Reviviendo a
plazos – (Diario de desreclusión IV)
IV - Libros leídos
No es la primera vez que menciono a mis hijas en estos textos.
Recuerdo a Samantha hoy. Estuvo en marzo, pocos días antes de que apareciera la cosa. Le conté que estaba volviendo a
armar mi biblioteca aquí luego de donar la casi totalidad de lo que tenía en
Montevideo. Lo hago mayormente en base a libros usados. Me corrigió, me aclaró
que los libros no se usan, los libros se leen. Y así que ahora mis visitas a
locales de libros de ocasión será a comercios que ofrecen libros leídos. Lo bueno de los hijos es que uno aprende de ellos.
Previo a la cosa solía
visitar este tipo de comercios. Incluía
también alguna tienda de segunda mano donde vendían libros a 30 y 50 céntimos.
Me gusta curiosear, además puedo rescatar títulos valiosos. Resultan más interesantes aquellos de anticuarios. Yo visitaba El asilo de los libros, Aida Books & More,
La guarida de las maravillas, Librería anticuaria Rafael Solaz. También las
compraventas de Avinguda Burjassot Cash
Converters y una pequeña enfrente, B-Market.
Las verdaderas librerías de anticuarios tienen poca luz, la misma de las tinieblas
de libros asilados en estantes y estantes que se trasladan al local creando un ambiente
fantasmagórico. Allí encuentro un orden basado en el dulce desorden conceptual.
Tampoco es fácil entender las leyendas en antiguas letras desvanecidas que quizá
nacieron doradas. Encuentro lujosas encuadernaciones para obras olvidables y
felizmente olvidadas. Sin embargo, lo que me apabulla por su implacabilidad e
inevitabilidad, es el olor rancio de esa mezcla de humedad bien estacionada por
décadas con polvo casi incunable. Resulta una experiencia enriquecedora pero no
sería recomendable para asmáticos. Cuando visito Aida Books & More me siento en un hospital esterilizado. Quizá por eso se encuentran títulos más
recientes, incluso ejemplares nunca leídos.
Día a día voy reviviendo con mis caminatas y visitas. La de
hoy me llevó hasta “La guarida de las
maravillas”. Me encontré con Javier, nos reconocimos a pesar de las mascarillas.
Solíamos charlar sobre autores, historia, libros, traducciones, ediciones y temas
de veteranos que no son fanáticos ni del fútbol ni de la política. Hace un
tiempo, cuando buscaba una edición en castellano de los Ensayos de Michel de Montaigne (que no encontré),
Javier me refirió un dato curioso: Quevedo lo llamaba “Miguel de la Montaña”.
Hoy, al reconocerme me dijo, “claro, lo
recuerdo, usted viene de Argentina”. Le tuve que recordar que desde 1828 el
hoy Uruguay, la Provincia Oriental de lo que es actualmente Argentina, fue
cercenada del resto de las Provincias Unidas por la confabulación el imperio
Lusobrasileño con sus amos británicos. Paradoja: los argentinos ganan la guerra
de reconquista por su Provincia Oriental pero finalmente la pierden en las
negociaciones de paz. Inesperadamente Javier recita unas estrofas de Bécquer
que hablan de belleza y juventud; había hecho irrupción una joven cliente. Los
veteranos nos conmovemos por muy diferentes estímulos. Así fue mi cuarta
jornada en este revivir a plazos; me emocionó y me hizo sentir vivo.
Y para vivir se necesitan libros. No sólo hay que leerlos,
hay que tenerlos cerca, hay que tocarlos, hay que marcarlos sin clemencia, hay
que apilarlos con sentido o no, hay que mirarlos aun sin abrir y aun abiertos, hay
que poder leer cualquier página en cualquier momento. Luego de visitar los libreros-anticuarios
sé que por sobre todo, a los libros también los olemos.
Valencia, 22 de mayo de 2020. “Reviviendo a plazos”, cuota
Nº4: La invención de Morel (¡sin abrir!)
de Adolfo Bioy Casares €2.00, “Leyendas” de G.A Bécquer € 0.50.
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