y sangre.
Que me deje de una vez de escrúpulos.
La cabeza que guardo en el congelador
me dice que podría hacerme el rey del mundo.
Y es muy persuasiva. En una ocasión sucumbí
a sus palabras y quise sustituir por ella la mía.
Con hilo de plata suturé mi herida.
Nadie nunca se dio cuenta.
La cabeza que guardo en el congelador
en el fondo sabe que nunca será
quien podría haber llegado a ser.
Que encarna una tragedia tan grande
como el incendio de Roma,
la caída de las torres gemelas,
la parte trasera de un campo de exterminio,
la última y eterna glaciación.
La cabeza que guardo en el congelador
me insulta, me implora y me maldice
y cuando realmente está tranquila
me pide que tenga compasión
y la meta de una vez en el horno.
Pero no. Yo la guardo porque sé que una mañana
amanecerá descongelada, caerá en sabias manos
y sus sesos serán deliciosa comida para tigres.
Para toda una generación de fieras
cuyas zarpas
deshilacharán el mundo como un ovillo.



Por último, la prosopopeya o personificación:
es una figura retórica que consiste en atribuir cualidades o acciones propias de seres humanos a animales, objetos o ideas abstractas.

En este caso, Berta García Faet lo hace con el deseo


DESEO
Y mujeres que sólo se alimentan de pétalos de rosa
OLIVERIO GIRONDO
and the lovers
pass by, pass by
SYLVIA PLATH
Padres, hermanos, amigos, profesores:
soy un ser de deseo.
No es suficiente el contexto
−yo en el salón, en la bañera, en el cine, en el despacho:
ocupada en las tareas que desubican el deseo−
para lograr acallar este hecho sin espacio:
que, especialmente,
soy un ser de deseo.
En el reino de la astenia y sus panfletos,
en el milenio de la saturación y los cuerpos bellísimos
encerrados en patéticos frasquitos de fobias,
sin tocarse,
yo soy un ser de deseo: bocas entreabiertas,
corazón-voluta.
En el mundo de los helados estanques
de unidades inconmensurables y aisladas del contacto
(cuerpos bellísimos agarrados a maderas,
miedosos de rozar un tobillo,
por si al final se enamoran),
tan-solemne-y-tierna-y-felizmente anuncio
una pulpa de deseo: no puedo salir de Shostakovitch
y me alimento de trompetas y de amores de la infancia
que me encuentro en el metro y de señores-frutas.
Soy un ser de deseo:
1. Sé lo que es una revuelta de hormigas rojas
africanas
por entre las piernas.
2. Sé lo que es llegar a morderse los labios.
3. Sé lo que es decirle, por ejemplo
oh qué interesante
mientras pienso
oh Dios lo que te haría
oh Dios oh Dios en cuanto te descuides
y,
luego,
impondré mi disciplina −y una cierta dulzura−
en tu cuarto ex-templo-de-ver-castamente-películas;
y,
luego,
montaré una fiesta con los que un día fueron míos,
y os haréis buenos amigos, y volveremos todos
a un cierto París básicamente de cuellos.
Porque,
sobre todo,
soy un ser de deseo; y si me muevo por el mundo
es para que engorde, que engorde, que engorde
a mis expensas.
Constantemente paso hambre.
Soy un ser de deseo, caminamos juntos
por mi diagonal de cosas:
algún prodigio, alguna ventana.
Y sólo cuando mi deseo
se ha convertido en una inmensa bola
o en un pichón o conejo obeso y planetario,
lleno de estrías por seguir creciendo
hasta llegar al límite abismal de su volumen posible,
sólo entonces,
cuando su tamaño ya nos resulta plenamente asqueroso,
socialmente nocivo, sentimentalmente molesto,
lo mato
y me lo como.



La idea es que el próximo poema contenga una anáfora, al menos una metáfora y una prosopopeya.

 Si alguien necesita que le dé el pie con la anáfora, que lo diga.