¿Quieren hacer el favor de callarse, por favor?
En cada esquina, en cada ángulo muerto el
polvo se amontonaba los sábados mientras preparaba el desayuno.
Me sentaba a tus pies, leías las noticias entre
las almohadas.
A eso de las doce de cada mañana tocabas la
campanilla,
por cierto pesabas como un muerto, te sentaba para seguir leyendo
el capítulo diario del libro que sacaba todos los meses de la biblioteca
municipal, este mes tocaba uno que encontré
solitario en un estante también lleno de polvo, era de un tal J.M.
Gironella y se titulaba: Los fantasmas de mi cerebro.
Sabía perfectamente que te estabas muriendo, de
tu pierna solo quedaba un color morado.
Mientras usaba el pelador de patatas balbuceaba
palabras
A veces salía de la cocina, te miraba como si
fueras solo una presencia.
El día de nuestras bodas de plata, mientras dormías,
te ajusté la pierna ortopédica que nos costó un ojo de la cara y que te negabas
a llevar.
Una copa de vino te puse en los labios.
Sabía que te acordarías de la fecha de hoy
Comenzó a llover, la humedad nos penetraba y se
apresuraba
Por tu espalda se reflejaba la lluvia contra
el cristal y tu rostro se ahogaba mientras aquella pierna me servía para que no
te vencieras a ningún lado, mientras tanto tu mano acoplaba mi sexo al tuyo.
¿Después?
Solo recuerdo que estaba desnudo y empapado,
mientras ella dormía sobre la alfombra roja del salón.
Intenté no despertarla y me duche. Seguía en
la misma posición, me puse nervioso y comencé a abofetearla.
Me detuve mirando una esquina junto al suelo al
mismo ritmo que el tuyo, querida.
Rodaste tullida, casi ciega, paralítica y con
aquella boca abierta, húmeda, sin decir nada, en un intento de llevarte el aire
que yo tanto necesitaba para ser libre.
Mientras no paraba de repetir muy despacio;
No hay comentarios:
Publicar un comentario