Voy y vengo
Llevaba un elegante smoking rojo shocking, black-tie con
reflejos de azabache y camisa fulgurantemente blanca con botones de perlas. Se detuvo
en la casa de su ex-pareja ahora casada con otro. Quedaba de camino. Golpea y
sale ella.
–Sólo pasaba para saludarte, estoy yendo a mi boda —dice él.
--Gracias, ¿pero? —le
responde sorprendida.
--No te preocupes, voy
y vengo — y se vuelve al coche.
Las vías del tren
Tenían un Suzuki Alto; casi un micro-car. Pequeño, ágil,
económico. Él era gordo pero se sentía cómodo. Igual, nunca viajaban más que ellos
dos.
Ella lo tenía calculado: dos horas de intimidad, de
inconmensurable placer. Volvería antes que él.
Era la mañana de la Nochebuena, conducía el Alto solo. Iba a
buscar un lechón y un cordero que asaría a la noche para la fiesta de Navidad.
La granja quedaba a unos 80 km, en la zona rural cercana. Sólo se podían cruar
las vías del tren por pasos a nivel.
Ella recibió una llamada que no contestó. Luego otra y otra.
Tampoco lo hizo. Vinieron los besos de despedida, los abrazos y el hasta la
próxima como siempre: me llamas, ¿no?
Se volvieron a juntar antes de fin de año, ella no quiso
hacer el amor. Le dijo que las llamadas de la mañana de Nochebuena habían sido
para informarle que un tren había embestido al Suzuki. Su marido había
fallecido instantáneamente. El coche había quedado como una lata de sardinas aplastada;
los bomberos sacaron trozos del lechón y el cordero junto a los restos de su
esposo.
Abrazos apretados, como de condolencia, besos muy húmedos.
Nunca más se vieron.
La terminal de autobuses
Sucedía todos los viernes al atardecer; él la llevaba a la
terminal a coger el autobús. Viajaba a un pueblo a 300 km, iba a ver su
prometido. El domingo a la noche la recogía a su vuelta en la misma terminal.
Pasaban bien la semana. Salían, bebían, se amaban, charlaban animadamente casi
sin interrupción. El ritual proseguía. Él se preguntaba qué era aquello. Ella
se lo planteó un día.
--Pensaba lo mismo
–señaló él—, déjame madurar el tema.
Y prosiguieron los viernes y los domingos. Un viernes ella
pareció despedirse de otra forma.
No volvieron a encontrarse nunca más.
Concierto para piano Nº3 de Prokoffief
La primera obra era una sinfonía de Haydn. Seguía el
concierto Nº3 de piano de Prokoffief donde ella era la solista. Terminaba con
la Sinfonía Fantástica de Berlioz. Dirigía un director de renombre internacional.
Un músico de la sinfónica conocía a ambos. Sólo tocaba en la obra de fondo así
que aprovechó para dirigirse al camerino para dar el clásico merde a ella. La puerta estaba entreabierta, apenas golpea y entra. La famosa
solista, esposa de su amigo que estaba dirigiendo la 88º de Haydn en ese
momento, aguarda la difícil ejecución.
--Perdón … hola y chau.
Ahhh, ¡y mucha merde! –dice el músico dándose vuelta rápidamente.
La gran solista le hacía felación a otro amigo, el avisador de
escena del teatro.
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