lunes, 22 de junio de 2020

Tres despedidas sin destino






Primera despedida


Si alguna vez me dejas, no hagas ruido, seguro que estaré dormido. Cierra la puerta despacio, no te olvides de las llaves ponerlas encima del aparador, al lado de la foto de nuestra boda.
Procura no mirar atrás, sigue tu camino, seguro que te irá bien. Solo te pido que dejes la mitad del dinero que haya en la caja.
Si quieres quedarte con la casa nos mandamos unos correos electrónicos y lo arreglamos con el notario, y no te importe llamarme, entiendo tu postura.

(Ayer vi un ratón por el jardín, alguien le puso un exquisito trozo de queso, el pobre no sabía que era una trampa).

Como despedida sin angustia, y sin la derrota de alguna lágrima, me gustaría tomarme la última copa al compás de “Piano Man” la canción que tanto me gusta de Billy Joel, aunque se que esto nunca pasará.

No siento que te vayas como una pérdida, solo como un recuerdo a los pies de la estatua del Ángel Caído, una tarde con las niñas en el Retiro.
¿Cómo se rompe el silencio mientras las parejas reman despacio, viendo pasar el agua entre los remos, huyendo a una deriva?.

¿Duermes, cariño? – Buenas noches

Segunda despedida

Un mensaje flotaba transparente. Una fotografía una breve nota. La fotografía era de una familia, una pareja de mediana edad y tres niños sentados en un jardín. Uno llevaba una cruz marcándole la frente como una lengua de fuego.
El mensaje, breve en una pequeña hoja de papel, decía: “Seas quien seas, quien leas esta nota habrás de saber que seguramente habré muerto. Agradezco tus segundos en leerla. No dice mucho, el papel que utilizo no aguanta mucha literatura. Mi nombre es Antonio Demetrio Salvatierra.
Si te apetece camarada salvador, presenta este escrito en la comisaría más cercana. Ellos sabrán que hacer, tienen las instrucciones precisas y mi familia estará en deuda contigo”.

                                                                                     Un saludo
                                                                                        La mar
Tercera despedida

La lluvia seguía cayendo en la ciudad. La puerta se cerró por última vez.

El uno de enero alguien llamó, pero la calle se encontraba vacía, solo un borracho dormía en una esquina. Llevaba unos zapatos que me eran familiares.
“Dieciocho años y sin enterarse de nada”.




















































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