martes, 9 de junio de 2020

Café Gijón

Daban apenas las seis en el reloj de pared del Café Gijón y bullían ya sus veladores. Frecuentaban el local generaciones muy diversas de escritores, algunos destacados y otros advenedizos. La intelectualidad fumaba y transpiraba a aquellas horas de la tarde mientras algunas damas paseaban, en parejas, tomadas por el brazo apenas unos metros más allá. La Castellana era una fiesta... 

–Buenas tardes, Don Benito. No esperaba encontrarlo de nuevo por aquí.
–Hace tiempo que este local no es lo que era. Pero vuelvo, ya lo ve, de tan en tanto. Me puede la nostalgia. Me inspiran estos veladores. La pluma parece que se ensancha en este ambiente. La historia parece que respira aquí. Funciona este café como ese espejo que marcha en el camino. Ya sabe, la novela...
–La novela, don Benito. La novela ya dejó de ser aquello. ¿Leyó lo que le traje la otra tarde?
–¿La otra tarde?
–¿No recuerda? Le dejé unos manuscritos la última vez que estuvo aquí.
–Disculpe, no recuerdo. Pensé de usted que era una camarera, y hasta ahí...

Esta tarde de nuevo está Galdós en el local. Escribe. Escribe entre una hilera de turistas que se acodan en la barra. Fuma detrás de los cristales, me mira con desprecio, ese desprecio. Que una camarera no pueda escribir es algo viejo... Dejo uno más de mis delirios en esta servilleta y me pongo con el friegue.  

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